Jesús, el hijo del hombre 3

María Magdalena

 

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Su boca era como el corazón de una granada

 

Su boca era como el corazón de una granada. Las sombras de sus ojos eran muy profundas y Él era dulce y tierno como el hombre que está seguro de sus fuerzas. En mis sueños he visto todos los monarcas del mundo ponerse de pie, respetuosamente, ante Él.

Quisiera hablar de su Rostro, pero ¿de qué manera podré hacerlo? Era como la noche sin oscuridad, y como el día que no conoce el bullicio del día. Era un rostro triste pero pletórico de alegría. Recuerdo bien cómo una vez alzó su brazo hacia el cielo; parecían sus dedos ramas de fresno. Recuerdo bien cuando medía el agua con sus pasos; no parecía que caminaba. Era Él mismo un sendero sobre otro sendero del mismo modo que la nube que flota sobre la tierra y baja sobre ella para animarla e infundirle vida. Pero cuando llegué hasta Él, era un hombre cuyo enérgico semblante despedía confianza y fortalecía los ojos que lo contemplaban. Al verme, me preguntó:

-¿Qué quieres, María?

No le respondí. Mis alas se plegaron sobre mis secretos, y por mi cuerpo corrió calor; y como no podía soportar su Luz, lo dejé y proseguí mi ruta. En ese momento sentí huir de mí toda impudicia y quedarme sólo mi pudor, y las ansias de hallarme a solas para que sus dedos tañeran las cuerdas de mi corazón.

 

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