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Situación política de Al-Ándalus durante el nacimiento de Ibn ‘Arabi

Sea como fuere, en el momento del nacimiento de Ibn ‘Arabi reinaba en Murcia y Valencia, Ibn Mardanis -conocido en las crónicas cristianas como «rey Lobo»-, quien tras resistir durante largos años los embates de los ejércitos almóhades, acabaría sucumbiendo a ellos en el año 1172, fecha en que fallece y momento que aprovechan sus descendientes para entregar la plaza y rendir vasallaje a los vencedores. Los almóhades culminaban de ese modo su conquista de al-Ándalus y de buena parte del Magreb.

Una vez que Murcia -hasta ese entonces una próspera urbe- claudica a la ocupación almóhade, la familia de Ibn ‘Arabi sigue al victorioso sultán Abü Ya’qüb Yüsuf  y se traslada a Sevilla, donde el padre pasa a formar parte de la administración del sultán, quien había heredado un considerable territorio, tanto en el sur de la península ibérica como en el norte de África, al que agregó sus propias conquistas.

En principio, el movimiento almóhade -surgido en las montañas del Atlas y derivado, etimológicamente, de la palabra “unitario” (al muwahhid)– tuvo un carácter religioso y propugnaba el retorno a las fuentes de la ortodoxia islámica. Los almóhades no sólo se enfrentaron y vencieron al imperante poder almorávide, al que acusaban de permisividad y desviación en cuestiones de fe, sino que también consiguieron detener, provisionalmente, el avance cristiano en el norte.


En poco más de treinta años forjaron un vasto imperio que incluía vastas zonas del norte de África y casi toda la mitad sur de la península ibérica. Culturalmente, también fue un período de gran esplendor pues, con independencia de sus inflexibles tendencias religiosas, los príncipes almóhades no tardaron en recibir la sofisticada y cosmopolita influencia del ambiente andalusí, protegiendo la investigación científica y filosófica y creando diversas joyas arquitectónicas como la Giralda de Sevilla y su homólogo, el minarete de la mezquita Kutubbiya, en Marrakech.

Pero, si bien consiguieron derrotar inicialmente a las tropas castellanas, navarras y aragonesas, capitaneadas por Alfonso VIII, en la batalla de Alarcos (1195), la posterior victoria cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) señaló el principio del fin de la dinastía, no sólo por el resultado adverso de la batalla, sino porque la muerte del entonces califa Muhammad al-Nasir y las luchas sucesorias que le siguieron sumieron al califato en el caos político. En el curso de pocas décadas, las principales ciudades andalusíes pasarían a manos cristianas y el imperio almóhade también acabaría disgregándose en el norte de África.

Por F. Mora


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