Jesús, el hijo del hombre 3
Zacarías
La suerte de Jesús
Vosotros creéis por lo que se dice en vuestra presencia, pero más os valdría creer en lo que no se dice, porque lo que calla la gente está más cerca de la verdad que sus palabras. Y me preguntáis si Jesús era capaz de rehuir la tortura de su muerte y salvar a sus discípulos y sus adeptos de la persecución. Yo os contesto que sí, que podía haberse salvado de la muerte si lo hubiera deseado, pero no lo hizo, ni se preocupó en proteger sus rebaños de los lobos de la noche.
Predijo su final y sabía lo que estaba reservado para sus fieles, tanto, que se anticipó en avisarnos lo que sería de cada uno de nosotros. No buscó su destino pero lo aceptó; como el labrador que, al enterrar sus granos en el corazón de la tierra, acepta el Invierno y luego la Primavera y por fin la cosecha; como el albañil que busca la piedra mayor para el cimiento.
Su grupo se componía de hombres venidos de los valles de Galilea y de las quebradas del Líbano. En las manos de nuestro Maestro estaba el reformar con nosotros a nuestra tierra y vivir acompañados de su juventud, en nuestros jardines, hasta que la vejez nos hubiera llevado de nuevo al corazón de los años. Podía habernos dicho: «Voy a Oriente con el Viento del Oeste», y así despedirse de nosotros con una sonrisa en los labios. Sí; podía decirnos: «Volved a vuestros hogares, pues el mundo no está preparado para recibirme. Volveré dentro de mil años; entretanto, enseñad a vuestros hijos a saber esperar mi regreso». Todo eso pudo habernos dicho si hubiese querido, pero sabía que para edificar el Templo invisible le era preciso colocarse Él mismo de Piedra Fundamental en sus cimientos, y luego ser nosotros las piedrezuelas del cemento reforzante.
Sabía también que la savia de su árbol, cuyas ramas se elevan hasta el cielo, no viene sino de sus raíces; por eso vertió su sangre sobre ellas sin pretender hacer con eso algún sacrificio, sino ganar un galardón más. La muerte devela los misterios y la muerte de Jesús reveló el misterio de su vida. Si hubiera huido, habríais triunfado vosotros y sus enemigos al mundo; es por eso que no ha huido, porque ninguno gana todo sin haberlo dado todo. Jesús pudo escapar de la muerte y vivir hasta su completa vejez, pero conocía el giro de las Estaciones y quiso entonar la canción de su alma. ¿Qué hombre armado enfrenta un mundo desarmado y rehúsa vencerlo por corto tiempo, para luego conquistar el mundo y los siglos?
Y ahora ¿queréis saber, en verdad, quién asesinó a Jesús, si fueron los romanos o los sacerdotes de Jerusalén? Sabed que no fueron ellos, mas la humanidad en pleno se ha reunido al pie del Gólgota para tributarle veneración.