Jesús, el hijo del hombre 1

Un pastor del sur del Líbano

 

 

Un pastor del sur del Líbano
Un pastor del sur del Líbano

Un ejemplo

 

Lo vi por vez primera en los últimos días de verano, caminando en aquel mismo lugar, en compañía de tres de sus discípulos. Era la hora del crepúsculo. De vez en cuando se detenía para contemplar el camino desde un extremo del prado. Yo estaba tocando la flauta en tanto pacía el rebaño junto a mí. Cuando estuvo cerca se detuvo; yo me puse de pie y me encaminé hacia él, deteniéndome en su presencia. Entonces me preguntó:

-¿Dónde está la tumba de Eliseo? ¿Queda cerca de aquí?

-Allá está, Señor, debajo de aquel montículo de piedras -contesté-. Hasta hoy los transeúntes siguen con la tradición de colocar una piedra al pasar.

Me agradeció y siguió su camino acompañado de sus discípulos. Tres días después me dijo Gamalael, que era pastor como yo, que el hombre que pasó por este lugar era un profeta de Judea; mas yo no lo creí. Pero el rostro de aquel hombre no se borró jamás de mis ojos.

Cuando llegó la primavera pasó Jesús por segunda vez por este prado. Venía solo. Aquel día yo no tocaba la flauta; estaba muy triste y el cielo de mi corazón estaba tormentoso porque se me había extraviado un cordero. Cuando vi a Jesús fui hacia él y me detuve callado en su presencia, porque quería ser consolado. Me miró y dijo:

-¿Hoy no tocas la flauta? ¿De dónde proviene esta melancolía que veo en tus ojos?

Le conté que había perdido uno de mis corderos, y que habiéndolo buscado en todos los lugares sin lograr encontrarlo, me sentía por esta razón muy triste y desconcertado, sin saber qué hacer. Me miró un momento y luego dijo:

-Espérame aquí hasta que halle a tu cordero.

Y siguió su camino perdiéndose entre las colinas. Transcurrida una hora volvió y junto a él trotaba mi recental. Y mientras Jesús estaba a mi lado, el cordero lo contemplaba lo mismo que yo. Estreché al cordero con gran contento mientras Jesús, con sus manos puestas sobre mis hombros, decía:

-Desde hoy amarás a este cordero más que a todo tu rebaño, porque estaba extraviado y lo encontraste.

Contento abracé por segunda vez al cordero. Cuando alcé la cabeza para agradecer a Jesús, estaba muy lejos de mí. Y no me animé a seguirlo.


Jesús, el hijo del hombre 2

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