Jesús, el hijo del hombre 5
Simón Cireneo
Cómo lo ayudé a llevar la cruz
Me dirigía yo al campo cuando lo vi cargado con la cruz y seguido de la multitud, y me agregué a los que iban al lado de él. El peso de su carga lo hizo detenerse varias veces, a medida que sus fuerzas se agotaban. Un soldado me dijo:
-Acércate; eres fuerte y fornido; ayuda a este hombre a llevar su cruz.
Al oír esas palabras mi alma bailó de alegría y aprovechando la ocasión cargué gustoso con la cruz.
Era pesada, por haber sido construida de madera húmeda de pino. Jesús me miró, mientras el sudor de su frente empapaba su barba y me dijo:
-Tú también bebes este cáliz; verdaderamente te digo, que lo apurarás conmigo hasta el fin de los siglos.
Y posó su mano sobre mi hombro y así caminamos juntos hasta la colina del Gólgota. Pero, puesta su mano sobre mi hombro yo no sentía el peso de la cruz; sólo sentía el de su mano, que era cual el ala de un ave. Cuando llegamos a la explanada de la colina, donde todo estaba pronto para la crucifixión, sentí entonces todo el peso de la madera.
Cuando hundieron los clavos en sus manos y pies, no pronunció una sola palabra, ni salió de su boca una sola queja; tampoco tembló su cuerpo bajo los golpes del martillo. Yo creí que sus manos y pies habían muerto y que en ese instante volvían a la vida bañados en su sangre; mas Él anhelaba los clavos como el príncipe su cetro, y quería elevarse hacia lo alto, muy alto.
Mi corazón no tuvo la advertencia de ocuparse de Él, porque la perplejidad llenaba mi ser. Y he aquí el hombre cuya cruz yo había llevado, que se trueca su cruz en mía. Pues si me dicen otra vez: «lleva la cruz de ese hombre», la portaría con mucho gusto, hasta que me conduzca al camino del sepulcro. Pero entonces le rogaría que sobre mi hombro pusiera su mano.
Esto ha pasado hace muchos años, mas toda vez que sigo el surco de mi campo y cuando el sueño trata de apoderarse de mí, pienso en aquel Hombre querido y siento su Mano Alada posarse aquí, sobre mi hombro izquierdo.