Jesús, el hijo del hombre 4
Juan en Patmos
Jesús el piadoso
Deseo hablar de Él otra vez, pero como Dios me privó de la palabra, me dio en cambio la voz y los labios ardientes; y a pesar de no ser yo merecedor del Verbo perfecto, convoco mi corazón para que se pose sobre mis labios.
Jesús me amó y no sé por qué. Yo lo amé porque Él elevó mi alma por sobre mi cabeza y la bajó a honduras insondables. El Amor es un misterio sacrosanto; los que verdaderamente aman no hallan palabras con qué definir su amor, mas aquellos que no aman creen que el amor es una burla cruel. Jesús me llamó a mí y a mi hermano mientras trabajábamos en el campo. Yo era joven; mis oídos sólo conocían la voz de la aurora, pero su voz puso punto final a mi trabajo y dio inicio a la era de mi amor y fascinación. Para mí sólo quedó, desde entonces, el caminar bajo el sol y adorar la Belleza de la Hora. ¿Puedes aceptar una sublimidad cuya sutileza impide su manifestación, o una belleza cuya luz no llega a nuestros ojos? ¿Podrás escuchar en tus sueños una voz que se avergüenza de su amor?
Jesús me llamó y yo lo seguí. Esa tarde volví a la casa de mi padre para munirme de mi segunda vestidura, y dije a mi madre:
-Jesús el Nazareno quiere unirme a los suyos.
Mi madre me ordenó:
-Sigue su camino como lo siguió tu hermano.
Y seguí a Jesús. Me dio sus órdenes, pero para liberarme solamente, porque el Amor es hospitalario y generoso con sus huéspedes, pero su casa es espejismo y burla para los no llamados.
¿Queréis ahora que os aclare mejor los milagros de Jesús? Somos todos una señal milagrosa del tiempo, y nuestro Señor y Maestro es el punto medio de ese tiempo, mas Él no quiso que nadie lo supiera. Le oí una vez decir al paralítico:
-Levántate y vete a tu casa, pero no digas al sacerdote que yo te he curado.
El pensamiento de Jesús no se hallaba con los paralíticos, sino más bien con los fuertes y los erguidos. Su pensamiento buscó otros pensamientos, y los protegió, y su Espíritu perfecto visitó otros espíritus, y con este acto su Espíritu alteró aquellos pensamientos y aquellos espíritus, lo cual a la gente pareció un gran milagro; pero para nuestro Señor y Maestro era una cosa sencilla como el soplo del viento cotidiano.
Y ahora hablemos de otras cosas.
Un día me paseaba con Él en un huerto: los dos teníamos hambre; así llegamos a un manzano silvestre; en el árbol había dos manzanas; Jesús lo sacudió con sus manos, de tal suerte que cayeron las dos manzanas; las alzó y me entregó una, conservando la otra en su mano. Yo metí diente a la mía y cuando terminé de comerla vi que Jesús tenía aún, la suya en su mano, que me extendió, diciendo:
-Toma y come esta también.
La recibí avergonzado, pero el hambre me incitó a ello. Y mientras caminábamos observando su rostro… ¡Oh! ¿Cómo puedo contaros lo que en Él he visto? Vi una noche en cuyo espacio se quemaban los cirios de un sueño inabordable por nuestros sueños; un mediodía en el que los pastores se alegran mirando pacer su rebaño; una tarde serena y un silencio confortable y encantador; una casa para refugio del espíritu y un dormir tranquilo y un dulce soñar.. Todo eso he visto en su cara.
Me dio las dos manzanas. Yo sabía que Él tenía tanto hambre como yo, y sé ahora que al darme las dos había satisfecho y saciado su hambre, porque había comido y gozado el fruto de un árbol desconocido.
Quisiera contaros otras cosas más, pero ¿cómo me sería posible hacerlo?, porque cuanto mayor es el amor tanto más difícil es explicarlo o definirlo, y cuando la memoria se encuentra muy cargada, se encamina a buscar las honduras calladas.