Jesús, el hijo del hombre 4

Un hombre rico

 

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Los bienes

 

Jesús condenaba a los ricos. Un día le pregunté:

-¿Qué debo hacer, Señor, para poseer la paz del Espíritu? Me ordenó entregar mis bienes a los, pobres y seguirle. Como él no posee nada no conoce lo que hay en el dinero y los bienes de seguridad para la vida y la libertad personal, y el respeto de afuera e interno.

En mi casa hay ciento cuarenta sirvientes y esclavos; algunos trabajan en mis montes y otros dirigen mis naves a tierras lejanas. Si yo le hubiera escuchado, dando a los pobres mi dinero y todos mis bienes, ¿qué habría pasado con mis esclavos y sirvientes y sus respectivas familias? Sin duda alguna se habrían vuelto pordioseros y vagabundos como él y sus acólitos, y en ese estado andarían por las calles de la ciudad y por las galerías del templo.

Ese buen hombre no ha sabido investigar el secreto que rodea al oro, y como él vivía con sus sectarios de la caridad pública, creyó que todos los hombres deberían vivir como ellos. He aquí ahora este secreto contradictorio: ¿Es deber de los ricos dar su fortuna a los pobres; que éstos deban poseer la copa y el pan del rico antes de ser recibidos por ellos, a sus mesas? ¿Es deber o es digno del Señor de la Torre, dar hospedaje a sus amigos sin que primero sea nombrado dueño y señor de la tierra?

La hormiga que guarda su alimento para el invierno, es más sabia que las cigarras, que un día se alegran con sus canciones y otro pasan hambre. Dijo uno de sus secuaces en la plaza pública:

-Sobre el portal del cielo, donde Jesús pone sus sandalias, ningún hombre es digno de poner su cabeza.

Mas yo cuestiono: ¿Sobre el umbral de qué casa pudo aquel vagabundo y simple de corazón dejar sus sandalias, él que no tenía casa ni umbral y con frecuencia andaba descalzo?

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