Jesús, el hijo del hombre 3

 De Jozam el nazareno a un romano

 

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La vida y el espacio

 

Amigo mío, tú eres como todos los romanos; quieres imaginar la vida más que vivirla, y eliges gobernar la tierra antes de ser gobernado por el Espíritu. Prefieres conquistar los pueblos y ganarte las maldiciones de sus hijos, que quedar en Roma y vivir feliz y bendecido.

Tú que no piensas más que en los ejércitos conquistadores y en naves que cruzan los mares, ¿cómo puedes entonces entender a Jesús de Nazareth, el Hombre modesto, el Hombre humilde y solitario; aquel que vino, no con ejércitos ni con centurias, a construir un reino en cada corazón y un imperio en el espacio libre de cada corazón?

¿Cómo puedes comprender a ese Hombre, que no era guerrero, pero vino armado con la fuerza del Cielo? No era una deidad sino un hombre como tú y yo, pero en Él se fusionó la mirra de la Tierra con la resina del Cielo, y en sus palabras se entremezclaron nuestros tartamudeos con el susurro de lo invisible, y en sus cánticos oímos una voz inconmensurable.

Sí; Jesús era un Hombre, no un dios, y en ello está nuestro asombro y admiración.

Mas, vosotros los romanos os maravilláis sólo ante los dioses, y ningún hombre os causa admiración; por eso no podéis entender al Nazareno. Jesús se adueñó de la juventud del Pensamiento, y vosotros sólo poseéis la vejez del Pensamiento. Hoy nos gobernáis, pero esperemos un día más… ¡Quién sabe si este Hombre que no dirige ejércitos ni comanda centurias no gobierne el mundo mañana.

Nosotros, los que seguimos al Espíritu, surcaremos con nuestro sudor, y con gotas de sangre, la Tierra entera, en nuestros viajes en pos de Él. Roma se arrastrará en el suelo como los huesos de un esqueleto. Sufriremos mucho, mas nos armaremos de paciencia y triunfaremos, y Roma será vencida. Sin embargo, si Roma, en su caída y humillación, pronuncia su nombre, Él soplará en sus huesos nueva vida, a fin que vuelva a levantarse y ser ciudad viva entre las ciudades. Todo esto lo hará mi compatriota Jesús, sin necesitar ejércitos ni esclavos que remen en sus galeras, porque estará solo.

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