Jesús, el hijo del hombre 1
Lucas
Los hipócritas
Despreció Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Su ira contra ellos caía cual rayo fulminante. En sus oídos, la voz de Él era como un trueno cuyo estampido hacía temblar los corazones. Pidieron su muerte por el miedo espantoso que le tenían. Eran como topos; trabajaban en sus oscuras cuevas conspirando contra su vida, pero Él jamás se dejó caer en sus trampas y ardides; se compadecía de su ignorancia, por cuanto sabía que no podían burlarse del Espíritu ni encaminarse al abismo.
Tomaba en sus manos un espejo y desde su fondo veía a los perezosos, los cojos, los desafortunados y los caídos a la orilla del camino rumbo a su tumba. Y tuvo compasión de todos, y su anhelo era elevarlos hasta su cabeza y cargarse con sus fardos. Sí; varias veces ha querido que sus debilidades y flaquezas se apoyaran sobre su brazo fuerte y firme.
En sus fallos no era tan severo contra el impostor, el ladrón y el homicida, tanto como en sus juicios contra los hipócritas, que enmascaraban sus rostros y ocultaban sus manos; con éstos era implacable, muy severo y terminante. En tantas ocasiones me puse a pensar en aquel corazón que recibía con toda bondad a todos aquellos que procedían del desierto árido de la vida, dándoles refugio y reposo, consuelo y calma dentro de su santo Templo. Jamás cerró sus puertas, salvo a los hipócritas.
Sucedió una vez, que mientras nos encontrábamos con Él en el huerto de los granados, le dije:
-Maestro, tú perdonas a los pecadores, consuelas a los débiles y a los enfermos y no rechazas más que a los hipócritas.
Y me respondió:
-Has puesto tus palabras en su justo lugar al llamar débiles y enfermos a los pecadores. Sí, perdono la debilidad de sus cuerpos y sus espíritus enfermos, pues la incapacidad para cumplir su deber ha puesto un pesado fardo sobre sus espaldas, peso impuesto por sus padres o sus vecinos; mas no soporto a los hipócritas, porque cargan el pesado yugo sobre la cerviz de los humildes y buenos servidores. Empero los débiles, que tú llamas pecadores, son como polluelos sin plumas, caídos del nido, mientras el hipócrita es un milano apostado sobre una roca, acechando a la víctima inocente para precipitarse sobre ella. Los débiles son hombres y mujeres perdidos en un desierto; no así el hipócrita, porque conoce el sendero y ríe en medio de las arenas y los vientos. Es por eso que no admito a los hipócritas en mi compañía.
Así habló nuestro Maestro, cuyas palabras no alcancé a entender en ese entonces, pero hoy las entiendo. Por eso se juntaron los hipócritas de todo el país de Judea, y lo arrastraron y condenaron a muerte, creyendo que así se ajustaban a la ley y justificaban su crimen. El arma con que se defendían contra Él ante los conciliábulos, era la ley de Moisés.
Así que los que transgredían la le de la aparición de cada aurora, para luego volver a violara por segunda vez al declinar la tarde, fueron los mismos que conspiraron contra su vida.