Jesús, el hijo del hombre 4
Andrés
Los profanos
La angustia de la muerte es, en verdad, menos amarga que la vida sin ella. Se enmudecieron los días y calláronse cuando se apagó su voz. Sólo permanece el eco que devuelve a mi memoria sus palabras, pero no su voz.
Cierto día le oí decir:
-Id al campo en vuestras horas de añoranza y anhelos, y sentaos al lado de los lirios, y los oiréis cantar a los rayos del sol. Los lirios no tejen vestiduras para vosotros, ni cortan madera ni piedra para vuestras casas, sino que entonan sus cantinelas. Y quien trabaja en la noche reemplaza sus necesidades y el rocío de su bondad moja sus pétalos. ¿Y a vosotros no os cuidará también Aquel que no sabe de la fatiga ni sabe dar tregua a su labor?
Otra vez le oí hablar así:
-Los pájaros del firmamento están conformes. Vuestro Padre los protege y los cuenta, lo mismo que cuenta los cabellos de vuestras cabezas. No caerá ningún ave a los pies del cazador; no encanecerá ningún cabello de vuestras cabezas ni caerá al abismo de la ancianidad sin que todo se haga por la voluntad de Él.
En otra ocasión dijo así:
-Os he oído susurrar en vuestros corazones, diciendo: «Es menester que nuestro Dios sea más clemente y piadoso con nosotros, que somos hijos de Abraham, que con esos que no lo conocieron desde el principio». Mas yo os digo: El patrón de la viña que requiere un obrero a la madrugada, para trabajar, y llama otro al atardecer, pagando igual paga a ambos, está libre de toda censura. ¿Acaso no paga de su bolsa y por propia voluntad? Es así como abrirá mi Padre las puertas de su palacio cuando los pueblos vayan a golpearlas. Y las abrirá a cualquiera de vosotros, porque sus oídos gozan con el mismo amor, tanto del nuevo canto como de las viejas canciones a que ya están habituados. Y festeja jubilosamente y de modo particular el nuevo canto porque es la cuerda menor en la cítara de su Alma.
En otra oportunidad habló así:
-Acordaos de estas palabras mías: «El ladrón es un hombre necesitado, el mentiroso es un hombre medroso y el vago a quien le prende el guardián de vuestras noches, es atrapado por el vigía de su misma lobreguez. Deseo que os compadezcáis de todos éstos. Si golpean las puertas de vuestras casas abridlas y convidadlos a vuestra mesa, y si los rechazáis seréis culpables por cualquier acto que cometieran».
Un día lo seguí, como varios otros, hasta la plaza de Jerusalén, y allí nos contó la historia del hijo pródigo, y la del comerciante que vendió todo lo que tenía para comprar una joya. Mientras nos hablaba llegaron los fariseos trayendo una mujer que ellos llamaban «adúltera». La colocaron en medio del gentío y, rodeando a Jesús, le dijeron:
-Esta mujer profanó el voto de fidelidad, cometiendo adulterio. .
Posó Jesús su mano sobre la frente de la mujer pecadora y la miró largamente en los ojos; luego se volvió a los fariseos, y después de observarlos gravemente, se inclinó y comenzó a escribir con un dedo en la arena, los nombres y pecados de los fariseos. Mientras escribía vi que los acusadores se marchaban, unos tras otros, vencidos. Antes de que terminara Jesús no quedaban a su lado más que la mujer y nosotros. Miró nuevamente a la acusada y le dijo:
-Has amado mucho, pero los que te han conducido a mi presencia muy poco han amado, y sólo te trajeron para inmiscuirme en sus ardides. Ahora vete en paz; ya no queda ningún acusador; y si quieres ser tan sensata cuanto eres amorosa, llámame, que el Hijo del Hombre no te juzgará.
Me quedé admirado en ese entonces, sin saber si esto se lo dijo a ella, porque Él mismo no se hallaba libre de pecado. Desde aquel día estudio, investigo y medito. Ahora sé bien que un corazón puro disculpa al hombre esa sed que lo conduce a aguas putrefactas, y que sólo el fuerte puede tender su mano al caído.
Y de cierto digo que la angustia de la muerte es, en verdad menos amarga que la vida sin ella.