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Recordar al moro Fayad Jamís

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Fayad Jamís (27 de octubre de 1930 -13 de noviembre de 1988)

Los restos del prominente escritor y pintor Fayad Jamís descansan hoy en el poblado de Guayos, provincia de Sancti Spíritus, que lo acogió muy joven traído por sus padres desde México.

Durante la ceremonia, Rauda Jamís, hija del autor de Vagabundo del Alba, poema dedicado de forma especial al poeta nacional Nicolás Guillén, afirmó que Guayos era un pueblito especial para él.

Destacó cómo de las adversidades de la vida se reía, capaz de convertir las tristezas en felicidad y agregó que se divertía de los infortunios y los recordaba con cariño en sus obras. Los espirituanos rindieron póstumo homenaje al autor de Brújula acompañados por destacados intelectuales.

Tras un azaroso proceso de bús­­­queda e identificación de sus restos en la necrópolis de Colón, en La Habana, y la posterior identificación por el especialista en Medicina Legal Ercilio Vento, fueron trasladados a Guayos, como lo pidió en vida.

Fayad Jamís encontró razones para declarar a Guayos co­mo su lugar de origen. Quienes conocieron al Moro o al Me­­xicano, como acostumbraban lla­­marlo, lo recuerdan lo mismo en el taller de artes plásticas de Ma­rio Félix Bernal que en la casa de su amigo, el es­critor y pe­riodista Tomás Álvarez de los Ríos, o en las tertulias que organizaba junto a la poetisa Cru­celia Her­nández

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El homenaje a Fayad Jamís incluyó guardia de honor en el parque de Guayos. Foto: Andrei Álvarez Frías
Recordar al moro Fayad Jamís

por Jaime Augusto Shelley

Tarea insoslayable cuando se viene a la memoria, de golpe, la imagen. Algo se dijo, o se escuchó la conversación apresurada (¿la última?) en algún festival, con promesas de encontrarnos pronto. Luego nada, silencio, y sin más, el anuncio de su muerte.

Así es esto de vivir.

After this death, there is no other.
(Después de ésta muerte, no hay otra.)

Así lo expresa en un bellísimo poema, Dylan Thomas. Y el revuelo de pensamientos —no confusos, sino tal vez sobrepuestos— se agolpa y está bien tratar de ordenarlos, empezando por el principio.

El poeta Fayad Jamís nació (¡quién lo iba creer!) en el poblado de Ojo caliente, Zacatecas, en 1930; hijo de un comerciante sirio y una mujer mexicana. Los negocios no prosperaban para la familia, de modo que —no sabemos por cuáles razones—, emigraron a un pueblo llamado Guayos, en el centro de Cuba.

Fayad estudió artes gráficas, y contrariando la voluntad de su padre que lo quería a cargo de la tienda, siguió su vocación artística en La Habana, y más tarde (1955-1958) en París.

Desde muy temprano pinta y contribuye con diseños y dibujos para libros y revistas. También escribe poesía (más tarde, su naturaleza lírica lo conducirá a escribir canciones. Hay por ahí, circulando todavía, discos del cantautor Amauri Pérez, con letras suyas. Espíritu inquieto, el suyo).

Al triunfo de la Revolución (1959), se apresura a volver a la isla y se integra al grupo de escritores y artistas que se adhieren al movimiento. Se recuerda con especial cariño su trabajo en la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) al lado de Nicolás Guillén, su primer presidente.

En 1962,  gana el Premio Casa de las Américas con su libro Por esta libertad, poemario deslumbrante cuyo eje central, la Revolución, es encarnación misma del poeta. Se dice fácil. Veamos un ejemplo:

Por esta libertad de canción bajo la lluvia
habrá que darlo todo
Por esta libertad de estar estrechamente unidos
a la firme y dulce entraña del pueblo
habrá que darlo todo
Por esa libertad de girasol abierto en el alba de
las fábricas
encendidas y escuelas iluminadas
y de tierra que cruje y niño que despierta
habrá que darlo todo
No hay alternativa sino la libertad
No hay más camino que la libertad
No hay otra patria que la libertad
No habrá más poema sin la violenta música de la libertad
Por esta libertad que es el terror
de los que siempre la violaron
en nombre de fastuosas miserias
Por esta libertad que es la noche de los opresores
y el alba definitiva de todo el pueblo ya invencible.
Por esta libertad que alumbra las pupilas hundidas
los pies descalzos
los techos agujereados
y los ojos de los niños que deambulan en el polvo
Por esta libertad que es el imperio de la juventud
Por esta libertad
bella como la vida
habrá que darlo todo
si fuere necesario
hasta la sombra
y nunca será suficiente.

Ya antes había aparecido su muy celebrado libro Los párpados y el polvo (1954). El fragmento de un poema que extraigo de ahí, ejemplifica lo que quisiera decir (siempre es mejor que hablen las obras de los artistas, uno se queda corto al intentar comentarlas).

Cuerpo del Delfín

A José Lezama Lima

En el palacio de la memoria, en el humo del
cuerpo,
una palpitación extraña, un remoto aleteo:
la sombra roja de un delfín entra suavemente.
¿Qué importa la marca del arpón?
¿Qué importa si el nombre del barco es Little
Fish o Cheval?
¿Qué importa el rostro encendido del arponero?
¿Qué importa un delfín muriéndose en la
memoria?

Desde que dejó su hogar, la pobreza y el hambre fueron compañeros inseparables del poeta. En París —para sobrevivir apenas— trabajó como pintor de brocha gorda en una cuadrilla que hacía sus trabajos en edificios nuevos o remodelados. Alguna vez me confió: “No, chico, aquello fue una verdadera lección de disciplina que me ha servido para toda la vida.” Y se refería a cómo se deben dar los brochazos para que queden perfectos, la presión y el movimiento de la mano sin alterar, de arriba a abajo, sin perder la concentración. “Eso me enseñó mi capataz”, terminó diciendo y guardó un silencio largo con la mirada puesta a lo lejos, volviendo a sus días en París.

Conocí a Fayad en el vuelo de Cubana, a mi regreso a México en 1966, aunque él decía que nos habíamos cruzado ya, en 1959, durante el Congreso de Juventudes. Por cierto, ese vuelo fue humillante y vergonzoso para mí. En la aduana me registraron como si fuera delincuente y me secuestraron (material sospechoso, dijeron) los agentes, al servicio directo en ese entonces del FBI, dos joyas irrecuperables; las primeras ediciones de La consagración de la primavera, que Alejo Carpentier me había obsequiado en mi visita a la Imprenta Nacional, de la que era director entonces; y Paradiso, que don José Lezama Lima, después de tomar una taza de té en su ya histórica casa en el centro de la Habana, puso en mis emocionadas y temblorosas manos. Mi furia no conoció límites cuando ya al salir de la sala me tomaron la foto para el archivo de los peligrosos “comunistas” de ese entonces.

Pero volvamos con nuestra historia. A Fayad Jamís en realidad no lo conocía. Fuimos amigos por los muchos años que pasó en México, con cariño visible y gran respeto (sin faltar las bromas, claro). Ahora sé que lo conocí muy poco y desearía haberlo presionado con más preguntas. Sólo que su carácter de Consejero en la Embajada de Cuba le obligaba a una reserva diplomática, la que agregaba a la suya propia, que era mucha. Porque, bien mirado, la cuestión era bastante compleja: su herencia árabe, su nacionalidad, de nacimiento, mexicana, su cubanidad indisputable y entre todo esto, el continuo desarraigo, todo lo cual lo hacía un sujeto enigmático.

A veces, tomábamos unos vasitos de ron y café al estilo cubano, en su departamento de la colonia Polanco, cerca de la Embajada. Hacia el final de esos años me confió que estaba construyendo (o reconstruyendo) una casa en la Habana, lo que lo ilusionaba mucho, pues su nostalgia no era menos.

Un día, en alguna feria (o circo, sería más apropiado) donde pasamos tediosas horas de exhibición frente al público (se trataba de una lectura colectiva), me pidió que escribiera un breve texto de presentación para un libro que preparaba. Sin más información, me senté a escribir. Transcribo el principio del texto para el libro (publicado en Guadalajara, en 1984) Sólo el Amor:

Diáfana, sencilla y sin rodeos, así podríamos describir la poesía de Fayad Jamís. Así podríamos enunciar, también, una tradición, la de eso que llamamos (porque no sabemos llamarla de otra manera) arte popular. Con una diferencia cualitativa bien clara: la poesía de Jamís viene del futuro y es, poema a poema, un hecho original.

Y sí, debo decir que me duele, y mucho, salir de aquí y despedirme, otra vez, del gran poeta y fraternal amigo de la única posible manera. Y ésta es, por supuesto con poesía. De ese libro, recupero:

Abrí la Verja de Hierro

Abrí la verja de hierro,
Sentí como chirriaba, tropece en algún tronco
y miré una ventana encendida, pero la madrugada
devoraba las hojas y tú no estabas allí diciéndome
que el mundo está roto y oxidado. Entré,
subí en silencio las escaleras, abrí otra puerta,
me quité el saco, me senté, me dije estoy sudando,
comencé a golpear mi pobre máquina de hablar,
de roncar y de morir (tú dormías, tú duermes, tú no sabes
cuánto te amo), me quité la corbata y la camisa,
me puse el alma nueva que me hiciste esta tarde,
seguí tecleando y maldiciendo, amándote y mordiéndome
los puños. Y de pronto llegaron hasta mí otras voces:
iban cantando cosas imposibles y bellas, iban
encendiendo
la mañana, recordaban besos que se pudrieron en el río,
labios que destruyó la ausencia.

Y yo no quise decir nada
más: no quiero hablar, acaso en el chirrido
de la verja rompí cruelmente el aire de tu sueño.
Qué importa entrar o salir o desnacer.
Me quito los zapatos
y los lanzo ciego, amorosamente, contra el mundo.

Fayad, el entrañable amigo, desapareció físicamente en La Habana, el 13 de noviembre de 1988. Su obra seguirá viva y su recuerdo también, con su inextinguible hálito de amor a la Humanidad, que permeó toda su existencia.

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