Jesús, el hijo del hombre 1

Rebeca

 

Rebeca
Rebeca

 

Novia de Caná

 

Sucedió esto antes que lo hubiera conocido el pueblo. Estaba en el jardín de mi madre, cuidando las flores, cuando Jesús se detuvo frente a nuestro portal y dijo:

-Tengo sed. ¿Quieres, muchacha, darme de beber de tu pozo?

Corrí adentro y luego de haber llenado de agua una copa de plata, vertí en ella unas gotas del ánfora de esencia de jazmín. Aplacó su sed y vi que estaba satisfecho. Luego me miró a los ojos y dijo:

-Vengan a ti mis bendiciones.

Cuando dijo eso sentí la sensación de un viento llegar de las alturas y vibrar todo mi cuerpo. Perdí mi timidez, cobré ánimo y le dije:

-Soy ¡oh, mi Señor!, la prometida de un joven de Caná, de Galilea. En el cuarto día de la semana entrante me desposaré con él. ¿Quieres asistir a mi boda y de esa manera bendecir con tu presencia mi matrimonio?

A lo que me contestó:

-Sí, hija mía, asistiré.

No olvidaré nunca esas palabras: “¡hija mía!” Era él joven y yo frisaba los veinte años. Luego siguió su camino; en tanto yo permanecía en el portón del jardín, hasta que escuché la voz de mi madre que me llamaba.

En el día cuarto de la semana siguiente fui conducida por mi familia a la casa de mi novio, y allí me entregaron a él.

Y vino Jesús junto a su madre y su hermano Santiago. Se ubicaron alrededor de la mesa con los demás invitados, en el momento que las mozas de Galilea, las compañeras de mi mocedad, entonaban las canciones que para la boda de las vírgenes compuso el rey Salomón.

Jesús comía de nuestros platos, bebía nuestro vino y sonreía a todos los presentes, oía las canciones que el amante dedicaba a su amada a la hora que la acompañaba a su cabaña; los cánticos y coplas alegres del joven viñatero que amó a la hija del dueño de las viñas y la llevó a la casa de su madre; los poemas del príncipe que, locamente enamorado de la pobre campesina, la coronaba con la diadema y el cetro de sus padres. Creo también que escuchaba otras canciones; pero desde mi sitio de novia no podía oír ni precisar bien.

Al declinar la tarde vino el padre de mi novio y susurró al oído de la madre de Jesús las siguientes palabras:

-Ya no nos queda vino para nuestros huéspedes, y el día de la boda aún no ha concluido.

Oyó Jesús lo que a su madre fue dicho en secreto y respondió:

-El copero sabe que todavía hay en los jarrones bastante vino para beber.

Y así fue en verdad, pues hubo vino en abundancia durante toda la noche. Entonces comenzó Jesús a hablar. Nos habló de los milagros de la Tierra y del Cielo. Nos explicó el misterio de las flores del Cielo que abren sus pétalos cuando la noche se cierra sobre la Tierra; y de las rosas que florecen cuando los luceros se ocultan en la luz del día. Nos enseñó con parábolas y ejemplos y nos relató cuentos. Su dulce voz conmovía los corazones de todos los oyentes, y cuando lo mirábamos profundamente en los ojos, nos parecía que veíamos visiones del Cielo, y nos olvidábamos de los manjares y de las canciones. Y mientras yo lo escuchaba me sentía en una tierra extraña y distante.

Pasado un momento, dijo un comensal al padre de mi novio

-Has dejado el mejor vino para el final del banquete de boda, y no todos lo hacen así.

Todos los presentes en la casa se convencieron y creyeron en un milagro, y bebieron al finalizar el festín mejor vino que al comienzo.

Yo también creí en la maravilla del vino que Jesús hizo, mas no me asombré, porque en su voz escuchaba muchos milagros y muchas maravillas. Y así me acompañó su voz, desde aquella vez hasta el nacimiento de mi primogénito.

Y todavía la gente de nuestra aldea y pueblos cercanos recuerda las palabras de aquel querido huésped, diciendo constantemente

-El Espíritu de Jesús el Nazareno es mejor y más añejo que cualquier vino.

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