Al-AndalusCulturaFilosofíaLiteratura

Hayy Ibn Yaqzan – 2º Parte

hayy_ibn_yaqzan

Ir a Hayy Ibn Yaqzan – 1º Parte

Hayy es criado por la gacela y vive los primeros años entre estos animales

Desde aquí coinciden los partidarios de la segunda versión con los de la primera, respecto al crecimiento del niño. Dicen, de común acuerdo, que la gacela que lo había recogido, encontró pastos abundantes y fuertes y engordó; tuvo mucha leche, hasta el extremo de criarlo de la mejor manera posible. Estaba con él, sin apartarse de su lado más que cuando le obligaba la necesidad de ir a pacer. El niño se acostumbró de tal modo a la gacela, que, cuando se retardaba, con su llanto la hacía volver apresuradamente a su lado.

Creció el niño, en esta isla, libre de animales dañinos, criándose con la leche de la gacela, hasta alcanzar los dos años de edad. Aprendió a andar y echó los dientes. El niño la seguía, y ella era buena y complaciente con él. Lo llevaba a los sitios en que había árboles frutales, y le daba a comer los frutos que se caían del árbol, dulces y maduros; si tenían cáscara dura, los partía con sus muelas; cuando él volvía a las ubres, lo amamantaba; cuando quería agua, lo llevaba a abrevar; si el sol le molestaba, lo ponía a la sombra; si tenía frío, lo calentaba; y al llegar la noche, conducíale a su primera guarida y lo cubría con su mismo cuerpo y con plumas que quedaban allí, resto de las que había en la caja en que lo arrojaron al mar. Un rebaño de gacelas tenía costumbre de acompañarles al pasto por la mañana y por la tarde, y de pasar la noche en el mismo lugar que ellos.

El niño siguió viviendo con las gacelas en la forma dicha; imitaba los gritos de ellas con su voz, hasta el punto de no hallarse diferencia entre ambos, y del mismo modo reproducía, con gran exactitud, todos los cantos de pájaros o gritos de otras especies de animales que oía. Pero lo que mejor imitaba eran los gritos que daban las gacelas en demanda de socorro, para comunicarse, para pedir algo o para rechazarlo; porque los animales en cada uno de estos distintos estados, dan un grito diferente. Ellos y Hayy se conocían mutuamente, y no se repelían ni se trataban como extraños. Cuando se habían fijado en el espíritu del niño las representaciones de las cosas, una vez desaparecida su percepción actual, nacía en él o el deseo hacia algunas de ellas, o la aversión respecto de otras.

Observa Hayy las diferencias que tiene respecto de los demás animales, viéndose inferior a ellos

A la vez que todo esto, él miraba a los demás animales y los veía revestidos de pelo, de lana o de pluma; observaba su rapidez para la carrera, su fuerza y las armas de que estaban dotados para rechazar al que los persiguiese, como, por ejemplo, los cuernos, los colmillos, los cascos, los espolones, las garras.

Luego, contemplándose a sí mismo, veía su desnudez, su falta de armas, su lentitud para la carrera, su poca fuerza respecto de los animales que le disputaban los frutos, que se los apropiaban en contra de su voluntad y le vencían en la lucha, sin que pudiese repelerlos ni escapar de ninguno de ellos.

Veía también que a sus compañeros, los hijos de las gacelas, les salían cuernos que primeramente no tenían; que se volvían fuertes en la carrera, cuando antes eran débiles. Y en sí mismo no veía nada de esto; reflexionaba acerca de ello y no encontraba la causa. Y al no hallar en sí mismo ningún parecido con los animales, los juzgaba deformes o enfermos. Se puso a observar los esfínteres en los otros animales, y vio que estaban resguardados: el anal por las colas; el urinario por pelos o cosa parecida, además de que sus uretras estaban más ocultas que la de él. Estas observaciones le afligían y atormentaban.

A los siete años de edad, Hayy se viste con hojas de los árboles y emplea varas como armas en su lucha con los animales

Como su tristeza por tal causa se prolongase mucho tiempo y, llegando a tener cerca de siete años, desesperase de alcanzar aquellas cosas cuya falta le producía dolor, cogió hojas grandes de árboles, y unas se las puso por detrás y otras por delante, e hizo con hojas de palmera y de esparto un cinturón que rodeó a su cuerpo, con el cual sujetó las hojas. Pero éstas tardaron poco tiempo en marchitarse, secarse y caer. Siguió cogiendo otras y las colocaba en capas superpuestas; quizá duraban algo más, pero siempre poquísimo tiempo. Tomó ramas de árboles como lanzones, las igualó en sus extremos, las unió por las puntas y las empleaba contra los animales con quienes peleaba, atacando a los más débiles y resistiendo a los más fuertes. Entonces concibió cierta idea de su poder y vio que su mano tenía una gran superioridad sobre las garras de los animales, puesto que con ella le era posible cubrir sus vergüenzas y coger bastones con los que se defendía de los seres que le rodeaban, lo cual le permitía pasarse sin cola y sin armas naturales.

Se viste con las plumas y la piel de un águila muerta

Durante este intervalo creció y sobrepasó los siete años de edad. Siguió teniendo el cuidado de renovar las hojas con que se cubría. Entonces le ocurrió la idea de coger la cola de un animal muerto para colocársela él mismo; sólo que como había visto que los animales vivos se guardaban de los muertos y huían de ellos, no se atrevía a hacerlo; hasta que un día encontró por casualidad un águila muerta y pudo realizar su deseo. Aprovechó la ocasión viendo que los animales no se asustaban de ella, y se dirigió adonde estaba; cortó las alas y la cola, enteras y cabales; le arrancó el plumaje; quitóle el resto de la piel y la dividió en dos partes: una se la colocó él mismo a la espalda, y la otra sobre el ombligo y las partes pudendas; colgóse la cola sobre el trasero y las dos alas sobre sus brazos. Hayy adquirió así un vestido con que cubrirse y calentarse y con que imponer respeto a todos los animales, hasta el punto de que ninguno peleaba con él, ni le resistía, ni se le acercaba ya más, excepto la gacela que lo había amamantado y criado; ambos, jamás se separaron.

Muerte de la gacela: Hayy trata de explicarse este fenómeno

La gacela envejeció y enfermó. Hayy la llevaba adonde había buenos pastos, le cogía frutos dulces y se los daba a comer. Pero la debilidad y la extenuación no dejaron de seguir en aumento, hasta que al fin le sobrevino la muerte; pararon todos sus movimientos y cesaron todos sus actos. Cuando el niño la vio en aquel estado, se afligió vehementísimamente y poco faltó para que muriese de dolor.

Llamábala con el grito con que ordinariamente se buscaban, alzando la voz todo lo fuerte que podía; pero no veía en ella ningún movimiento ni cambio alguno.

Miraba sus orejas y sus ojos y no observaba en ellos daño manifiesto; asimismo miraba sus restantes miembros, y en ninguno de ellos encontraba lesiones.

Deseaba ardientemente descubrir el lugar donde radicase el mal, para quitárselo, y que volviese al estado anterior; pero nada de esto se le manifestaba, y él nada podía hacer.

Lo que a Hayy había inspirado esta idea fue algo que observara en sí mismo anteriormente: notó que si cerraba los ojos o los tapaba con un objeto cualquiera, no veía nada hasta que se removía aquel obstáculo; que si metía los dedos en los oídos y los apretaba, nada oía mientras que no desaparecía tal impedimento; que si se tapaba las narices con los dedos, no percibía ningún olor hasta que las abría de nuevo. De esto dedujo que todas las facultades de percepción y de acción tenían en la gacela obstáculos que les impedían [ejercitarse], y que si él pudiera libertarla de ellos, volverían a obrar.

Piensa que la muerte de la gacela había sido originada por un daño en algún miembro oculto del cuerpo

Como hubiese examinado todos los miembros externos del animal sin encontrar en ellos daño aparente, y a la vez hubiese visto que la inacción era total y no limitada a un miembro determinado, pensó que el daño que la había conducido a aquel estado radicaba en un órgano oculto a sus ojos, situado en el interior del cuerpo; supuso que aquel sería indispensable a los otros exteriores para sus acciones respectivas; y que, cuando sufre una lesión, se generaliza el daño y viene la paralización total. Suponía que si encontraba este órgano y quitaba de él [el obstáculo] que le había sobrevenido, volvería la gacela a su primer estado, habría de extenderse por todo el cuerpo el alivio y recuperaría sus funciones como anteriormente las tenía.

Este órgano debe radicar en el centro del cuerpo

Ya antes había observado, en los cadáveres de los animales salvajes y otros, que todos sus miembros eran macizos, y que sólo tenían concavidad el cráneo, el pecho y el vientre. Entonces pensó que el órgano en cuestión debía radicar en uno de estos tres lugares. Iba venciendo en él poderosamente la idea de que acaso se hallaría en el medio de esos tres lugares, puesto que él creía firmemente que todos los otros órganos del cuerpo necesitaban de él, y, según esto, era necesario que se hallase situado en el centro; a más de que si ponía atención en sí mismo, sentía en su pecho algo semejante a lo que sospechaba. Y como quiera que, suspendiendo la acción de sus miembros, como la mano, el pie, el oído, la nariz y el ojo, podía privarse de ellos, juzgó que no le eran indispensables; pero cuando reflexionaba sobre este algo que tenía en su pecho, veía que no podía prescindir de él, ni durante un abrir y cerrar de ojos.

Asimismo, en sus luchas con los animales, lo que más procuraba librar de sus cuernos era el pecho, por la presunción de lo que dentro de él hubiera.

Una vez que tuvo el convencimiento de que el miembro en el que había acaecido el daño a la gacela no podía estar más que en su pecho, se resolvió a observarlo y a examinarlo, pues quizá encontrase allí el obstáculo, y, en este caso, lo quitaría del animal. Pero temió que lo que iba a hacer fuese peor que el mal existente y ocasionase a la gacela un perjuicio [irreparable]. Luego, reflexionó si acaso había visto algún animal salvaje o semejante que, habiendo venido a parar a este estado [a la muerte], volviera de nuevo a su primera condición, y no encontró ninguno. Desesperó, por tanto, de que la gacela volviese a ser como era, si él la abandonaba, y, en cambio, le quedaba alguna esperanza de que pudiese revivir, si encontraba el órgano indicado y quitaba de allí el mal. Se decidió, pues, a abrirle el pecho y a buscar lo que en él hubiese.

Hayy hace la disección de la gacela y halla el corazón

Cogió trozos de piedras duras y astillas de caña seca, semejantes a cuchillos, y con ellas hizo una incisión por las costillas, hasta cortar la carne que hay entre ellas, llegando a la envoltura interior de las costillas[la pleura].

Al verla resistente, se fortificó su creencia de que semejante envoltura no podía servir sino para un órgano como [el que él deseaba hallar]. Esperaba que, de pasar adelante, encontraría lo que iba buscando, y quiso cortarla; pero esto le era difícil por la falta de instrumentos, puesto que no tenía más que piedras y cañas. Las repasó, las aguzó y se esforzó por hendir la envoltura, hasta que logró cortarla y se encontró con el pulmón. Al principio creyó haber hallado lo que iba buscando, y no cesaba de examinarlo y de investigar el sitio en el que pudiese estar el mal, pero de primera intención sólo encontró la mitad del pulmón, que está en un lado del pecho, y cuando la vio inclinada hacia un costado (como él entendía que el órgano [que buscaba] no podía estar más que en el centro, así a lo ancho como a lo largo del cuerpo), no dejó de sondear en el centro del pecho, hasta que dio con el corazón. Violo revestido de una envoltura extremadamente fuerte, sujeto por ligamentos muy sólidos, rodeado por el pulmón en el sitio en que empezó a cortar. «Si este órgano – decía Hayy entre sí- tiene por el otro lado una parte igual a la de éste, sin duda ninguna está en el centro y no hay dificultad en que sea el que yo busco, sobre todo considerando la excelencia de su posición, la elegancia de su forma, su gran cohesión, la dureza de su carne y la envoltura que lo protege, distinta de la que tienen los restantes órganos que conozco». Examinó por el otro lado del pecho y encontró la envoltura interior de las costillas y un pulmón igual que el primero. Juzgó, pues, que este órgano, el corazón, era el que buscaba. Quiso rasgar la envoltura del corazón y abrir sus membranas. Lo consiguió, no sin trabajo y esfuerzo, después de haber puesto en el intento su mayor diligencia.

Después de un minucioso análisis del corazón, Hayy se convence de que el ser que había en sus compartimentos se ha marchado

Puso al descubierto el corazón y lo halló macizo por todos sus lados. Miró para ver si encontraba en él algún daño aparente, y nada vio. Lo apretó con la mano y notó que estaba hueco. «Tal vez lo que busco -pensó- sólo se halla dentro de este órgano, y hasta ahora no he dado con ello». Abrió, pues, el corazón y encontró en él dos cavidades: una al lado derecho, otra al izquierdo. La del derecho estaba llena de sangre coagulada; la otra, vacía completamente. «Es preciso -reflexionó- que lo que yo busco se encuentre en uno de estos dos compartimentos. En el de la derecha no veo más que sangre cuajada; no hay duda de que la coagulación no se ha verificado hasta que todo el cuerpo ha venido a parar al estado [actual]» (porque Hayy había observado que la sangre, cuando fluye y sale del cuerpo, se coagula y espesa). «Esta sangre debe de ser como todas las demás; noto que se halla en todos los órganos, y no exclusivamente en uno. Ahora bien, lo que busco no es una cosa de esta naturaleza; la que anhelo encontrar es algo que tenga a este miembro como lugar propio suyo y sin la cual no puedo subsistir ni siquiera un instante, y tras la que voy desde el principio. Por lo que toca a la sangre, ¡cuántas veces me han herido los animales en la lucha y he derramado gran cantidad, sin sentir daño alguno, ni perder nada de mis facultades! En este comportamiento, pues, no está lo que yo busco. En cuanto al de la izquierda lo veo absolutamente vacío; pero no puedo creer que sea inútil. Yo he visto que cada órgano tiene su función propia. ¿Cómo ha de ser inútil ese compartimiento, cuya perfección he comprobado? No puedo menos de creer que lo que busco estaba en él, pero que se ha marchado y lo ha dejado vacío; y a consecuencia de esto ha sobrevenido al cuerpo la paralización actual, ha perdido las percepciones y se ha visto privado de los movimientos». Y cuando vio que el ser, habitante de aquel compartimiento, se había marchado antes de su disgregación, abandonándolo, intacto aún, juzgó más natural pensar que no había de volver después del daño y destrucción que se le había ocasionado.

LEER MÁS>>>

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

11 − 3 =

La moderación de comentarios está activada. Su comentario podría tardar cierto tiempo en aparecer.