Jesús, el hijo del hombre 2
Una viuda de Galilea
Jesús el cruel
Mi hijo, primogénito y único, cultivaba nuestro campo y se sentía muy alegre y conforme en su trabajo, hasta el día en que oyó a aquel hombre que llamaban Jesús predicar a la multitud; entonces se transformó instantáneamente, como si algún espíritu extraño y maligno lo hubiese dominado. Dejó el campo y el huerto, y me dejó a mí también, y se hizo haragán, viviendo entre mendigos: Este Jesús el Nazareno es un individuo malo, pues, ¿qué hombre bueno separa a un hijo de su madre?
Lo último que me dijo mi hijo fue lo siguiente:
-Me voy como uno de sus apóstoles al norte, porque he reconstruido el edificio de mi vida sobre la roca del Nazareno. Tú me has dado a luz y te agradezco tu bondad, pero un deber mayor me obliga a partir. Te dejo nuestro campo fértil y todo lo que poseemos de plata y oro; no llevaré conmigo más que esta ropa y este báculo.
Así me dijo, al abandonarme, mi hijo; pero romanos y sacerdotes tomaron preso a Jesús y lo crucificaron, ¡y qué bien hicieron!, porque el hombre que aleja al hijo de su madre no puede venir de Dios, y quien nos quita nuestros hijos para enviarlos como mensajeros a las ciudades de otras naciones, no es nuestro amigo. Sé que mi hijo no regresará más a mi regazo; estoy segura, porque eso lo he visto en sus ojos. Por eso aborrezco a Jesús el Nazareno, que fue el culpable de que yo quedara sola en este campo ahora yermo, y en este jardín abandonado; y aún aborrezco a las personas que lo ensalzan.
Me dijeron, hace unos días, que Jesús dijo una vez:
-Mis padres y mis hermanos son aquellos que escuchan mi palabras y me siguen.
Entonces, ¿por qué es deber de los hijos dejar a sus madres y seguirlo a él? ¿Por qué mi hijo tiene que olvidar la leche que lo amamantó, por una fuente cuya agua no conoce, y no recordar más la calidez de mis brazos, para ir al país frío del Norte, lleno de luchas y odios? Aborrezco a ese Nazareno y lo aborreceré hasta el fin de mis días, porque me robó mi primogénito y único hijo.