La Dinastía Fatimí, Omeyas y Almóhades
La Dinastía Fatimí y los Omeyas de España
Durante el siglo X se establecieron dos califatos rivales, síntoma del inicio de la decadencia del califato Abasí, uno en el norte de África y otro en la península Ibérica.
El primero, regido por la dinastía Fatimí, fue fundado por Ubayd Allah, quien se proclamó a sí mismo califa de Túnez en el año 909.
Los fatimíes eran shiíes, y se proclamaban descendientes de Fátima (P) (de donde proviene su nombre), hija de Muhammad (BPD), y de su esposo ‘Alí (P), a quien consideran el cuarto califa.
En la cima de su poder, a mediados del siglo X, el califato Fatimí constituía una seria amenaza para los Abasíes de Bagdad.
La dinastía Fatimí gobernó la mayor parte del norte de África, desde Egipto hasta la actual Argelia, además de Sicilia y Siria.
El califato Fatimí proclamó su lealtad a los fundamentos shiíes, tanto dentro como fuera de sus dominios, y no reconoció nunca la autoridad Abasí.
Desde su capital, localizada en El Cairo, numerosos misioneros fueron enviados al resto del mundo musulmán, para que afirmaran la infalibilidad de los califas Fatimíes, que recibían la iluminación divina directamente de ‘Alí (P).
La dinastía fue derrocada en 1171 por Saladino, que se proclamó sultán de Egipto.
El segundo califato independiente se estableció en Al-Andalus (territorios musulmanes de la península Ibérica) cuando Abd al-Rahman III se proclamó, en el 929, califa y Amir al-muminin (‘jefe de los creyentes’) con el sobrenombre de al-Nasir li din Allah (Defensor de la religión de Alláh).
Su postura suponía culminar el proceso independentista de Al-Andalus, iniciado con el príncipe Omeya Abd al-Rahman I, quien, huyendo de la matanza de su familia por los Abasíes, logró establecer en Al-Andalus un Estado musulmán independiente políticamente del califato de Bagdad, conocido como emirato de Córdoba (756-929).
La proclamación del califato por Abd Al-Rahman III, supuso la ruptura de los lazos religiosos formales con Bagdad.
Su acción vino motivada, además de por la intención de completar la independencia del emirato Omeya de Córdoba, por el temor a que la fundación del califato Fatimí en Egipto pusiera en peligro la sumisión de los territorios conquistados del norte de África, de lo que dependía el aprovisionamiento de cereales de Al-Andalus.
Fueron, por tanto, consideraciones políticas, y no religiosas, las que provocaron la proclamación del califato de Córdoba.
Durante su reinado, Abd al-Rahman III consiguió eliminar el peligro que suponían los reinos cristianos del norte peninsular, así como las discrepancias en el interior de su territorio.
Como consecuencia de ello , Al-Andalus gozó entonces de su máximo apogeo político e intelectual, convirtiéndose en el más importante centro cultural de Occidente, favoreciendo la convivencia de musulmanes, judíos y cristianos .
La magnificencia de la mezquita de Córdoba y los restos del palacio de Medinat al-Zahara son fiel reflejo de este esplendor .
A su muerte, la figura del califa se vio debilitada, al quedar éste sometido a la voluntad del general Almanzor (940-1002), cuyos éxitos militares ante los cristianos durante la Reconquista, frenaron la caída del califato, a pesar de su autoritario gobierno.
Poco después de su muerte (1002), el espacio político del califato de Córdoba se disgregó en treinta reinos de taifas (1031); la atomización de poder que esto produjo, junto al progresivo avance territorial de los reinos cristianos del norte, provocaron el inicio del fin de la presencia musulmana en la península Ibérica, hecho que se produciría de forma definitiva en 1492.
Almóhades
Miembros de la dinastía que constituyó un imperio bereber norteafricano que dominó la España musulmana en las últimas décadas del siglo XII y la primera mitad del siglo XIII.
Los almóhades surgieron como un movimiento religioso reformista que aglutinó a diversas tribus montañesas del Atlas.
Su dirigente, Ibn Tudmar (c. 1089-1128), se opuso radicalmente a los almorávides y emprendió una reforma que suponía una reelaboración del dogma islámico.
Sus seguidores recibieron el nombre de al-muwahhidun, ‘los partidarios de la unicidad’.
Bajo la dirección de Abd al Mumin (1130-1163), conquistaron los principales énclaves almorávides en el norte de África y en la península Ibérica.
En el año 1147 tomaron Marrakech, que se convertiría en la nueva capital del Imperio almóhade.
Al tiempo que extendían su imperio por las tierras del Magreb, los almóhades llevaron a cabo la conquista de Al-Andalus, fragmentada de nuevo en reinos de taifas.
El dominio de la Península se inició en 1147 con la ocupación de Sevilla, pero no culminó hasta 1172.
En esta fecha, el segundo califa almóhade Yusuf I (1163-1184) incorporó el reino de Valencia y Murcia, que se había mantenido independiente bajo la soberanía de Ibn Mardanis, conocido como ‘el Rey Lobo’.
Sevilla se convirtió en la capital andalusí del Imperio almóhade.
Consolidada la unificación de Al-Andalus, los almóhades intensificaron su ofensiva contra los reinos cristianos.
El gran ataque se produjo en 1195.
El califa Yusuf II (1184-1199) aplastó al ejército castellano dirigido por Alfonso VIII en la batalla de Alarcos.
En los años siguientes, los almóhades dirigieron campañas devastadoras contra las fronteras de León y de Castilla, defendidas por las órdenes militares.
La gravedad de la situación obligó a los reyes cristianos a relegar sus diferencias internas para hacer un frente común contra los almóhades.
En el año 1212 las tropas cristianas destrozaron al ejército almohade en la batalla de las Navas de Tolosa.
Con esta derrota el poder de los almóhades en la Península quedó prácticamente aniquilado.
El régimen almóhade fue ante todo una dictadura militar.
Sus dirigentes, que ejercían un poder absoluto, ostentaron el título de califas, pero no contaron en ningún momento con el apoyo popular.
Pese a todo, durante la dominación almóhade, Al-Andalus vivió una época de indudable progreso desde el punto de vista económico.
La cultura y las artes tomaron un nuevo impulso. Los estudios filosóficos resurgieron en Al-Andalus de la mano de Averroes y de Abentofail.
La obra más conocida del arte almóhade es la Giralda de Sevilla
Abd al-‘Aziz ibn Musa Primer emir de Al-Andalus ( 714-716 ).
Hijo del gobernador árabe del norte de África que dirigió la conquista de la península Ibérica, Musa ibn Nusayr.
En el año 714, Abd al-‘Aziz asumió el gobierno de los territorios peninsulares incorporados al Islam, con lo que se inició el emirato dependiente de Al-Andalus.
En su breve etapa como dirigente de la Hispania musulmana, ocupó Évora, Santarém y Coimbra, en el actual Portugal, y afianzó el dominio musulmán en los territorios de Andalucía oriental, con las conquistas de Málaga y Granada.
La ocupación de las tierras murcianas se realizó mediante un pacto con el conde visigodo Teodomiro.
Mientras tanto, sus ejércitos prosiguieron la conquista por las regiones del norte: Pamplona, Tarragona, Gerona y Narbona.
Abd al-Rahman ibn ‘Abd Allah al-Gafiqi (?-732) Militar árabe, emir de Al-Andalus ( 721; 730-732 ).
En el 732, cuando el creciente poder franco amenazaba la presencia musulmana en la península Ibérica, cruzó con un ejército los Pirineos, hasta llegar a Aquitania.
A finales de ese mismo año, sus tropas se encontraron con las fuerzas francas, dirigidas por Carlos Martel, cerca de Tours.
La batalla no fue decisiva, pero los musulmanes se retiraron cuando Abd al-Rahman murió en el curso del combate.
Abd al-Rahman I (731-788) Fundador del emirato independiente Omeya de Al-Andalus ( 756-788 ). Nació en Dayr Hanina (Damasco).Nieto del último califa Omeya de Damasco.
Tras la revolución Abasí, que puso fin al control del califato por los Omeyas (750), Abd Al-Rahman consiguió escapar de la persecución contra su familia y se refugió en el norte de África.
Desde allí, con el apoyo de los clientes Omeyas, logró hacerse con el poder en Al-Andalus y fue proclamado emir en el año 756, desligándose de la obediencia a Bagdad.
Surgía así el primer emirato independiente de los Omeyas hispanoárabes.
Abd al-Rahman I tuvo que hacer frente a numerosas revueltas e intentos secesionistas promovidos por los diferentes grupos árabes y por los bereberes.
En el 777 el gobernador árabe de Zaragoza, Sulaymán, solicitó la intervención de Carlomagno para desligarse de Córdoba.
La conjura terminó en un rotundo fracaso.
Las tropas de Carlomagno no pudieron tomar la ciudad, y a su vuelta fueron aniquiladas por los vascones en el paso de Roncesvalles (778).
Abd al-Rahman I consiguió mantenerse en el poder con el respaldo de un ejército de mercenarios bereberes.
Organizó el gobierno de Al-Andalus según el modelo de la corte de Damasco.
Dejó los principales puestos de la administración y del ejército en manos de sus familiares y clientes Omeyas.
Con Abd al-Rahman I se consolidó la fortaleza del Islam peninsular.
Durante su etapa de gobierno se inició la construcción de la mezquita mayor de Córdoba y la ciudad fue notablemente embellecida.
Hisam I (757-796) Emir de Al-Andalus ( 788-796 ).Hijo y sucesor de Abd al-Rahman I, el fundador del emirato independiente.
La energía mostrada por su predecesor frente a los árabes y los bereberes que se opusieron a la dinastía Omeya, permitió a Hisam I gobernar con cierta tranquilidad.
Asimismo, Hisam I pudo frenar el avance de los cristianos del norte peninsular, contra los que dirigió sucesivas campañas de castigo.
A Hisam I se debe también la introducción en Al-Andalus de la doctrina malikí, una de las cuatro escuelas jurídicas del Islam.
La extremada rigidez e intransigencia de esta doctrina fue un obstáculo para el desarrollo de la cultura y el pensamiento en Al-Andalus.
Antes de morir designó como sucesor a su hijo Al-Hakam I.
Al-Hakam I (770-822) Emir independiente de Al-Andalus
( 796-822 ).Hijo y sucesor de Hisam I.
Durante su gobierno se manifestó el descontento de la población muladí por la política de signo filoárabe de los Omeyas.
Las primeras sublevaciones se produjeron en las ciudades fronterizas de Zaragoza, Toledo y Mérida.
La revuelta de Toledo, conocida como la ‘jornada del foso’ (797), se saldó con el asesinato de los notables de la ciudad.
Estos problemas obligaron al emir a organizar un ejército de mercenarios bereberes y eslavos y a incrementar los impuestos.
El aumento de la presión fiscal provocó el denominado ‘motín del arrabal’ de Secunda en Córdoba (818), sofocado también de forma drástica.
El arrabal fue convertido en campo de labranza y varios miles de personas tuvieron que exiliarse.
Abd al-Rahman II (790-852) Emir de Al-Andalus ( 822-852 ). Hijo y sucesor de Al-Hakam I.
Durante su etapa de gobierno,Al-Andalus vivió una época de relativa paz, que le permitió llevar a cabo una profunda reorganización del Estado de acuerdo con los moldes de la administración de la dinastía Abasí.
El emir favoreció además el desarrollo de la industria y del comercio, e impulsó el proceso de urbanización del territorio andalusí con la fundación de nuevas ciudades como Murcia, Madrid o Úbeda (Jaén).
Frente a la creciente arabización de la península Ibérica, los mozárabes de Córdoba más intransigentes manifestaron la intención de preservar su identidad mediante el martirio voluntario.
En el año 844, Abd al-Rahman II hizo frente a los ataques normandos a las ciudades de Lisboa y Sevilla.
Muhammad I (de Córdoba) (823-886) Emir de Al-Andalus
( 852-886 ).
Hijo y sucesor de Abd al-Rahman II, tuvo que hacer frente a los movimientos secesionistas de las marcas fronterizas.
Toledo se sublevó con el apoyo astur-leonés, pero el emir venció en la jornada de Guazalete.
En el valle del Ebro la familia muladí de los Banu Qasi se había afirmado como el poder más fuerte de la región.
Su dirigente, Musa ibn Musa, se designaba a sí mismo tercer rey de España.
En tierras extremeñas, el también muladí Ibn Marwan se alzó contra el emir (868), con el respaldo del rey asturiano Alfonso III.
En el 879 comenzó la rebelión de los muladíes andaluces, dirigidos por Umar ibn Hafsun, que se prolongaría hasta comienzos del siglo X.
Abd Allah (848-912) Emir de Al-Andalus ( 888-912 )
Durante su etapa de gobierno se agudizaron las tensiones existentes en Al-Andalus entre la nobleza árabe y los muladíes, particularmente en las ciudades de Sevilla y Granada.
Pero el problema más grave que tuvo que afrontar fue la rebelión iniciada años atrás por Umar ibn Hafsun, que desde Bobastro había extendido su dominio en buena parte de Andalucía.
La autoridad de Abd Allah sobre las marcas fronterizas era prácticamente inexistente.
El emir controlaba la capital y sus alrededores, pero el resto de Al-Andalus se encontraba fragmentado en células autónomas.
La debilidad del Estado cordobés facilitó el avance cristiano, que en esos años llegó al río Duero.
Abd Allah fue sucedido en el emirato por su nieto Abd al-Rahman III.
Califato de Córdoba
Territorio gobernado desde la ciudad de Córdoba por los califas de la dinastía Omeya y, por extensión, nombre del periodo de mayor apogeo de Al-Andalus, que a lo largo de un siglo de existencia, desde el 929 hasta el 1031, marcó el cenit de la influencia del Islam andalusí dentro y fuera de la península Ibérica.
La invasión y el establecimiento de los musulmanes en la península Ibérica desde el año 711, en el marco de la política expansiva de la dinastía Omeya, culminó en un primer momento con la creación de Al-Andalus como parte del califato de Damasco y con la localización pocos años después de su capital en Córdoba por orden del emir Al-Sham Ibn Malik Al-Jawlani.
El acceso al califato damasceno de la dinastía Abasí y la supervivencia y llegada a Al-Andalus de quien habría de convertirse en Abd Al-Rahman I, tras el exterminio ordenado por aquélla de la familia del último califa Omeya, inició un nuevo periodo en la historia de la presencia musulmana en la península Ibérica.
La proclamación del descendiente Omeya como emir en Córdoba (756) dio paso a un siglo y medio de emirato independiente, a lo largo del cual se configuró un Estado centralizado que siguió las pautas de sus antecesores en Oriente, con una estructura administrativa más estable y una fuerza militar mercenaria compuesta por bereberes del norte de África y esclavos comprados en el sur de Europa.
Al emirato independiente le sucedió el califato cordobés.
El tránsito al califato fue asumido por Abd Al-Rahman III en el 929, cuando reunió en su persona el título de califa, en tanto que jefe espiritual y temporal de todos los musulmanes y protector de las comunidades no musulmanas bajo su jurisdicción (cristianos y judíos), así como el de príncipe de los creyentes (amir al-muminin).
El califa debía velar por la unidad religiosa y el mantenimiento de la ortodoxia oficial: la doctrina malikí, una de las cuatro grandes escuelas de interpretación jurídica de la doctrina islámica del periodo clásico, basada en el rigorismo religioso, e introducida en Al-Andalus en la época del emir Hisam I (788-796).
La proclamación del califato vino precedida del restablecimiento de la unidad de Al-Andalus y de la creación a principios del siglo X del califato Fatimí de Ifriqiya, en el Magreb, frente al califato Abasí de Bagdad, hecho este último que suponía una grave amenaza por la ayuda que podía dispensar a los rebeldes de Al-Andalus y porque obstruía su acceso a las rutas comerciales del sur del Sahara.
En la evolución del califato se pueden distinguir tres etapas claramente diferenciadas.
En primer término, tuvo lugar el periodo de dominio efectivo de los califas Omeyas (Abd Al-Rahman III y Al-Hakam II) entre el 929 y el 976, bajo los cuales el califato se convirtió en uno de los centros políticos, económicos y culturales más importantes del Occidente medieval.
En segundo lugar, transcurrió el periodo Amirí (976-1009), durante el que Hisam II, el hijo de Al-Hakam II, accedió al califato gracias a una intriga palaciega, pero en el cual el poder real fue asumido por su hayib (primer ministro) Muhammad ibn Abí Amir al-Mansur, más conocido como Almanzor (981-1002), y posteriormente por los dos hijos de éste, Abd Al-Malik Al-Muzaffar (1002-1008) y Abd Al-Rahman Sanyul, también conocido como Sanchuelo (1008-1009); época en la que se recurrió sistemáticamente a la yihad (‘guerra santa’) contra los reinos cristianos, obteniendo importantes pero efímeras victorias militares, y en la que la usurpación del poder califal planteó un grave problema de legitimidad.
Finalmente y como última etapa, se llegó a la crisis y desintegración del califato, la llamada fitna (‘fraccionamiento’), que se prolongaría hasta el año 1031, cuando finalizó el gobierno de Hisam III, iniciado cuatro años antes, para dar comienzo a la existencia de los reinos de taifas.
A lo largo del califato se recuperaron las fronteras alcanzadas por el emirato en el siglo anterior, logrando someter a tributo a los reinos cristianos y deteniendo la repoblación aragonesa y catalana.
Sin embargo, el poder califal no pudo evitar la consolidación de aquéllos y el avance del proceso conocido como Reconquista.
A su vez, el califato desarrolló una política activa en el norte de África y en el Mediterráneo occidental para debilitar la presencia Fatimí en el Magreb.
Unos frentes políticos en los que desempeñó un papel fundamental el Ejército, dentro del cual jugarían un papel creciente las tropas bereberes (que serían alistados de forma masiva por Almanzor), y la Marina de guerra, creándose desde la época de Abd al-Rahman III una importante flota para hacer frente a las invasiones de los pueblos nórdicos y para apoyar acciones en el Magreb contra los intereses Fatimíes.
El califato de Córdoba culminó el desarrollo de la civilización hispanomusulmana, tanto en su organización política y la administración de sus recursos como en el florecimiento de una dinámica e intensa actividad cultural .
El califato nunca tuvo una estructura administrativa fija, pero modeló un Estado centralizado amparado en la tradición precedente.
Una de las piezas más importantes fue el hayib , que se convirtió en una institución permanente bajo Al-Hakam II, el cual dirigía la política administrativa de las provincias y las campañas militares, además de otros asuntos encomendados por el califa.
En las tareas de gobierno y bajo el directo control del hayib se encontraban los visires , cuyo número varió de forma constante.
A estos funcionarios, algunos de ellos integrantes de la Secretaría del califa, habría que añadir otros ya existentes en la época del emirato, como el zalmedina , que era el regente en ausencia del califa, y los jueces (cadíes o qadis ), que ejercían sus funciones de acuerdo con el Corán y bajo la interpretación de la escuela jurídica malikí.
Esta compleja estructura estatal y el mantenimiento de un poderoso ejército fueron posibles gracias a la diversidad de los recursos del califato y la eficacia del sistema impositivo tanto en las ciudades como en el mundo rural, y por la tributación y las operaciones militares contra los reinos cristianos.
Por último, el califato, y en concreto su capital, la ciudad de Córdoba, se convirtió en el epicentro de la civilización hispanomusulmana y desempeñó un papel esencial en las relaciones espirituales e intelectuales entre Oriente y el mundo cristiano, así como en la transmisión a Europa de la cultura clásica, ejerciendo una gran influencia en el desarrollo de la filosofía europea de la edad media.
Abd al-Rahman III (891-961) Emir ( 912-929 ) y fundador del califato de Córdoba ( 929-961 ).Sucedió a su abuelo el emir Abd Allah.
Cuando accedió al gobierno, Al-Andalus se encontraba desintegrado en numerosos poderes autónomos.
El nuevo emir consiguió restablecer el orden y la autoridad de los Omeyas.
El problema más urgente era acabar con la sublevación de Umar ibn Hafsun, extendida por amplias zonas del centro de Andalucía.
La ocupación de la fortaleza de Bobastro (sierra de Málaga) en el año 928 supuso el final de la sublevación.
Paralelamente fueron sometidos los señores locales semiautónomos de Andalucía.
En el año 929, Abd al Rahman III se proclamó califa, sucesor del profeta y príncipe de los creyentes, lo que supuso la independencia religiosa de Al-Andalus.
En los años siguientes impuso su autoridad sobre las marcas fronterizas, que desde el siglo IX se mantenían al margen del poder de Córdoba.
Las actuaciones de Abd al-Rahman III no se limitaron a extender su poder sobre Al-Andalus.
La debilidad del poder cordobés había permitido un avance significativo de las fronteras de los núcleos cristianos.
En el año 920 impuso una severa derrota en Valdejunquera a la coalición formada por los reyes de León y de Navarra.
Pero en el 939 fue vencido en la batalla de Simancas.
Pese a ello, el califa se convirtió en el árbitro de las querellas entre los cristianos.
En el norte de África, Abd al-Rahman consiguió contrarrestar el poder de los fatimíes.
La pretensión de los fatimíes de incorporar Al-Andalus a sus dominios fue, precisamente, uno de los principales motivos que impulsaron a Abd Al-Rahman III a proclamarse califa.
En el año 927 ocupó Ceuta y, cuatro años después, Melilla. Desde ese momento la soberanía del califa cordobés se reconoció en todo el territorio situado al oeste de Argel.
Abd al-Rahman III ejerció un poder absoluto, auxiliado por una administración eficaz y un ejército vigoroso de mercenarios.
Con él Al-Andalus vivió una época de paz y prosperidad.
Córdoba fue ampliada y enriquecida.
Por orden suya se inició la construcción de la ciudad-palacio de Medinat al-Zahara al noreste de Córdoba (936).
Al-Hakam II (915-976) Segundo califa de Córdoba
( 961-976 ).Hijo y sucesor de Abd al-Rahman III.
Su breve periodo de gobierno fue la época más brillante de Al-Andalus .
En ella se dieron cita la fortaleza militar, la prosperidad económica y el esplendor cultural y artístico.
Al igual que su padre, Al Hakam II mantuvo una política de intervencionismo y arbitraje en los reinos cristianos.
En el norte de África, el califa aprovechó las rivalidades entre las tribus bereberes para mantener e incrementar su influencia en Marruecos.
Al Hakam II sentía un profundo interés por las artes y las letras.
Procuró que la biblioteca del califato fuera una de las mejores del mundo islámico, y parece ser que llegó a contar con más de 400.000 volúmenes.
Hisam II (965-1013?) califa Omeya de Córdoba
(976-1009;1010-1013 )
Sucedió a su padre, Al-Hakam II, siendo menor de edad.
Desde ese momento, Hisam II fue un títere manejado por quienes realmente dirigían los destinos de Al-Andalus.
Su primer tutor fue ibn Abí Amir, más conocido por Almanzor, quien gobernó mediante una férrea dictadura militar.
A Almanzor le sucedió en sus atribuciones su hijo Abd al-Malik, previa aceptación del califa, que en ningún momento pretendió ejercer el poder.
En el año 1009 Hisam II, obligado a abdicar por la nobleza árabe, fue sustituido por el califa Omeya Muhammad II.
Retornó al califato de manos de los eslavos, en 1010, pero de nuevo fue despojado del cargo tres años más tarde, ignorándose si falleció entonces o si se dirigió hacia Oriente.
Almanzor o Al-Mansur (940-1002)
Caudillo musulmán de Al-Andalus , fundador de un régimen militar netamente autoritario durante el reinado de Hisam II.
Pese a la autoridad nominal de éste, Almanzor fue el gobernante efectivo del califato de Córdoba durante el llamado periodo amirí (así denominado en alusión a su nombre real, Muhammad ibn Abí Amir).
Tras morir en el 976 Al-Hakam II, le sucedió en el trono su hijo Hisam.
Dado que éste tenía sólo 11 años de edad, en la Corte cordobesa se sucedieron las intrigas palaciegas por el poder. El gran triunfador fue Muhammad Ibn Abí Amir, quien fue eliminando a sus rivales políticos, alcanzó el cargo de hayib (primer ministro) y en el 981 recibió el sobrenombre de al-Mansur (castellanizado, Almanzor), ‘el Victorioso’, por la extraordinaria fama que adquirió en el campo de batalla.
Hisam II quedó relegado por completo y Almanzor mandó incluso construir su propia ciudad palacio: Almedina al-Zahira adonde fue transfiriendo la mayor parte de las tareas de gobierno califal.
Asimismo fue responsable de una considerable ampliación de la mezquita de Córdoba .
Las fuentes historiográficas árabes indican que dirigió entre 50 y 60 campañas contra los territorios cristianos septentrionales de las que dos fueron especialmente significativas, pues finalizaron con los saqueos de Barcelona (985) y Santiago de Compostela (997).
En 1002, cuando regresaba de su última expedición, falleció camino de Medinaceli (según las crónicas cristianas, después de haber sido derrotado en la batalla de Calatañazor, cerca de la actual Soria).
Le sucedió en el ejercicio de sus funciones su hijo Abd Al-Malik.
Muhammad II (de Córdoba) (980-1010) Califa Omeya de Córdoba ( 1009-1010 ).
Su breve mandato sobre los territorios de Al-Andalus estuvo marcado por los enfrentamientos civiles entre árabes, bereberes y eslavos.
Él mismo encabezó la sublevación que puso fin al gobierno de los Amiríes (descendientes de Almanzor) y al califato de Hisam II.
Una vez proclamado califa por la nobleza árabe (1009), Muhammad II inició una persecución contra los bereberes.
Con el apoyo de los castellanos, los bereberes se sublevaron y proclamaron califa a otro Omeya, Sulaymán al-Mustain.
Muhammad II consiguió reunir un gran ejército, integrado por mercenarios eslavos y contingentes armados de Barcelona y Urgel, que derrotó a los bereberes y le permitió recuperar el trono (1010).
Pero, pocos meses después de aquella victoria, moría a manos de los propios eslavos, que repusieron en el califato a Hisam II.
Muhammad III (de Córdoba) (c. 976-1025) Califa Omeya de Córdoba ( 1024-1025 ).
Accedió al poder en un momento en que Al-Andalus se encontraba en proceso de desintegración social y política.
Su proclamación como califa, en 1024, respondió al intento de la nobleza de Córdoba de acabar con la anarquía imperante en los últimos años del gobierno de la familia de los Hammudíes (1016-1023).
El nuevo califa emprendió una feroz represión sobre sus enemigos, pero no consiguió restablecer el orden y la autoridad del Estado cordobés.
A los pocos meses, los Hammudíes presionaron para recuperar el poder y pusieron sitio a la capital.
Muhammad III huyó de Córdoba, disfrazado de mujer, dejando el califato de nuevo en manos de Yahya ibn Alí ibn Hammud (1025-1027), miembro de dicha familia.
Hisam III (975-1036) último califa Omeya de Córdoba
( 1027-1031 )
Su gobierno coincide con la crisis final del califato.
Las luchas que se habían desatado desde principios de siglo entre bereberes y eslavos habían provocado la desintegración política y social de Al-Andalus.
El Estado no percibía ingresos fiscales y su dominio político no se extendía más allá de la capital.
La proclamación de Hisam III (1027) fue obra de las principales familias de Córdoba, en un intento desesperado de restablecer la autoridad y acabar con la anarquía reinante.
Pero el nuevo califa carecía de la fuerza necesaria para salvar la situación.
En el año 1031 los notables de Córdoba decidieron abolir el califato y sustituirlo por un consejo de gobierno, situación que desembocó en los reinos de taifas.
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