Jesús, el hijo del hombre 4
Mateo
Jesús ante los muros de la prisión
Una tarde pasó Jesús por la Torre de David mientras nosotros íbamos detrás de él; de pronto lo vimos detenerse para colocar sus mejillas sobre las piedras de la prisión y exclamar:
-¡Hermanos de mi antiguo día!: mi alma se conmueve con la vuestra detrás de estos muros, y desearía que os libertarais dentro de mi libertad, y marcharais conmigo y con mis compañeros. Estáis prisioneros, mas no estáis solos. ¡Numerosos son los que caminan en las calles amplias, no obstante tener las alas sanas! Son como los pavos reales, aletean pero no vuelan.
«¡Hermanos de mi segundo día!: pronto os visitaré en vuestras cárceles y os ofreceré mis hombros para alivianar vuestras cargas, porque el inocente y el criminal no se separan uno del otro; son cual los dos huesos del brazo, que nunca se separan.
«¡Hermanos de este día de hoy, que es mi día!: habéis nadado contra la corriente de los pensamientos de vuestros enemigos y os aprehendieron. Dicen que también yo nado contra esa corriente, y quizá me lleve pronto hacia vosotros, donde permaneceré como violador de la ley entre sus violadores.
«¡Hermanos de un día que aún no ha Regado!: estos muros caerán y con sus rocas harán muchas formas de casas, las manos de Aquel cuyo martillo es la luz y cuyo buril es el viento. En cuanto a vosotros, os detendréis libres en la libertad de mi nuevo Día.
Así habló Jesús y luego siguió su rumbo. Su mano fue acariciando el muro de la fortaleza hasta que abandonamos la Torre de David.