Jesús, el hijo del hombre 5
María Magdalena
(Treinta años después)
La resurrección del Espíritu
Nuevamente digo que Jesús triunfó sobre la muerte por la muerte misma; resucitó en Espíritu y Fuerza y caminó en nuestra soledad; visitó el jardín de nuestro amor y de nuestros anhelos.
Él no duerme allí, sobre aquella roca labrada, detrás de aquella mole. Nosotros, los que amamos a Jesús, lo hemos visto con estos ojos a los que Él mismo ha dado la luz, y lo hemos tocado con esas manos que Él enseñó a abrirse y a tenderse. A todos los que no pensáis en Él os conozco; yo era uno de vosotros. Hoy sois muchos, pero mañana seréis menos. Mas, decidme, ¿es necesario quebrar vuestro laúd para hallar la música que encierra? ¿Es menester cortar el árbol antes de tener fe en sus frutos?
Vosotros aborrecéis a Jesús porque un Hombre del Norte dijo que era un Hijo de Dios; mas vosotros os odiáis entre vosotros, porque cada uno de vosotros se cree mucho más que un hermano para los otros.
Vosotros lo detestáis porque unos dijeron que nació de una mujer virgen y no del semen de ningún hombre. Vosotros no conocéis a las madres que se van a la tumba aún vírgenes, ni a los hombres que se dirigen a sus sepulturas ahogados en su sed. Vosotros no sabéis que la Tierra se desposó con el Sol, y que la Tierra es la que nos envía al desierto y a la montaña.
Hay un abismo que bosteza entre los que aman a Jesús y los que lo aborrecen; entre los que creen en Él y los que no creen. Cuando los años construyan un puente entre esas orillas opuestas, sabréis entonces que quien vivió en nosotros no morirá, porque era el Hijo de Dios, de la misma manera como nosotros somos también hijos de Dios; y que Él ha nacido de una mujer virgen, tal como hemos nacido de la Tierra que no tiene esposo.
Es curioso y extraño que la Tierra no diera a los creyentes más que las raíces que se nutren de su seno y alas para elevarse y beber el rocío del espacio.
Mas yo sé que sé, y en esto hay demasiado para mí.