11-S

11 de Septiembre

 

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Como cualquier persona en los Estados Unidos y en el resto del mundo, comparto esta profunda consternación por la muerte de miles de personas.

Pero conforme escucho a la gente que me rodea, me voy dando cuenta de que la ira y el temor que yo siento es muy diferente, porque mi más inmediata indignación se dirige hacia los dirigentes de este país y mi temor no es sólo por la seguridad de los americanos sino también por la de la población inocente del resto de países.

Aunque no debiera hacer falta decirlo, lo diré: Los actos de terrorismo que han segado la vida de civiles en Nueva York y en Washington son reprobables e indefendibles; tratar de defenderlos equivaldría a renunciar a la propia humanidad. Al margen de las motivaciones de los atacantes, el método queda fuera de toda discusión.

No obstante, esta acción no ha sido más despreciable que los actos terroristas masivos — el asesinato deliberado de población civil por motivos políticos — que los Estados Unidos de América vienen cometiendo a lo largo de toda mi vida. Desde hace más de cinco décadas, EE.UU.. deliberadamente ha perseguido objetivos civiles o ha estado involucrado en un tipo de violencia tan indiscriminada en el Tercer Mundo que no cabe entenderla más que como terrorismo. Y ha secundado actos terroristas similares de sus estados clientes. Si esta aseveración le resulta ultrajante, pregunte al pueblo de Vietnam. O Camboya y Laos. O Indonesia y Timor Oriental. O Chile. O Centro América. O Iraq o Palestina.

La lista de los países y las gentes que han sufrido en sus propias carnes la violencia de este país es interminable. Civiles vietnamitas bombardeados por EE.UU. Civiles timorenses asesinados por un aliado de EE.UU. con armas proporcionadas por EE.UU. Civiles nicaragüenses asesinados por un ejército terrorista auspiciado por EE.UU. Civiles iraquíes asesinados por el bombardeo indiscriminado de las infraestructuras de todo un país.

Por consiguiente, mi indignación hoy se dirige no sólo hacia los individuos que urdieron la tragedia del 11 de septiembre, sino contra todos los que se han servido de su poder en los EE.UU para urdir ataques igualmente trágicos contra la población civil. Mi indignación es fruto de la hipocresía de las autoridades estadounidenses al hablar de su compromiso para con elevados ideales, como cuando el presidente Bush aludió a «nuestro firme compromiso para con la justicia y la paz».

Al presidente, sólo puedo decirle: Las voces acalladas de los millones de personas asesinadas en el Sudeste Asiático, en Centro América, en Oriente Medio, como consecuencia directa de la política de los EE.UU. son la más rotunda evidencia de nuestro compromiso para con la justicia y la paz.

Pese a que esa ira me acompañó ora sí ora no a lo largo de la jornada, ésta no tardó en convertirse en temor, pero, no precisamente por miedo a «cuál sería el próximo objetivo del ataque terrorista», como se preguntaba todo el mundo a mi alrededor. Yo, en cambio, casi de inmediato me enfrenté a la cuestión: «¿Cuándo se producirá la represalia estadounidense, la cual a buen seguro no tendrá consideración alguna por las bajas que su ataque pueda ocasionar entre la población civil?» Hubiera preferido que la pregunta hubiese sido, «¿Tomará represalias EE.UU.?» Pero si la historia sirve de guía, tan sólo es cuestión de cuándo y dónde.

De modo que, la cuestión es qué civiles serán lo suficientemente desgraciados como para hallarse en la trayectoria de las bombas y los misiles que los EE.UU. van a soltar. La última vez que EE.UU. respondía a los ataques terroristas de sus embajadas en Kenia y Tanzania en 1998, fue la población civil inocente de Sudan y Afganistán la que pagó el plato. Se nos dijo por aquél entonces que tan sólo se atacarían objetivos militares, si bien el objetivo en Sudan resultó ser una fábrica de productos farmacéuticos.

Según seguía los acontecimientos en la televisión durante todo el día, vi que el discurso de la venganza flotaba en el ambiente; según las voces de algunos de los «expertos» en seguridad nacional, la población estaba sedienta de venganza. Incluso algunos periodistas no pudieron sustraerse a la idea; especulando con la posibilidad de una potencial respuesta militar, Peter Jennings de ABC News aseguraba que «la respuesta tendría que ser masiva» » en pro de la eficacia.

No olvidemos que una «respuesta masiva» aniquilará a personas humanas y que si el proceder de los EE.UU. en el pasado sirve de modelo, asesinará a inocentes. Personas inocentes, como las que albergaban las torres de Nueva York y los aviones secuestrados. Adoptando la expresión del presidente Bush, «madres y padres, amigos y vecinos» serán sin duda las víctimas de una respuesta masiva.

Si realmente pretendemos defender que somos gente decente, nuestras lágrimas no deben fluir sólo por las personas de nuestro país. Las personas son personas, y la tristeza que se reserva tan sólo para aquellos que se hallan dentro de unos límites políticos específicos niega la humanidad del resto de las personas.

Y si queremos ser gente decente, debemos todos a una exigir de nuestro gobierno — gobierno que un gran hombre de paz, Martin Luther King Jr., una vez describiera como «el máximo exponente de la violencia en el mundo » — que ponga aquí punto y final a la demencia.

Por Robert Jensen

Traducido por Marcel Coderch

 Fuente: Zmac

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