Fadwa Tuqán

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Poesía

Palestina

 

“No lloraré”

 

A las puertas de Yafa, amigos míos,
y entre el caos de escombros de las casas,
entre la destrucción y las espinas,
dije a los ojos, quieta:
Deteneos… Lloremos sobre las ruinas
de quienes se han marchado, abandonándolas.
La casa está llamando a quien la edificó.
La casa está dando el pésame por él.
Y el corazón, deshecho, gime
y dice:
¿Qué te han hechos los días?
¿Dónde están los que antes
te habitaban?
¿Has sabido de ellos?
Aquí soñaron, sí,
aquí estuvieron,
y trazaron los planes del mañana.
Mas, ¿dónde están los sueños y el mañana?
Y, ¿dónde,
dónde ellos?
Los restos de la casa no dijeron palabra.
Allí, habló sólo la ausencia,
el callar del silencio, el abandono.
Allí se amontonaban los búhos y los fantasmas,
extraños en los rostros, las manos y la lengua;
en su entraña metiéndose,
en ellas extendiendo sus orígenes.
Allí…
Y tantas cosas más…
Mientras el corazón se ahogaba de tristezas.
¡Amadísimos míos!
Me limpié de los párpados la niebla gris del llanto
para ir a vuestro encuentro.
En mis ojos había
una lumbre de amor y de esperanza
en vosotros, el hombre, y en la tierra.
¡Ay, vergüenza, si me hubiera acercado a vuestro
encuentro
con el párpado trémulo, mojado,
y el corazón desesperado y roto!…
Aquí estoy, amados míos, con vosotros;
a coger una brasa de vosotros;
a tomaros, ¡candiles de la noche!,
una gota de aceite para mi lámpara.
Aquí estoy, amados míos,
con mi mano tendida hacia la vuestra;
bajando mi cabeza, aquí, ante las vuestras;
elevando la frente, con vosotros, al sol.
Aquí estoy, con vosotros,
fuertes como las rocas de nuestros montes,
y aquí estáis vosotros,
dulces como las flores de nuestra tierra.
¿Cómo van a aplastarme las heridas?
¿Cómo podrá aplastarme la desesperación?
¿Cómo voy a llorar ante vosotros?
Juro, a partir de hoy, no llorar.
¡Amadísimos míos!
El alazán del pueblo ha superado
el tropiezo de ayer,
y, tras el río, los héroes se yerguen.
Escuchad muy atentos, que el alazán relincha
confiado en su asalto;
que ya escapa al asedio de la oscura desgracia,
y corre hacia su puesto sobre el sol;
mientras compactos grupos de jinetes
le bendicen y le juran devoción,
le rocían con humo de limpias cornalinas,
con sangre de corales,
le dan de sus despojos copiosísima alfalfa,
y le aclaman, lanzado:
¡Corre al ojo del sol!
¡Corre, alazán del pueblo!
Que tú eres la señal y el estandarte,
y nosotros la cohorte que te sigue.
Ya no puede pararse la marea,
la pasión y la ira;
ya no puede caer en nuestras frentes,
sin luchar, el cansancio;
ni quedaremos quietos,
hasta haber expulsado a fantasmas y sombras.
¡Amadísimos míos!… ¡Candiles de la noche!
¡Hermanos en la herida!
¡Oh, semilla del trigo,
levadura secreta!
Él muere para darnos.
Aquí, nos da,
y nos da.
Yo ando vuestros caminos,
y heme aquí, ante vosotros.
Junto y lavo las lágrimas de ayer,
y me planto, lo mismo que vosotros, en mi tierra y mi
patria.
Lo mismo que vosotros, voy sembrando mis ojos
en la senda del sol y de la luz.

Fadwa Tuqán

 

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