Los sufís de Al-Andalus – Por Ibn Arabi
ABÛ YAHYÂ AC-CINHÂJÎ
Era un ciego anciano que había sido imán en la mezquita de Zubaydi hasta su muerte. Lo enterramos en Almonteber y pasamos la noche sobre su tumba.
Le frecuenté y le vi siempre aplicado a las obras de adoración; era un hombre que tenía sólidos conocimientos en las disciplinas y ciencias espirituales. Nunca le vi sentarse en otra parte que no fuera un pequeño taburete.
Murió entre nosotros en Sevilla, ¡que Allah tenga misericordia de él! y, así, tuvimos la prueba de su carisma. El viento no dejaba nunca de soplar en la montaña en la que lo enterramos; aquel día, Allah aplacó el viento. La gente consideró eso como un buen presagio y fueron a pasar la noche sobre su tumba para recitar el Corán. Cuando abandonaron la montaña, el viento volvió a soplar como antes.
Yo era, como se sabe, uno de sus compañeros. Era de los que llevan una vida errante (min ahl as-siyâhât), viajaba sobre todo a lo largo de las costas, buscando aislarse de los hombres.