Hayy Ibn Yaqzan – 2º Parte
Siente desprecio por el cuerpo y admiración por el ser que lo gobernaba
Entonces el cuerpo entero le pareció vil y sin valor, en relación con aquel ser, de cuya residencia allí durante algún tiempo estaba firmemente convencido, y se apartó del cadáver en seguida. Concentró, pues, toda su reflexión sobre aquel algo, [intentando averiguar] qué y cómo era, qué nexo tenía con el cuerpo, adónde se había ido, por qué puertas salió al abandonarlo, qué causa lo expulsó, y si su salida fue obligada, o qué motivo le hizo odioso el cuerpo, hasta el extremo de abandonarlo, si esto sucedió por propia voluntad. Reflexionó mucho sobre estas cuestiones; perdió de vista el cuerpo y dejó de pensar en él.
Comprendió que su madre, que tan buena fue siempre con él y lo había amamantado, era sólo el algo que había desaparecido y del cual emanaban todos sus actos, y no aquel cuerpo inerte, que realmente sólo era como un instrumento, a semejanza de las estacas que el cogía para pelear con los animales. Apartó desde entonces todo su afecto del cuerpo, para ponerlo en el dueño y motor de él, y sólo para éste tuvo cariño.
A imitación de un cuervo, Hayy entierra a la gacela que lo había criado
Comenzó entonces el cadáver a corromperse y a exhalar olores pestilentes; lo cual acrecentó la aversión que le había tomado y tuvo deseos de no verlo más.
Observó entre tanto a dos cuervos que luchaban y cómo uno de ellos abatía muerto al otro. Después el superviviente se puso a escarbar el suelo hasta que hizo un hoyo, en el cual enterró al cadáver. «¡Qué bien está -dijo entre sí el niño- lo que hace este cuervo enterrando el cadáver de su compañero, aunque realmente haya obrado mal en matarlo! ¡Con cuánta más razón debo yo realizar este acto con mi madre!». Y cavó una fosa, poniendo en ella los restos de la gacela y cubriéndolos después con tierra.
Hayy toma cariño a las gacelas; no halla en la isla ningún individuo de su propia especie, y cree que todo el mundo se reduce a aquella isla
Siguió meditando acerca de aquel algo que gobierna el cuerpo, sin comprender lo que era. Pero como había observado a todas las gacelas individualmente, viendo que eran de la misma forma y figura que su madre, dominaba en él la idea de que cada una de ellas era movida y dirigida por algo semejante a lo que había movido y dirigido a su madre; y de frecuentar el trato de las gacelas, les tomó cariño a causa de tal semejanza.
Así continuó durante un largo espacio de tiempo, examinando cuidadosamente todas las especies de animales y de plantas. Recorrió las playas de la isla, para buscar si existía algún semejante suyo, según había visto que los tenían todos los individuos, animales o vegetales, y no encontró ninguno. Y habiendo observado que el mar rodeaba la isla por todas partes, creyó que no existía más tierra que aquélla.
Conoce Hayy el fuego y lo mantiene vivo en su cueva; aprende a comer carne asada y se ejercita en la caza y en la pesca
Ocurrió cierto día que, al frotar por acaso unas cañas secas, prendióse fuego en el montón. Cuando se dio cuenta, quedó aterrado ante el espectáculo, y observó que era de una naturaleza desconocida para él. Detúvose lleno de admiración, aunque sin dejar de acercarse a él lentamente. Vio el resplandor de su llama, su irresistible acción, hasta el punto de que todo lo que se le acercaba era atraído y convertido prestamente a su propia naturaleza. La admiración que sentía por el fuego, acuciada por el natural ingenio y audacia con que Dios le dotara, lleváronle a extender las manos hacia la llama para cogerla; pero cuando la tocó, quemóse los dedos sin lograr sujetarla. Entonces pensó agarrar un tizón que el fuego no hubiese consumido por completo; lo tomó por el extremo intacto, mientras que el otro estaba ardiendo, y llevóle al lugar que le servía de abrigo, una cueva profunda, escogida para habitación tiempos atrás. No cesó desde entonces de alimentar la hoguera con hierbas secas y trozos de ramas, permaneciendo a su lado día y noche, alegre y admirado de verla.
Aumentaba durante la noche el agrado de su compañía, puesto que reemplazaba al sol en la luz y en el calor; y en la oscuridad nocturna, agrandándose, lo iluminaba; llegó a creer que era la cosa más excelente que había a su alrededor. Al notar que siempre se movía verticalmente, tendiendo hacia arriba, robustecíase su creencia de que el fuego era una de las sustancias celestiales, que vagamente percibía. Experimentaba la fuerza de acción del fuego respecto de las demás cosas: si las arrojaba en él, veíalo adueñarse de todo, rápida o lentamente, según que el cuerpo echado a su seno fuera más o menos combustible.
Para experimentar la energía del fuego, le echó, entre otras cosas, varias especies de animales marinos, que las olas habían arrojado a la playa. Cuando se hubieron asado y Hayy aspiró su olor, excitósele el apetito. Comiólos y le gustaron, con lo cual fue acostumbrando su paladar a la carne. Desde entonces se ingenió para la pesca y la caza, llegando a ser habilísimo en ambas. Y aumentó cada vez más el afecto que tenía al fuego, ya que mediante su acción había encontrado alimentos buenos que antes desconocía.
Sospecha que el ser desaparecido del corazón de la gacela fuera de la misma naturaleza del fuego
Habiendo crecido su pasión hacia este elemento, por la excelencia de sus efectos y por la grandeza de su poder, que Hayy observara, llegó a pensar si lo que había desaparecido del corazón de la gacela, su nodriza, sería una sustancia de la misma naturaleza o del propio género. Le confirmó en esta idea lo que había visto en los animales: o sea, que tienen calor en vida y frío después de muertos; y esto siempre, sin excepción alguna; y también lo que en sí mismo había notado: a saber, la fuerza del calor en su pecho, en el lugar correspondiente a aquel por el cual él abriera a la gacela. Imaginó que si cogía a un animal vivo, le abría el corazón y observaba el compartimento que hallara vacío cuando abrió el de su nodriza, acaso lo encontrase lleno de aquel algo que en él reside, y podría comprobar si efectivamente era de la misma sustancia del fuego y si tenía o no luz y calor.
Después de hacer la disección de animales vivos, se convence de la existencia del alma animal, que gobierna al cuerpo
Cogió un animal, atóle por las paletillas y lo abrió, de la misma forma que había hecho con la gacela, hasta llegar al corazón. Buscó primeramente el lado izquierdo y, al abrirlo, encontró ese compartimiento lleno de un aire vaporoso, semejante a una niebla blanquecina. Metió en él su dedo, notando tal calor, que estuvo a punto de quemarse; el animal murió en seguida.
Entonces se convenció [de varias cosas]: de que este vapor caliente era el que movía a aquel animal; de que los demás tenían otro semejante, y de que cuando se retiraba de ellos, perecían.
Sintió, pues, el deseo de examinar los restantes miembros del animal, su organización, sitios, número y modo de estar unidos entre sí; cómo este vapor caliente se extiende por ellos hasta darles la vida; cómo se conserva mientras el cuerpo subsiste; por dónde se expande; por qué no se pierde su calor. Siguió [estudiando] todas estas cosas por la disección de los animales vivos y muertos, y no dejó de observarlas atentamente y de reflexionar sobre ellas, hasta llegar a saber de estos asuntos tanto como los grandes físicos. Adquirió la certeza de que todo animal, individualmente, a pesar de la multiplicidad de sus miembros y de la variedad de su sensaciones y movimientos, es uno por causa de esta alma, que desde un centro fijo se reparte por todos los miembros, que no son, respecto de ella, otra cosa sino sus servidores o instrumentos; y que el papel de ella en la gobernación del cuerpo venía a ser igual que el del propio Hayy, al manejar los instrumentos, que le servían, unos, para luchar con los animales, otros para cazarlos, para descuartizarlos alguno. Los primeros se dividían [en dos clases]:
- aquellos con que se evitan las heridas del contrario, y aquellos con que se les hiere [defensivos y ofensivos].
También los de caza se dividían [en dos grupos]:
- según fuesen para los animales acuáticos (marinos) o para los terrestres.
Los instrumentos cortantes tenían tres aplicaciones: unos para rajar, otros para descuartizar, y perforadores otros. Pero el cuerpo era uno solo y manejaba estos útiles de diversas maneras, según convenía a cada uno de ellos y según los fines perseguidos.
Del mismo modo, esta alma animal es una, y si obra con el instrumento ojo, su acción será la vista; sin con el oído, la audición; si con la nariz, el olfato; si con la lengua, el gusto; si actúa por medio de la piel y de la carne, ejercitará el tacto; si por medio de los miembros, su acción será el movimiento, y, finalmente, si lo hace por medio del hígado, dará lugar a la nutrición y la digestión.
Cada una de estas funciones tiene, pues, un miembro propio que la ejecuta; pero ninguna de ellas se perfecciona, sino mediante la parte que del alma les llega, por los conductos llamados nervios. Cuando estos conductos se cortan u obstruyen, paralízase la acción del miembro [correspondiente]. Los nervios reciben el alma exclusivamente de las cavidades del cerebro, el cual, a su vez, la adquiere del corazón. En el cerebro hay muchas almas, porque es un lugar dividido en múltiples compartimientos.
Cualquier miembro, privado del alma, sea por la causa que fuere, deja de funcionar, y queda como un instrumento abandonado, al que nadie gobierna, y con el cual no se obtiene utilidad alguna. Si el alma sale por completo del cuerpo, o se aniquila, o se disuelve por alguna razón, entonces todo el cuerpo se paraliza y le sobreviene la muerte.
Al llegar al tercer septenario de su vida, Hayy se había hecho vestidos, armas y choza y había domesticado ciertos animales
Llegó al término de tales consideraciones en el momento de alcanzar el tercer septenario de su vida, o sea a los veintiún años de edad. En este intervalo desarrollóse mucho su ingenio. Se vestía y calzaba con las pieles de los animales por él cazados; hacía hilos con pelos, y con corteza de malvavisco, malva, cáñamo o cualquier otra planta filamentosa; alcanzó este resultado, después de haber utilizado el esparto; preparaba leznas con espinas fuertes y cañas afiladas con piedras.
Había llegado hasta la construcción, según lo que veía hacer a las golondrinas; fabricóse una choza y asimismo alacena para las provisiones sobrantes, defendiéndola con una puerta, hecha de cañas unidas, para que ningún animal entrase en ella mientras él anduviese fuera, ocupado por otros quehaceres. Había domesticado aves de rapiña, para emplearlas en la caza, y cogido gallinas, para aprovechar sus huevos y sus pollos. Utilizaba los cuernos de los bueyes salvajes como puntas de lanza, atándolas a cañas fuertes, en ramas de encina o de otros árboles, y, ayudándose en esta operación con el fuego y con hachas de piedra, llegó a fabricar rudimentarios lanzones. Se había arreglado un escudo con pieles superpuestas. Llegó a hacer todo esto, cuando observó que carecía de armas naturales y comprobó que su mano le podía procurar todas las que le faltasen.
No le hacía frente ningún animal, de cualquier especie que fuere, sino que, por el contrario, lo evitaban y huían de él. Pensó en medio para [cogerlos] y no halló treta más afortunada que amaestrar a algunos, rápidos en la carrera, y atraérselos, dándoles una comida que les conviniese, hasta que le permitieran montarlos y dar así caza a los animales de otras especies. Había en esta isla caballos silvestres y asnos salvajes. Cogió algunos y los domó, hasta conseguir su propósito. Con correas y pieles, hízoles una especie de bocados y sillas, pudiendo de esta forma, según esperaba, dar caza a aquellos animales, para cuya captura no hallaba [antes] medio.
Solamente se había ocupado en estos asuntos, durante el tiempo en que se dedicó a la disección de los animales y en que tuvo pasión por conocer las particularidades y diferencias de sus órganos, o sea, según dijimos, hasta los veintiún años.
Continuará >>>
Por Abentofail
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