Jesús, el hijo del hombre 2
Una de las Marías
Su tristeza y su sonrisa
Tenía siempre alta la frente. En sus ojos brillaba la luz del Señor. Era a menudo triste, pero su tristeza era un bálsamo para las heridas de los afligidos y desconsolados. Cuando sonreía, era la suya una sonrisa de los que tienen hambre de lo oculto; una sonrisa como polvo de estrellas sobre párpados de niños; era un pedazo de pan en la boca.
Era triste, pero su tristeza era de esas que hacen temblar los labios y al abrirlos se trueca en sonrisa. Era su sonrisa como su velo dorado en el bosque a las horas otoñales, y a veces parecían rayos de luna a la orilla de un lago.
Se sonreía como si sus labios quisieran cantar en el festín de una boda, y a pesar de todo Jesús era melancólico; tenía la tristeza de un alado que no quería volar sobre sus compañeros.