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La conquista árabe en España se consolidó en tan sólo ocho meses

Don Rodrigo (i), rey visigodo de Hispania, fue derrotado por Tariq en la llamada batalla de Guadalete. Ilustración del libro ‘Las glorias nacionales : grande historia universal de todos los reinos, provincias, islas y colonias de la Monarquía Española, desde los tiempos primitivos hasta el año de 1852’. Autor: Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla from Sevilla, España

A la muerte del Profeta Muhammad en 632, sus discípulos iniciaron una rápida conquista para difundir lo que consideraban la verdadera fe.

En la primavera del año 711, una flota musulmana cruzó el estrecho que separa África de la Península Ibérica, en el confín del Mediterráneo occidental. En el horizonte divisó un peñón que sería su punto de encuentro; lo nombrarían Gabel-Tariq, o la montaña de Tariq en árabe, en homenaje al jeque que la comandaba. El accidente geográfico sería conocido más tarde como Gibraltar, por deformación fonética.

Con el promontorio de Ceuta, al otro lado, conformaba las míticas Columnas de Hércules, que con su fabulosa leyenda de “Non Plus Ultra” advertía a los navegantes que no existía nada más allá; ahí acababa el mundo conocido en la Antigüedad.

La hueste estaba compuesta por 15.000 hombres, veteranos de la conquista del norte africano. Era una mezcla de yemeníes, sirios y magrebíes, estos últimos conocidos también como beréberes o moros, que eran originarios de Al-Magreb, la Mauritania romana, territorio que corresponde a los actuales países de Marruecos, Argelia y Túnez. Por asimilación terminarían constituyendo una nueva identidad, los sarracenos.

Habían sido instigados a participar en la disputa por la sucesión del reino visigodo de Hispania, que incluía casi toda España, Portugal y una parte del sur de Francia. A la muerte del rey Witiza, hacía un año, se pretendió que fuera sucedido por uno de sus hijos, pero al no existir la tradición del trono hereditario, los nobles eligieron a don Rodrigo, perteneciente a un clan rival.

El bando perdedor fue a buscar la ayuda del conde Julián, gobernador de Ceuta, de origen bizantino, quien según una fábula, guardaba un profundo rencor al nuevo rey por haber abusado de su hija Florinda, a quien había enviado a la corte de Toledo, la capital visigoda, a fin de procurarle un enlace conveniente. Se encargaría de hacerle saber al poderoso Muza, gobernador de Túnez, de las disensiones en el reino de ultramar que hacían propicia la invasión.

Expansión territorial

A la muerte del Profeta Muhammad en 632, sus discípulos iniciaron una rápida conquista para difundir la verdadera fe, amparados en la promesa de que no habría territorio que se oponga, y que los mártires de la lucha irían al cielo a gozar de lujos y voluptuosidades inimaginables para un mortal. Partiendo de la península arábiga fueron cayendo como fichas de dominó: Siria (634-638), Egipto (638-643), Mesopotamia (634-642), Libia (634) y el Magreb, cuyo sometimiento demandó 30 años, frenando su expansión.

Hispania, la puerta de entrada a Europa, era ambicionada por los musulmanes como una suerte de Arcadia, un reino idílico. “Es una tierra maravillosa, fértil y bella como Siria, templada y dulce como el Yemen, abundante como la India en aromas y flores, parecida al Hegiaz (Arabia occidental) en sus frutos y al Catay (China) en sus metales preciosos”, refería un autor.

Don Rodrigo se encontraba combatiendo una rebelión en el norte cantábrico cuando recibió la noticia de la presencia enemiga. Tuvo que tornar espaldas para dirigirse al sur, ordenando una leva general para multiplicar su tropa. Entretanto Tariq, al recibir un refuerzo de caballería compuesto por 5.000 jinetes, emprendió una correría en desafío a una batalla decisiva. Como una señal de resolución, de que no habría marcha atrás, dispuso la quema de sus naves.

En las márgenes del río Guadalete, cerca de Jerez de la Frontera (suroeste de España), se produjo el choque de ambos ejércitos. “La muchedumbre de los enemigos era tanta que el polvo que levantaba con sus pies oscurecía el cielo”, escribiría un narrador. Los visigodos podrían haber sumado 90.000 efectivos, mientras los sarracenos la tercera parte, pero la tropa hispano-goda era bisoña y estaba mal armada; en su mayoría eran campesinos convertidos al apuro en soldados. En medio de un sol cenital y el calor abrasador de verano, se combatió sin tregua durante tres días hasta que los flancos visigodos cedieron al empuje musulmán, produciéndose el desbande y en el acto una persecución despiadada y sangrienta.

Historiadores cristianos darían cuenta de que el cuerpo de don Rodrigo jamás se encontró en el campo de batalla; sencillamente desapareció y jamás se volvió a saber de él. Apenas se halló a su caballo blanco, con su silla de oro guarnecida de esmeraldas y rubíes, metido en un lodazal; a su lado, en el barro, flotaba una bota del rey. Sus contrapartes árabes, en cambio, afirman que Tariq en persona lo lanceó dándole muerte y que su cabeza cortada, inmersa en alcanfor, fue enviada como trofeo de guerra a Walid, califa de Damasco.

Sin pérdida de tiempo, Tariq dividió su milicia en tres cuerpos, para someter a Córdoba, Málaga, encargándose él personalmente de Toledo, ninguna de las cuales presentó resistencia, negociando condiciones de rendición como mejor pudieron. Se permitiría a cristianos y judíos que continuaran con la práctica de su religión a cambio de un tributo del que quedarían exentos aquellos que se convirtieran al Islam. Por entonces, el jeque había recibido la orden de Muza para que detuviera su avance que consideraba arriesgado, mientras llegaba con más refuerzos; en la práctica estaba celoso y quería tener su parte en los laureles de la victoria.

La mesa incompleta

Desobedeciéndolo, Tariq violentó las seguridades del cuarto del tesoro real, donde encontró la mesa de oro sólido e incrustaciones de piedras preciosas de 365 patas que había pertenecido al rey Salomón, botín tomado por Alarico cuando saqueó Roma en el 410. Halló la colección de 25 coronas de los reyes godos que habían gobernado Hispania durante tres siglos, donde estaban inscritos sus nombres, tiempo de reinado y fecha de muerte. Habían pertenecido a una tribu germánica originaria del Báltico que migró a los Cárpatos, y posteriormente por el empuje de los hunos a Europa meridional, donde ocuparían la península ibérica luego del colapso del Imperio romano de occidente.

Cuando llegó Muza a Toledo reclamó con aspereza a Tariq el incumplimiento de la orden impartida, disponiendo su inmediata prisión. Para su sorpresa, a la mesa de Salomón le faltaba una pata; se le aseguró que la habían encontrado así. A fin de arbitrar la disputa, Walid mandó a llamar a los dos para que rindieran cuentas en Damasco. Muza se acreditó el éxito de la conquista exhibiendo como prueba la mesa de Salomón; al preguntarle el califa por la pata restaurada, Tariq se apuró a entregarle la original, pretendiendo probar que era su mérito. Por la intriga, ambos protagonistas caerían en desgracia.

La conquista árabe de Hispania se consolidó en cuestión de ocho meses, siendo completada en tan solo dos años. La reconquista cristiana partiría de Asturias, lentamente, culminando con la caída de Granada en 1492, mismo año del descubrimiento de América, ocho siglos después. Como homenaje al lejano tiempo heroico, en el escudo nacional de España aparecen las míticas Columnas de Hércules con la leyenda cambiada a “Plus Ultra”, por la gloria de haber revelado que existía otro mundo más allá a la civilización de la Edad Moderna. (I)

Por Roberto Aspiazu
Con información de El Universo

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