Jesús, el hijo del hombre 4

De la mujer de Pilatos a una dama romana

 

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El amor y la fuerza

 

Andaba yo cierto día, con mis doncellas, en un bosque lejos de Jerusalén, cuando me encontré con él, rodeado de hombres y mujeres. Les hablaba en un lenguaje que yo entendía a medias. Pero el ser humano no necesita de lengua alguna para ver una columna de luz o una montaña de cristal. Así es el alma que entiende lo que no dice la boca y lo que no perciben los oídos. Hablaba a sus amigos sobre el Amor y la Fuerza. Sí, entendí que hablaba del Amor porque en su voz había una dulcísima melodía. Comprendí asimismo que hablaba de la Fuerza, porque legiones y ejércitos avanzaban en sus . gestos. Era gracioso y dulce. No creo que mi propio esposo pueda haber hablado con más autoridad de la que hablaba ese hombre.

Cuando notó que yo iba pasando delante del grupo, se calló un momento y me miró con dulzura. Sentí en ese instante que mi alma se humillaba ante sus ojos y presentí que me hallaba ante un dios. Desde aquel día su imagen me visita en mi retiro; sus ojos se ahondaron en los secretos de mi alma; su voz era poseedora de las quietudes de mis noches. Ahora soy prisionera del encanto de aquel hombre hasta la eternidad; mi salvación está en mis dolores y la libertad está en mis lágrimas.

Tú no has visto a ese hombre, amiga mía, y ya no lo verás; ha desaparecido de nuestros sentidos; mas hoy está más cerca de mí que todos los seres.

 

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