Jesús, el hijo del hombre 3

Neftalí de Cesarea

 

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Un hombre que odia el nombre de Jesús

 

Ese hombre cuyo recuerdo colmó vuestros días y cuya sombra os acompaña en vuestras noches, es la hiel en mi boca; pese a ello, vosotros mortificáis mis oídos hablándome de él, y perturbáis mis pensamientos refiriéndome sus actos. Yo no tolero escuchar nada de lo que ha dicho y, sobre todo, de lo que ha hecho. Tan sólo nombrarlo me molesta tanto como el nombre de su pueblo. No quiero escuchar nada de lo que a él se refiera.

¿Por qué hacéis un profeta de un hombre que no era más que una sombra? ¿Por qué divisáis una torre en un montón de arena y un lago en la concavidad producida por la pisada de un caballo, donde se han amontonado unas gotas de agua? No detesto el eco que repercute en las grutas de los valles, ni las largas sombras que dibujan las horas del ocaso, pero no quiero oír las sandeces ni las manifestaciones que llenan vuestras cabezas; como tampoco quisiera detenerme ante el efecto que podría provocar en vuestros ojos. ¿Qué cosa dijo Jesús que antes no la hubiera dicho Hilel, y qué sabiduría proclama ese Nazareno que no fuera proclamada antes por Gamalael? ¿Qué comparación hay entre sus palabras indecisas y su tartamudeo con la voz de Filón? ¿Qué címbalos él ha tocado sin que, antes que él naciera, no hayan sido tocados por otros?

Oigo el eco que repercute en las grutas de los silenciosos valles, y contemplo las sombras que sobre la tierra dibuja el ocaso del sol, pero no soporto que el corazón de ese hombre encuentre eco en otros corazones, y no admito oír al espectro de los brujos charlatanes llamarse profetas. ¿Quién se atreve a hablar después de Isaías, ni a cantar después de David? ¿Nacerá otra vez la sabiduría, después de haber ido Salomón a reunirse con sus padres? ¿Y qué podemos decir de nuestros profetas, cuyas lenguas eran puñales, y llamas de fuego sus labios? ¿Habrán dejado una sola espiga a este espigador de Galilea, o alguna fruta caída a ese pordiosero del norte?

No supo más que romper para sí el pan que antes que él habían horneado nuestros antepasados, y escanciar el vino de la viña que sus pies santos estrujaron. Yo respeto más al alfarero y no al que compra el ánfora, y venero más a aquellos que están sentados ante sus telares y no a los haraganes que visten sus telas.

¿Quién era ese Jesús el Nazareno y quién es? Es un hombre que no se atrevió a vivir sosteniendo sus ideas; es por ello que encontró su muerte, su único merecido. Por consiguiente, os ruego no mortificar mis oídos con lo que pudo haber dicho y hecho ese hombre. Mi corazón está lleno de gracia de los santos profetas de la antigüedad. Y esto me alcanza.

 


 

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