Los sufís de Al-Andalus – Por Ibn Arabi

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ABÛ ‘ABDALLÂH MUHAMMAD B. JUMHÛR

Este hombre, contemporáneo de Abû ‘Alî ash- Shak kâz y de Abû ‘Abdallâh al-Khayyât, de quien acabo de hablar, era muy dado a las prácticas de devoción. Había estudiado el Corán y la lengua árabe, pero no la poesía. Abû al-Hasan al-’Uthmânîme contó que un día, cuando era joven, leía el Corán a su shaykh cuando el sonido de un tamboril empezó a escucharse. El shaykh se puso entonces los dedos en sus oídos y se sentó en silencio. Después de un rato, preguntó si el ruido había cesado. Al responderle que no, se levantó, tapándose los oídos y se retiró a su casa, pidiendo a Abû al-Hasan que le siguiera para que prosiguiera su lectura. Siempre que oía la voz de un mendigo en una mezquita o de alguien que recitaba el Corán con la misma finalidad, se tapaba los oídos.

Hasta su muerte, fue de esos que se inclinan y se prosternan. Fuerte de corazón, pero débil de cuerpo, con la tez pálida, se mostraba muy duro con su alma. Cuando le decían que fuera más benévolo con ella, él respondía que para (merecer) la benevolencia (de Allah) (rifq) era preciso hacer esfuerzos. Durante la noche, permanecía de pie y recitaba pasajes del Corán hasta que se caía de cansancio. Sólo entonces se tumbaba para dormir y decía al acostarse: “Oh, mejilla mía, aunque ahora te apoyas tan blandamente, después de la muerte te apoyarás sobre la piedra dura”.

Entonces se levantaba de un salto, como mordido por una serpiente y permanecía sobre su tapiz del salat (acto de postración que realiza el musulmán) hasta el amanecer.

Murió en la época en que tenía como maestro a Abû Ya’qûb a1-Kûmî. Cuando le bajaron a su tumba, vi algo sorprendente: Allah había puesto una gran piedra en la fosa. Al percatarse alguien de ello, el que bajó el cuerpo tomó la piedra y la colocó bajo su mejilla. De ese modo Allah había confirmado lo que él se decía a sí mismo al acostarse.

Huía del mundo, le gustaba el recogimiento (khal qah) y la vida solitaria en el escrúpulo piadoso (wara’) y en el desapego (zuhd). Era un Cognoscente por Allah (‘Arif hi-lláh) que se mantenía junto a El; ponía mucho empeño en sus actividades espirituales y buscaba la Entrega. A a las Gentes de Allah y a las Gentes del Corán.

Allah se lo llevó de este mundo cuando todavía era joven, en la flor de la vida y en la cima de su esfuerzo. A veces decía a su alma: “No habrá cese para mi trabajo ni para el tuyo hasta que me muera”. Nadie le superaba en prácticas de devoción.



Ad-Durrat   al-fâkhjrah

Había crecido desde su infancia en la adoración a Allah. Estaba instruido en jurisprudencia, en la recitación del Corán y en la lengua árabe. Siempre que se marchaba de viaje con otros, insistía en ser el jefe y en que todos le obedecieran, cosa que ellos siempre aceptaban. Su única intención era cargar con sus pesos y aliviarlos.

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