11-S
11S: Historia de una infamia
Nota de redacción:
Este artículo está fundamentado en el libro «11-S Historia de una infamia, las mentiras de la versión oficial» de Bruno Cardeñosa. Publicado por la Editorial Corona Borealis.
«El 11 de septiembre no se estrelló un avión de pasajeros contra el Pentágono.» Así lo aseguran numerosos investigadores que cuestionan las tesis oficiales sobre los atentados más sangrantes jamás ocurridos. ¿Qué pasó realmente en Washington? ¿Existió una trama oculta detrás de los hechos? ¿Quién se benefició de las especulaciones bursátiles detectadas en los días previos a la tragedia? ¿Nos han contado toda la verdad? Este reportaje ofrece las respuestas a todas estas cuestiones.
Atta, Mohammed Atta . Un islamista de tomo y lomo. Un fanático. Un musulmán de 33 años que seguía a rajatabla la Ley coránica, y que en nombre de Alá estuvo durante varios meses preparando el más atroz de los atentados que recuerda la Historia. Que trazó con la frialdad del más irracional de los creyentes un plan meticuloso para secuestrar un avión de pasajeros en pleno vuelo, modificar su ruta y estrellarlo contra el edificio más emblemático del planeta. Que se había entrenado para ello en varias escuelas de aeronáutica. Que no le importaba sacrificar miles de vidas, si era por glorificar a su dios y a su jefe, Osama Bin Laden . Que ni tan siquiera se planteó que para lograrlo debía inmolarse… En nombre de Alá.
Sólo dos días después de la tragedia del 11 de septiembre, el FBI señala la existencia de 19 pilotos suicidas como responsables de los atentados, entre quienes estaba Mohammed Atta. De inmediato, las cábalas le apuntan como uno de los hombres clave de la operación orquestada por Bin Laden. Al parecer -siempre según el FBI- este atento observador de las palabras de Mahoma había aterrizado el día de autos en el Aeropuerto Internacional Logan de Boston a las seis de la mañana. Casi dos horas después, tal y como recogieron las cámaras de seguridad del aeropuerto, se sube al vuelo 11 de Americam Airlines con destino a Los Ángeles. Allí se encuentra con el resto de secuestradores, que toman los mandos del Boeing 767, con 81 pasajeros a bordo, a las 8.15 horas. Sólo cinco minutos después, modifican el plan de vuelo; se dirigen hacia Nueva York; giran a la derecha, pican con maestría hasta situarse a tan sólo 300 metros de altura y hacen chocar el avión contra la torre norte del World Trade Center… Son las 8.48 horas: la guerra ha comenzado.
Primeras dudas
Pero esta versión -la oficial- presenta extraordinarios agujeros negros. Por un lado, Atta es un saudita del Golfo; allí, la terrible tradición de los terroristas suicidas ha sido siempre defenestrada por el imperante wahabbismo , al contrario de lo que ocurre con los ciudadanos árabes del entorno palestino. Por lo que sabemos, tampoco sus costumbres parecen las propias de un musulmán que hacía del Corán su modo de vida. Un ejemplo: cuatro días antes del atentado se amarraba al cuarto vodka de la tarde en un pub próximo a Miami, un cubata de ron Captain Morgan con Coca-Cola… ¿Un árabe fundamentalista emborrachándose un viernes, el día sagrado?
También -a qué negarlo- resulta sospechoso que los secuestradores del vuelo 11 se dejaran un panfleto de instrucciones de vuelo en el coche junto con retratos de Bin Laden. O que fueran capaces de pilotar una fortaleza ingobernable como es un Boeing 767 durante media hora, efectuando giros complejos a baja altura y dirigiéndolo como un misil hacia las Torres Gemelas sólo habiendo pilotado hasta ese momento pequeñas avionetas Piper y Cessna . O que uno de los pasaportes de los suicidas hubiera sido encontrado casi intacto el día de los hechos entre los escombros de las Torres Gemelas logrando sobrevivir a los 1.000 grados de temperatura que durante horas asolaron el WTC. O -y esto ya no es una conjetura- que su nombre, como el de ningún otro ciudadano árabe, no aparezca en las listas oficiales de quienes se subieron al vuelo 11 de American Airlines …
El paso del tiempo quizá nos ha hecho olvidar muchas de las informaciones que los medios de comunicación ofrecieron minutos después de la tragedia. La CNN , por ejemplo, barajó entre las primeras hipótesis la posibilidad de que los aviones suicidas hubieran sido teledirigidos. En este mismo sentido, el diario de Bahrein, The Gulf News, propuso un escenario alternativo en clara oposición a las versiones oficiales. Se basaban en los estudios del piloto de líneas aéreas Ishaq Kuheji , para quien resultaba en todo punto imposible que pilotos sin experiencia hubieran sido capaces de manejar los mandos del Boeing con la precisión de un veterano. En su opinión, resulta más factible pensar que los sistemas de navegación de los aviones fueran programados con anterioridad, lo cual explicaría el por qué de las complejas maniobras efectuadas por los aviones antes de chocar contra las torres gemelas.
El Pentágono, derribado; Interrogantes, en pie
Pero si los atentados de Nueva York presentan dudas más que inquietantes, el ocurrido en el Pentágono es hoy por hoy un auténtico pozo de incoherencias. En el momento de escribir estas líneas, un fenómeno editorial sin precedentes «invade» Francia. Allí acaba de publicarse el libro La terrible impostura , de Thierry Meyssan , el responsable de la organización crítica Red Voltaire , formada por políticos, periodistas, intelectuales y profesionales de diversos campos. Meyssan y su grupo se han caracterizado siempre por su defensa de los derechos humanos y por su oposición a los poderes establecidos cuando estos ocultan al pueblo la verdad sobre los hechos. Entre otros logros, a Meyssan se debe el fin del asalto político que llevó al ultraderechista Le Pen a cosechar éxitos electorales.
Meyssan, en su polémico libro, expone una serie de pruebas que ponen en jaque las versiones oficiales sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001. Asegura en el libro que detrás de los atentados -amén de Bin Laden y sus socios- podrían encontrarse determinados órganos del entablisment político y militar de los Estados Unidos. Las críticas no se han hecho esperar. La gran prensa ha sido muy beligerante con él, y las autoridades políticas norteamericanas han recurrido al manual del descrédito para desautorizarle. Sin embargo, sus sospechas tienen fundamento: «Esa fuerza inmisericorde han dejado, sin embargo, en pie la casi totalidad de interrogantes que ha suscitado el 11 de septiembre y que es imperativo contestar» , escribía el columnista de El País José Vidal-Beneyto el pasado 6 de abril a propósito de La terrible impostura , que vendió 120.000 ejemplares en pocos días.
Nuestra investigación arrancó el pasado 7 de marzo. Ese día, la cadena NBC daba a conocer la filmación del atentado contra el Pentágono. La secuencia, de cinco fotogramas, muestra cómo una terrible explosión se produce en la base del edificio. En un principio, las informaciones aluden a que fuentes del FBI dieron a conocer las imágenes. Luego se sabrá que no: alguien las filtró sin autorización… ¿Por qué? La razón podría esconderse en la misma secuencia, en la cual no se observa ningún avión de pasajeros chocando contra el emblemático edificio. Sólo tras visionar la filmación repetidas veces se observa cómo a ras de suelo, un pequeño objeto alargado de pocos metros de longitud, se aproxima al edificio un instante antes de alcanzarlo originando la explosión. Sin duda, no es un Boeing… Pero, ¿de qué se trata?
Al observar la filmación, decidí investigar. Ciertamente, y casualmente, sólo unos días antes de que se filtrara -los indicios apuntan al seno del Departamento de Defensa- la filmación, Thierry Meyssan ya había mostrado una serie de pruebas que parecían poner en solfa la versión oficial del incidente. Diversas fotografías que se convirtieron en argumento de peso para sostener sus tesis.
Los testigos del atentado
Pero vayamos por partes. Cuando las dudas sobre los hechos del Pentágono emergieron -seis meses después de la tragedia- decidí rescatar el inmenso archivo documental que reuní sobre los atentados. En concreto, centré la búsqueda en las informaciones que se ofrecieron minutos y horas después de los sucesos. Y en ellas hemos encontrado pistas más que sospechosas.
Recordará el lector que cuando se produjo el atentado sobre el Pentágono -a las 9.43 horas de la mañana- el planeta llevaba una hora estremecido con las imágenes del Word Trade Center. Los primeros teletipos informaban no del estrellamiento de un avión, sino de una explosión en el interior del Pentágono. Luego se hablaría de dos deflagraciones, e incluso de un camión-bomba. La existencia de un avión involucrado sólo aparece una hora después de los hechos, cuando la cadena de televisión ABC alude a un testigo que observó «un pequeño avión sobrevolando el Pentágono.» Sólo entonces, esta tesis cobra fuerza y se recuerda que a las 9.10 horas se había perdido el rastro de un avión que había despegado desde el aeropuerto Dulles de Washington rumbo a Los Ángeles. Al parecer -según informaciones posteriores- el avión dio media vuelta cuando se encontraba sobre Ohio, dirigiéndose de nuevo hacia la capital. En ese momento, se pedió su señal por radar.
Sin embargo, los testigos del incidente de Washington brillan por su ausencia. Katty Kay , corresponsal en la capital de Estados Unidos del diario The Times , es quien recoge los primeros testimonios. Uno de ellos es el de Alan Graham , que estaba aparcando su coche a 300 metros del gigantesco edificio cuando «oí un tremendo ruido; pensé que se trataba de un avión que pasaba sobre mi coche hacia el aeropuerto.» Pero Graham sólo oyó el avión… No lo vió.
Tampoco observó el supuesto avión otro de los testigos presenciales, el asesor del Partido Demócrata Paul Begala : «Ví una gran bola de fuego anaranjada» , diría. «Como la estela de un avión» , añadiría Dave Winslow , reportero de la agencia de noticias Associated Pess . Ninguno de ellos -insisto- vio un avión… Y quienes lo vieron, no dudan en calificarlo de «pequeño», como informaría un testigo ocular a la ABC. Otro, Michael Kelly , explicaría a la cadena competidora -la CBS – lo siguiente: «Ví un avión que venía por encima, a muy baja altura, y lo próximo que vi fue una tremenda explosión. Era un avión pequeño» . Lo que no pudo precisar es si ese avión impactó o no contra el edificio; nadie asistió a esa escena. Ni siquiera un testigo perfectamente ubicado, el periodista español Javier Sierra (no confundir con el antiguo coordinador internacional de Año/Cero y actual director de Más Allá).
Sierra se encontraba junto al río Potomac, tomando un café en una terraza y leyendo la prensa: «Absorto en mi lectura, pasaron los minutos casi sin enterarme. De repente, oí el ruido efímero de motores de avión, seguido de una enorme explosión que conmocionó a personas y objetos por igual. Me asomé hacia la derecha y vi una bola de fuego naranja mezclada con una espesa nube de humo negro levantarse sobre lo que todos sabíamos que era el Pentágono.» Sin embargo, tampoco fue testigo directo del impacto del avión. Sencillamente, no los hubo.
De acuerdo a la versión oficial, en un principio, el avión parecía dirigirse hacia la Casa Blanca. Sin embargo, prosiguió su rumbo -en dirección hacia la cara del Pentágono en donde se encuentran las oficinas de los altos cargos- y al superar el río Potomac efectuó un giro para estrellarse en la cara opuesta, justo en un sector del edificio que casualmente, en contra de lo que afirmaban las primeras informaciones, estaba prácticamente desocupado, puesto que había sido reformado recientemente y los funcionarios aún no se habían ubicado en las oficinas.
Pero un análisis crítico de los hechos vuelve -nuevamente- a traicionar la versión oficial. De acuerdo a los datos ofrecidos por el Gobierno de los Estados Unidos, el avión efectuó tras sobrevolar el río un giro de 180 grados… a casi 700 kilómetros por hora de velocidad. Así pues, esta maniobra se habría realizado a 10 G, una aceleración en contra de la gravedad que no puede ser asumida por piloto alguno. Para que nos hagamos una idea, un F-16 puede ejecutar maniobras de hasta 9 G, el límite de lo que soporta un cuerpo humano. Un Boeing, claro está, no puede emular tal maniobra y, mucho menos, un piloto sin experiencia. «Además, la maniobra, según los pilotos consultados, habría hecho perder al piloto el mando del avión» , asegura Joe Vials , un investigador privado que ha estudiado los hechos del pasado 11 de septiembre, concluyendo que es harto improbable pensar que el piloto suicida, tras el brusco giro, hubiera sido capaz de enfilar el Pentágono a baja altura en una maniobra de aterrizaje, cuando según el FBI fueron precisamente los aterrizajes y despegues lo que menos importaba a los suicidas cuando se instruyeron en escuelas de vuelo.
Casualmente, el único testigo de los acontecimientos que narra una versión coincidente con la oficial es el capitán del Ejército Lincoln Liebner . Aseguró horas después de los hechos que vio el avión de Americam Airlines, que primero chocó contra un helicóptero y luego contra el Pentágono. Nada de esto, sin embargo, se observa en la filmación de los hechos…
Pero las pruebas más rotundas a este respecto -y en las que Thierry Meyssan- sostiene sus dudas, son las fotográficas. De los análisis de las imágenes se deducen las siguientes conclusiones:
Primero-. En un principio, se informó que el impacto del avión había afectado a cuatro de los cinco anillos del Pentágono (el edificio está formado por cinco pentágonos concéntricos, a cual de ma yo r perímetro). Dicha información no es verídica, pues las imágenes muestran que sólo el primer anillo quedó colapsado o derrumbado. La otra parte del edificio dañada lo fue por culpa del posterior incendio.
Segundo-. El impacto de un avión de cientos de toneladas debería haber provocado el derrumbe de la fachada. De hecho, en las imágenes ofrecidas por los medios de comunicación, el lugar del impacto aparece derruido. Sin embargo, el colapso se produjo por acción del incendio posterior y no a causa del impacto. Las primeras imágenes muestran el sector afectado por el presunto impacto en pie. No hay en dichas imágenes más que daños estructurales exteriores y focos ígneos. Pero el edificio -insisto- quedó en pie tras la explosión. Es más: el Boeing 757 que se habría estrellado mide 13, 6 m. de altura, y sin embargo, en las imágenes tomadas tras el suceso, sólo la primera planta -de cinco metros de altura- parece afectada, cuando el epicentro del impresionante golpe debería haberse producido como mínimo entre la segunda y tercera planta.
Tercero-. El sector dañado por el impacto o la explosión mide 19 metros de ancho y 15 de profundidad. Sin embargo, la envergadura del Boeing que se habría estrellado es de 38 metros y su longitud de más de 47. Es difícil comprender que una fortaleza de tales características hubiera provocado un desperfecto tan pequeño. En todo caso, si el avión hubiera chocado sin penetrar en el edificio como sí lo hicieron los que impactaron contra las torres gemelas, miles de toneladas de fuselaje habrían quedado esparcidas. No se encontró, sin embargo, pieza de fuselaje alguno: «Para decirlo de otra forma no hay trozos del fuselaje, ni nada parecido. Saben, preferiría no hablar del tema, tenemos numerosos testigos oculares, que están en capacidad de informarles en cuanto a lo que pasó con el aparato al acercarse. Por lo tanto no sabemos» , señaló al día siguiente de los hechos Ed Plauger , capitán de bomberos que comandó las operaciones de rescate.
Cuarto-. De haber llegado a ras de suelo, el Boeing, en el terreno colindante al sector del Pentágono en donde se produjo el incidente, la hierba habría quedado en mero recuerdo y todo alrededor estaría arrasado. En las fotografías, apenas se observa nada. Es más, Meyssan señala que dichas imágenes «muestran cómo sobre la hierba intacta se vertieron toneladas de tierra… ¿por qué?» El investigador francés sospecha que para ocultar pruebas…
Pero… ¿Qué habría ocurrido con el avión?
Todos los indicios apuntan a que no se estrelló un Boeing contra el Pentágono. Sin embargo, los pasajeros del vuelo 77 de American Airlines fallecieron, y esto también está claro. Entonces, ¿qué ocurrió con el avión? Veamos. Se sabe que las anomalías en los vuelos fueron detectadas desde poco después de producirse los secuestros. De hecho, el cuarto vuelo en cuestión, el 93 de United Airlines , teóricamente se estrelló en Pennsilvannia tras una rebelión a bordo de los pasajeros contra los secuestradores. Sin embargo, la caída del avión se produjo después de que se diera la orden ejecutiva de abatir cualquier avión en vuelo, puesto que tras los atentados de las torres gemelas se tomó la decisión de suspender todos los que ocupaban espacio aéreo norteamericano. La posibilidad de que el vuelo 93 hubiera sido abatido por los F-16 que partieron de sus bases es más que una sospecha. De hecho, sólo con repesar los acontecimientos de aquel día nos damos cuenta de que se informó sobre la intercepción en vuelo del avión… Evidentemente, la decisión de abatir el avión -con 45 personas a bordo- que presumiblemente tenía por objeto provocar una nueva tragedia, si de por sí es difícil de tomar, más difícil es -aún siendo comprensible- de admitir públicamente.
¿Acaso ocurrió lo mismo con el vuelo 77? El avión podría haber sido abatido sobre las miles de hectáreas despobladas que existen cerca de Washington y que por motivos de seguridad no pueden ser sobrevoladas por aeronave alguna y que están restringidas al público. Nadie se habría dado cuenta de ello. Es más, las dos llamadas que hizo a su marido Barbara Olson , comentarista de la CNN que viajaba en el avión, están en entredicho, según atestigua Joe Vials. De hecho, parece que no hay pruebas de registro alguno de que se hubieran producido. Es más, según diversas informaciones oficiales, dichas llamadas fueron efectuadas al procurador general Ted Olson desde el teléfono público del avión. Sin embargo, en el momento de ser realizadas el avión debería se encontraba por debajo del techo de cobertura para este tipo de llamadas… Siendo dichas comunicaciones técnicamente imposibles, cabe preguntarse si de verdad se produjeron.
Joe Vials y otros estudiosos sospechan que, probablemente, un misil pudo provocar el suceso del Pentágono. De hecho, los testimonios visuales que hablan de un objeto en llamas o de una estela -e incluso el ruido ensordecedor propio de los misiles- encajan con esta versión de los hechos. También el impacto de un misil -de pocos metros de longitud- se ajustaría al destrozo provocado en la fachada del Pentágono y con lo que se observa -un pequeño objeto alargado- en la filmación filtrada el pasado 7 de marzo.
En definitiva, la hipótesis del misil parece mucho más ajustada a las pruebas existentes que la del avión de pasajeros. Eso sí, sólo faltaría saber si dicho misil impactó de forma accidental contra el Pentágono o si, por el contrario, fue algo intencionado con objeto de edificar una hipótesis alternativa para desviar la atención de los medios sobre el derribo intencionado del vuelo 77… A fin de cuentas, podrían argumentar, despojándose de escrúpulos los defensores de esta última posibilidad, que muy pocas personas fallecieron en el interior del Pentágono… Las primeras informaciones hablaban de siete heridos, luego de ocho muertos y finalmente de 800, pero hoy por hoy, oficialmente, se trató sólo de medio centenar.
Una trama financiera precedió a los atentados
Ralph Shoenman , quien fuera secretario personal de Bertrand Russell y quien tuviera una participación directa en la investigación del fiscal Jim Garrison cuando éste quiso demostrar la participación de un sector del poder político en la muerte de Kennedy , es uno de los estudiosos que con más interés ha indagado en los hechos del 11 de septiembre de 2001. Asegura que el gobierno de los Estados Unidos «bajó la guardia» en las horas previas a los atentados para facilitar las acciones de los terroristas. E indica que el objetivo no era otro más que facilitar con la subsiguiente reacción -el ataque a Afganistán- los intereses económicos de Estados Unidos en el exterior, y de paso, los particulares del clan familiar del presidente George Bush Jr .
Thierry Meyssan baraja la misma tesis, sin dejar de considerar que el suceso del Pentágono pudo haber sido provocado directamente por un sector del ejército sirviendo oscuros intereses. Sin embargo, su propuesta -una bomba- ha perdido peso con la aparición de la filmación antes citada. Sin embargo, el fondo de las cuestiones que plantea sigue en pie. De hecho, el colectivo que dirige presentó el 16 de noviembre un demoledor informe que nadie hasta ahora ha sido capaz de debatir y que demuestra la existencia de una trama financiera previa a los acontecimientos del 11 de septiembre.
Seis días antes, las acciones de United Airlines y American Airlines , las compañías aéreas cu yo s aviones fueron secuestrados, perdieron de un tirón respectivamente el 42 y el 39 por ciento de su valor. Además, las opciones de compra sobre los valores de empresas asentadas en el WTC como Mogan Stanley o Merrill Lynch & Co. se multiplicaron por 12 y por 25 respectivamente. Según denunciaría días después de los hechos de Nueva York y Washington la Comisión de Control de Operaciones Bursátiles de Chicago, la operación reportó a los «iniciados», que es como dicha comisión denomina a quienes poseen información privilegiada para operar en bolsa, más de 16 millones de de dólares de beneficio. Si los datos se extienden al resto de compañías afectadas que vivieron sobresaltos en sus acciones en los días previos a los atentados, los beneficios alcanzan varios cientos de millones: «Es el más importante delito por aprovechamiento ilícito de informaciones privilegiadas jamás registrado» , indicó en su informe la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCPO).
De inmediato, las sospechas se centraron en Bin Laden y su productivo entramado financiero: él mismo se habría beneficiado de los atentados. Pronto se descubrió que la sociedad Alex Brown había gestionado la ma yo r parte de las operaciones que tantos dividendos proporcionó a los «iniciados», cu yo s nombres quedaron protegidos como consecuencia del modo en que se efectuaron las maniobras. Pocos después, el FBI fue apartado de las investigaciones oficiales para aclarar el hecho… ¿Por qué?
La Red Voltaire parece haber dado con la respuesta. El grupo Alex Brown está gobernado por el capitán Krongard , actualmente el número tres de la CIA. Por su parte, la participación ma yo ritaria en Carlyle corresponde al grupo United Defence Industries , undécimo vendedor de armas en el mundo y a cu yo mando está el clan del presidente Bush. Además, y por si fuera poco, Meyssan ha demostrado la existencia de vínculos comerciales muy estrechos y actuales entre la familia Bush y el Saudí Bin Laden Group , la mayor empresa de Arabia Saudí, fundada y dirigida por el clan familiar de Bin Laden. De hecho, no deja de ser llamativo que el patriarca del clan falleciera en 1988 en un misterioso accidente aéreo a bordo de un avión en el cual George Bush padre había montado en numerosas ocasiones para gestionar su devenir económico. Hoy, Bush Sr. seguiría mandando en Carlyle . La investigación ha llegado a una conclusión terrible: «George Bush padre, podría ser, entonces, uno de los afortunados beneficiarios de las maniobras bursátiles ligadas a los atentados del 11 de septiembre» , concluye el informe francés.
Además, cabe recordar que en 1996 el Departamento de Energía de los Estados Unidos elevó informes sobre la idoneidad de construir un oleoducto que atravesara Afganistán y el resto de Asia Central para transportar petróleo desde la cuenca del Caspio al resto de Asia. Dos años después, se vuelve a insistir en esa imperiosa necesidad. En Turkmenistán y Pakistán parecen dispuestos entonces a favorecer los intereses petrolíferos de Estados Unidos, algunas de cuyas ma yo res empresas del sector están dirigidas por George Bush padre. Quienes sí parecen más opuestos a los intereses norteamericanos son los afganos del régimen talibán, hasta entonces afín a Estados Unidos. De hecho, está documentado que Bin Laden y sus combatientes fueron entrenados por la CIA a través de los servicios secretos pakistaníes para liberar al país del dominio soviético. Pero a partir de entonces, la situación cambia de forma radical. A mediados de 2001, el secretario de asuntos exteriores de Pakistán, Niaz Naik especula con una posible intervención norteamericana en Afganistán que abriría el paso al oleoducto. Y predice que dicho ataque podría tener lugar en los últimos meses del año…
En este mismo sentido, no deja de ser sospechosa otra de las revelaciones que hace Thierry Meyssan. Al parecer, en julio de 2001, la cuenta bancaria del supuesto terrorista Mohamed Atta engorda en 100.000 dólares. La transferencia, de acuerdo al diario Times de la India, la efectúa el general Ahmed Mahmud … el director de los servicios secretos pakistaníes.
Bajo esta perspectiva, los sucesos del 11 de septiembre se antojan como orquestados desde el interior del entablishment norteamericano. Las empresas petrolíferas y armamentísticas de los Estados Unidos resultaron ser las más beneficiadas con la tragedia, puesto que el ataque terrorista -repleto de sombras y preguntas sin responder- desencadenó una guerra que favoreció los mentados intereses. Además, la trama financiera hinchó los dividendos de las compañías participadas por los Bush. Con todos estos datos -y otros muchos en la misma línea que por cuestiones de espacio resulta imposible exponer- las dudas parecen más que justificadas… ¿Sabremos algún día qué hubo detrás de los atentados del 11 de septiembre de 2001?
Por Bruno Cardeñosa
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