Los sufís de Al-Andalus 2 – Por Ibn Arabi

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Abu al-‘Abbâs b. Tâjah

 


Este hombre del esfuerzo espiritual (ijtihad) siempre tuvo el Corán entre sus manos hasta su muerte.

No podía contener sus lágrimas cuando oía recitar el Corán. Cada vez que nos reuníamos me pedía que le recitara. Los rigores de la ascesis habían debilitado y alterado su cuerpo y sus ojos estaban irritados por las lágrimas. Ni una sola vez faltó al salat en común de los viernes.

 El tiempo que me concedía para sentarme con él en la mezquita de al-Hamral  se situaba entre el mediodía y el final de la sobremesa. Le recitaba el Corán, pues su vista se había vuelto demasiado débil para que él mismo pudiera leer. Allah le hizo expresar muchas veces mis propios pensamientos por su boca.

Cuando le llamaban por su nombre, no movía la cabeza ni prestaba la menor atención a la persona hasta que hubiera saludado adecuadamente y expresado su intención de hablar. Cuando daba un consejo, empleaba las mismas palabras del Corán. Siempre invitaba a la meditación del Libro y decía que de él debía sacarse toda la ciencia: «El conocimiento es una luz que no se puede obtener más que de esa luz por excelencia que es el Corán.

 De igual forma que una lámpara se enciende con otra, así se obtiene el conocimiento del Corán, una luz a partir «de una luz sobre luz». Hijo mío, Allah nos ha enseñado que El es la Luz de los cielos y de la tierra, para que podamos sacar de El nuestras luces; por ello, debemos buscar la luz en su fuente verdadera».

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