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La Primavera Árabe no fue un fracaso sino una lección

Samir Saul es historiador y especialista en relaciones internacionales en los países árabes, en la Universidad de Montreal.

Después de la “revolución del jazmín” en Túnez, le siguieron los egipcios en sus demandas de democracia y justicia.  Fue el inicio de la primavera árabe .

¿Se puede hablar hoy de fracaso de la primavera árabe y del proceso democrático en la región?

La primavera árabe fue una gran experiencia por el mundo árabe. ¿Fracaso…? Es un poco demasiado brutal como evaluación.  Digamos que no llevó a cabo las promesas. Y para eso hay que realizar algunos análisis profundos para comprender el porqué. Se habla de revolución, pero yo creo que no hubo una revolución sino una gran revuelta espontánea del pueblo contra regímenes dictatoriales. Pero esa revuelta no estaba organizada, planificada, no había un programa ni reflexión sobre lo que seguiría. De manera que cuando esa revuelta se quedó sin dirigentes se produjo un vacío que fue llenado por fuerzas organizadas que no eran responsables de la sublevación. Pienso en los yihadistas o en el ejército en el contexto egipcio.

Es decir, para que haya una revolución, tiene que haber una rebelión y también un programa y dirigentes capaces de tomar el relevo. De llenar el vacío. Y la primavera árabe no dio ese resultado. Al inicio había esperanza de que la rebelión espontánea pudiera producir ese tipo de organización y de dirigentes. Me acuerdo muy bien en febrero, antes de la caída de Moubarak yo decía en los medios que los que manifestaban, los que se rebelaban debían organizarse y elaborar un programa. Pero no lo hicieron. Ni en Egipto, ni en Túnez ni en otros lugares, de modo que los poderes organizados  llenaron el vacío. Ocuparon el lugar.

A eso agreguemos las intervenciones extranjeras, que son un problema mayor en el mundo árabe. Se produjo una desviación de la sublevación con programas y estrategias extranjeras dirigidas a los que llevaron a cabo la rebelión,  las poblaciones que se sublevaron.  Eso resultó entonces en el regreso del poder militar en Egipto, tomó la forma de intervención extranjera muy evidente en Libia y Siria, de modo que hubo un despojo de la rebelión en provecho de programas de estrategia de agendas extranjeras. El resultado no fue el esperado pero fue una experiencia histórica. Ese es el lado positivo que muestra que una población no aceptará eternamente la opresión y es también una lección para el futuro.

En el futuro hay que pensar políticamente y no solo en términos idealistas. Tiene que haber un programa, una organización que conduzca el descontento popular.

Lo que es difícil de comprender es por qué no había tal programa. Las sociedades ¿no estaban maduras para esos eventos? ¿Qué sucedió?

Justamente no. El problema en el mundo árabe después de la descolonización es que hubo una despolitización de la sociedad. Hubo poderes que se establecieron por la fuerza, por la demagogia, que son los poderes dictatoriales. Y frente a ellos estaban solo los islamistas. Porque los poderes lograron crear un vacío,  evacuar el debate político, la vida política, dejando en el lugar solo a organizaciones de tipo islamistas. Es decir organizaciones que mezclan la religión con la política y que no saben realmente actuar políticamente. Hay que ser claros, los Hermanos Musulmanes resultaron un fracaso total. Tanto en Egipto como en Siria porque fueron incapaces de hacer política en el sentido propio de la política. Mezclan todo con la religión lo que los llevó al fracaso.

El problema entonces es el vacío político.  Durante 30 a 40 años antes de la primavera árabe había solo dos fuerzas que se enfrentaban, los poderes dictatoriales y los islamistas. Y ninguno de los dos practicaba la política. Unos eran la fuerza, los otros la religión. Es por eso ese vacío político que les resultó muy costoso a las poblaciones que se sublevaron.

¿Qué papel jugó la religión en la primavera árabe?

Jugó muy poco. Justamente lo que prometía la primavera árabe era el inicio del retorno a los temas políticos, sociales, económicos, que habían sido relegados desde hace unos 40 años. Era el resurgimiento de preocupaciones terrenas, laicas, materiales y políticas que iban contra dos poderes binares que se encontraban delante de ellos, es decir, las dictaduras  y los islamistas. La sublevación no fue islamista. Los islamistas no hicieron nada para activar ese levantamiento, al contrario, fueron espectadores. Pero se aprovecharon, porque aquellos que abrieron el tema político no lograron concretizarlo. No lograron un cambio de poder, ni proponer nuevas fuerzas políticas al presentar sus aspiraciones. Había una falta de política y esa carencia llevó al fracaso.

Los países occidentales, incluyendo Canadá ¿jugaron algún papel en el fracaso de la primavera árabe?

Sí, porque la primavera árabe atentaba contra los intereses de los países occidentales. Porque esas potencias occidentales no podían admitir que había una revolución en los países árabes. Eran favorables a las dictaduras, de manera que las potencias occidentales  participaron también al despojo de los pueblos árabes, de su revuelta. Esas potencias contribuyeron a llenar el vacío creado por las revueltas árabes llevando al poder a los islamistas. En Siria, el occidente ayuda a los yihadistas, apoya a las milicias organizadas para derrocar al gobierno de Siria. Entonces, el occidente es uno de los problemas, así como las dictaduras y los islamistas.

Con información de  Radio Canadá International

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