Jesús, el hijo del hombre 4

De Manus de Pompeya a un griego

 

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Los dioses de los semitas

 

Los judíos son como sus vecinos fenicios y árabes, no permiten descansar un momento a sus dioses sobre las alas de los vientos. Se preocupan demasiado de ellos y disputan por cuestiones de oración, de adoración y de sacrificio.

Nosotros los romanos, mientras tanto, nos ocupamos en construir los templos con piedras de mármol precioso, para nuestros dioses, en tanto vemos a esos pueblos semitas pasar su tiempo discutiendo sobre la naturaleza de su dios. Los romanos, en nuestras horas de amor y pasión por -nuestros dioses, cantamos y bailamos a las puertas de los templos de Júpiter, de Juno, de Marte y de Venus; en cambio ellos, en esas horas visten cilicio y se cubren la cabeza con ceniza, gimiendo y maldiciendo el día en que han nacido.

Mas Jesús, ese hombre que demostró a su pueblo que Dios es un ser que ama la felicidad y el placer, fue perseguido y crucificado por ellos. Esa gente no quiere ser feliz con un dios feliz, y extraño es que los compañeros de Jesús y sus mismos discípulos, que conocieron su alegría y oyeron su risa, adjudiquen una imagen a su dolor y la adoren. Con esa imagen no se elevan hasta su dios, sino que lo rebajan al nivel de ellos mismos.

De todo esto creo yo que ese filósofo de Jesús, que no es muy distinto de Sócrates, tomará pronto en sus manos el gobierno de su país y tal vez extenderá sus doctrinas a otras naciones; porque todos somos seres tristes que tenemos nuestras dudas infantiles. Si alguien nos dijera: «¡Alegrémonos con los dioses!, no titubearíamos en seguirlo. Extraño es, entonces, que el sufrimiento de ese hombre se haya convertido en dogma. Esos hombres quieren dar con un segundo Adonis.

Pero confesemos, como un romano a un griego, que si nosotros estuviéramos en las calles de Atenas, nos asombraría la risa de Sócrates y olvidaríamos la copa de cicuta, aún cuando nos halláramos en el templo de Dionisio.

¿No se detienen nuestros padres, hasta hoy, en las esquinas de las calles, para comentar y hablar de sus males y gozar, por un instante de dicha, del recuerdo del triste final sobre cuyo camino han pasado nuestros grandes hombres?

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