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Argelia y la Capilla Sixtina de la Edad de Piedra

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Así es la vida del investigador de lo insólito. Hoy estudia el futuro. Mañana, el no menos impenetrable pasado…

¿Y qué puede decir este aprendiz de casi todo y maestro de nada sobre los mal llamados “objetos volantes no identificados”? La verdad desnuda es que, después de veinte años de febril investigación, de más de tres millones de kilómetros recorridos en su persecución e, incluso, después de haberlos visto, cada vez sé menos…




Tengo muy claro, eso sí, que los ovnis son astronaves “no humanas”. Y estoy convencido también que esas civilizaciones nos visitan “desde siempre”. Y que “su rastro” está ahí, grabado con sutileza. A veces, pintado o esculpido en las paredes de la prehistoria. En ocasiones, “infiltrado” y “camuflado” en la mitología, en las leyendas, en los libros sagrados de todos los pueblos y hasta en sus más ancestrales ritos, danzas y supersticiones. Basta abrir los ojos y el corazón para percibirlos.

Tassili, en el Sáhara argelino, es uno de los múltiples ejemplos. Casi con seguridad, de entre las evidencias de visitas “no humanas” en el pasado de la Tierra, una de las más claras y sugestivas. Y aunque este misterio, como tantos otros, bien merecería un tratado enciclopédico, me limitaré a “sobrevolarlo”, invitando con ello a unos momentos de reflexión, que no es poco…

Al igual que ocurre con otros enigmas, en el de las cinco mil pinturas de Tassili sobran las palabras. Las imágenes lo dicen todo.

Tassilin Ajjer saltó a la luz pública en 1933, gracias a las investigaciones de Henri Lhote y su equipo. En una plataforma arenosa de 800 kilómetros de longitud por 60 de ancho, al norte del Hoggar, la docena de científicos que dirigía Lhote fue a tropezar con lo que se ha dado en llamar la “Capilla Sixtina” de la Edad de la Piedra.

A saber: millares de pinturas que representan a los hombres y a la fauna que poblaban el Sáhara hace miles de años, cuando el desierto era todavía un vergel. Pues bien, entre esas representaciones pictóricas ejecutadas en diferentes períodos de la historia, las más antiguas, fechadas entre 4.000 y 10.000 años antes de Cristo, dejaron estupefactos a los expedicionarios franceses. Entre las escenas de caza, las danzas religiosas, los rituales y las múltiples imágenes de animales salvajes, ganado, etc., aparecía un sinfín de pinturas de “seres” y “objetos” que, a todas luces, nada tenían que ver con los “nativos”.

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Y esos indescifrables personajes fueron bautizados como los “cabezas redondas” y los “nadadores”. “Cabezas redondas” porque, a diferencia de los hombres, mujeres y niños que completan los rojizos y violetas “murales” todos ellos perfilados con una exquisita fidelidad, estos “seres” presentan unas ‘enigmáticas’ desproporcionadas cabezas, provistas de un “solo ojo”, de “antenas” y de toda una serie de “elementos” que “no encajan” en el perfil físico de aquellos pobladores de Jabbaren.

Nada mejor que las palabras de un estudioso como Jean Gossart para ir aproximándonos al enigma de los «cabezas redondas”: “ . . a pesar de nuestra legendaria cautela, debemos admitir que estas “cabezas redondas» tienen verdaderamente un aire extraterrestre. Las líneas horizontales a la altura del cuello hacen pensar en los pliegues de un elemento de empalme entre el traje y la escafandra”.




En efecto, ésa es la impresión que proporciona la contemplación de dichas pinturas. Mezclados con los indígenas pueden distinguirse “otros individuos” que parecen portar cascos, trajes y botas que hoy sí somos capaces de identificar. Y junto a estos “astronautas” de la Edad de la Piedra, los pintores de Tassili se esforzaron por “dejar constancia” de otros “seres” no menos ajenos a su primitiva cultura: los “nadadores”. Decenas de “hombres y mujeres” igualmente provistos de singulares indumentarias que para terminar de enredar el misterio “flotan” en el aire, al estilo de nuestros cosmonautas en sus paseos espaciales.

Y mezclado con la fidelísima fauna del lugar antílopes, elefantes, rinocerontes, etc., un tercer “elemento” distorsionador: “objetos” de formas ovaladas y esferoides, provistos de “patas”, que “flotan” igualmente sobre los grupos humanos y los rebaños o se “asientan” entre ellos. Una de estas pinturas en particular resulta altamente significativa. En ella, un “cabeza redonda”, situado al pie de una imagen ovoide de la que parten muy familiares “fulgores” arrastra hacia el “objeto” a un total de cuatro mujeres indígenas.

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Para los investigadores de ovnis, esta escena pintada hace más de cuatro mil años encierra un valor y un “mensaje” casi definitivos. Hoy sabemos de cientos de casos de secuestros en los que los tripulantes “no humanos” introducen a los testigos en sus naves, sometiéndolos a toda suerte de “chequeos”. ¿Ocurrió algo similar en el remoto pasado de la Tierra? A la vista de lo expresado en la “Capilla Sixtina” africana, ¿quién se atrevería a dudarlo?.

La conclusión, aunque pueda parecer fantástica, es casi obligada: los pueblos que habitaron Tassili fueron testigos de excepción de las visitas de astronaves y seres que, con toda probabilidad, descendieron en su hábitat, examinándolos, investigándolos y quién sabe quizá, hasta procreando con ellos. Y esta serie de “sucesos” obviamente, constituyó el “gran acontecimiento” de sus vidas. Y mereció ser incluido en la más noble y sagrada de su actividades: las representaciones pictóricas.




Y concluyo con otra consideración de Gossart. Una audaz estimación que no precisa de mayores comentarios:

…No he rechazado a priori la idea de que parte de la pinturas de Tassili pueda tratarse de extraterrestres, partiendo del principio de que una hipótesis no puede ser descartada por la única razón de que parezca extravagante ( simplemente, demasiado atrevida).

Por J.J.Benítez

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