Los Secretos del Corazón

letras_fuego

LAS LETRAS DE FUEGO

Grabad sobre la placa de mi sepulcro:

«Aquí yacen los restos de quien escribió

su nombre en agua». KEATS.

¿Este es el fin de las noches?

¿Así nos extinguimos bajo los pies del destino?

¿Así nos doblegan los siglos y no nos guardan más que un nombre que escriben sobre sus páginas, en agua en vez de tinta?

¿Se apagarán aquellas luces y desaparecerán aquellos amores?

¿Se esfumarán aquellas esperanzas?

¿Destruirá la muerte todo lo que edificamos, o dispersará el viento todo lo que decimos?

¿Y la sombra cubrirá lo que hacemos?

¿Es esta la vida?

¿Esun pasado que se fue y desaparecieron sus restos? Es un presente que corre siguiendo el pasado, o es un futuro misterioso hasta tanto se haga presente o pasado?

¿Desaparecerán todos los placeres de nuestros corazones y todas las tristezas de nuestras almas sin saber su resultado? ¿Así debe ser el hombre, cual espuma de mar que al roce de la ventisca se desvanece y se apaga como si no hubiera existido?

¡No por mi vida! La verdad de la Vida es una vida cuyo principio no está en el pecho y cuyo fin no es el sepulcro. Estos no son más que unos instantes de una vida eterna.

Nuestra vida mundana, como todo lo que contiene, es un sueño a la par del despertar que llamamos la muerte horrorosa. Un sueño, pero todo lo que en él hemos visto y hecho quedará eterno en la perpetuidad de Dios.

La brisa lleva cada sonrisa y cada suspiro de nuestros corazones y guarda el eco de cada beso nacido del amor. Los ángeles cuentan cada lágrima que la aflicción vierte de nuestros ojos; y los espíritus que vagan en el infinito devuelven cada canción que la alegría ha improvisado en nuestras sensibilidades. Allí en el mundo venidero veremos la tristeza y sentiremos las vibraciones de nuestros corazones; allí recordaremos la esencia de nuestra idolatría, que despreciamos ahora, incitados por la desesperación.

El extravío que aquí llamamos debilidad aparecerá mañana como un necesario eslabón para completar la cadena de la vida del hombre.

Los trabajos penosos que no nos compensan, vivirán entre nosotros y publicarán nuestra gloria.

Las desgracias y los infortunios que soportamos serán aureolas de nuestro orgullo.

Eso… y si hubiera sabido Keats, aquel ruiseñor melodioso, que sus canciones aún siguen infundiendo el espíritu

del amor a la belleza en el corazón de los hombres, habría exclamado:

Grabad sobre la placa de mi sepulcro:

«Aquí yacen los restos de quien escribió

su nombre sobre la faz del cielo con letras

de fuego.»

FIN

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