Jesús, el hijo del hombre 1

Un filósofo persa en Damasco

 

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Las deidades de antes y de ahora

 

Yo no puedo predecir lo que mañana será de ese hombre. Tampoco podré pronosticar lo que sucederá a sus discípulos, porque la semilla oculta en el corazón de la manzana es un árbol invisible, pero si esa semilla cae sobre una roca, no podrá germinar.

Por eso digo que el antiguo Israel es cruel y desconoce la piedad; por ello debe buscarse para Israel una nueva divinidad; un dios dulce y clemente que lo trate con piedad y ternura; un dios que descienda con los rayos del sol y camine por sus estrechos senderos, en reemplazo de esa deidad suya, ya envejecida, sentada eternamente sobre el trono de su tribunal, pesando errores y midiendo culpas.

Israel necesita un dios de quien la envidia no haya conocido ningún camino a su corazón, y en cuyo recuerdo no se hayan registrado las faltas y las culpas de su pueblo. Un dios que no se vengue de su pueblo castigando a los hijos por culpas de los padres hasta la tercera y cuarta generación.

El hombre de Siria es igual que su hermano de cualquier lugar. Se mira en el espejo de sus conocimientos y allí encuentra a su dios. Crea los dioses a su imagen y semejanza, y adora lo que sobre su faz refleja la imagen. Pero el ser humano, en verdad, ora a sus ansias lejanas para que se despierten y se cumplan todos sus deseos. En el cosmos no hay cosa más profunda que el alma del hombre. El alma es la hondura que se busca a sí misma, porque en ella no hay otra voz que hable ni otros oídos que oigan.

Nosotros mismos, en Persia observamos nuestras caras en el disco del sol y vemos nuestros cuerpos danzando en el fuego que encendemos en nuestros altares. Es por esa razón que el Dios de Jesús, que él llamó Padre, no será extraño en medio del pueblo de este Maestro. Por ello creo que satisfará sus anhelos.

Las divinidades de Egipto han arrojado las piedras que llevaban a cuestas y huyeron al desierto de Nubia, para vivir libres entre los que aún viven libres de conocimientos.

El Sol de los Dioses de Grecia y Roma marcha hacia su crepúsculo. Ellos eran muy parecidos a los hombres en cuyos pensamientos y meditaciones no pudieron vivir. Y el bosque

a cuya sombra ha nacido su magia, lo talaron las hachas de los atenienses y alejandrinos.

También en esta tierra vemos que los de altos sitiales bajan de sus elevados rangos para confundirse con la humildad y la modestia de los legisladores de Beirut y los ermitaños de Antioquía. Tú no ves más que los ancianos y mujeres decrépitas ir caminando a los templos de sus padres y abuelos; sólo buscan el comienzo del sendero aquellos que se extraviaron en su final.

Pero este hombre Jesús, este prodigioso nazareno, ha hablado de un dios que cabe en todas las almas y cuya sabiduría se elevó hasta escapar a todo castigo, y cuyo amor se sublimó tanto que rehuye nombrar los pecados de sus criaturas.

Y el dios de ese nazareno pasará por el umbral de todos los hijos de la tierra y se sentará a su lado, cerca del hogar, y será una bendición dentro de sus casas y luz en sus caminos.

Mas yo tengo un dios que es el dios de Zoroastro. Un dios que es sol en el cielo, fuego sobre la tierra y luz en el regazo del hombre. Me conformo con él, y fuera de él no necesito otra deidad.

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