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Joumana Haddad, una extremista del amor

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La autora libanesa Joumana Haddad cuenta que la enoja, cómo le gustaría morir y de qué modo crió a sus hijos.

Joumana Haddad ha sido llamada la Oprah de Líbano, la Carrie Bradshaw de Beirut e incluso la Simone de Beauvoir del Medio Oriente. Pero ella no es ni una ni otra. Joumana Haddad, que aborrece las etiquetas, es una poeta que vive en Beirut, una periodista que habla siete idiomas, madre de dos hijos, mujer dos veces divorciada, una atea criada en una familia católica, fundadora de Jasad la primera -y ahora desaparecida- revista erótica en lengua árabe, editora de la página de cultura en el diario “An Nahar”, organizadora de un premio literario, autora de una trilogía de libros que debaten la condición femenina en el mundo árabe.

Ha escrito que en la infancia descubrió fascinada la literatura de El Marqués de Sade, que se arrepiente de haberse casado virgen a los 19 años, que no cree en Dios y que el mundo sería mejor con menos Superman y más Clark Kent. Es autora de “El tercer sexo”, “Supermán es árabe” y “Yo maté a Sherezade: confesiones de una mujer árabe furiosa”.


– El 25 de noviembre es el día para erradicar la violencia hacia las mujeres. ¿Has hecho algo?

He ido a escuelas e hice talleres con muchachos y muchachas de entre 13 y 14 años para hablarles de la violencia contra la mujer y de cómo esa violencia no es sólo física, es también muchas veces moral y psicológica.

– ¿Qué te sorprendió de los talleres?

Esperaba que con esta generación quizás las cosas hubieran cambiado un poco, sobre todo en el ambiente familiar, pero me enteré de que los padres y las madres desgraciadamente siguen educando a las hijas y a sus hijos como mi hermano y yo fuimos educados. Las muchachas me han dicho que sus padres temen por ellas, más que por sus hermanos varones. Que a veces les dicen “cuando quieras hablar tienes que hacerlo en voz baja y dulce y no puedes expresar tus pensamientos de forma tan directa”. Cosas así, que yo esperaba que ya hubieran desaparecido de nuestra cultura pero aún no.

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– El subtítulo de uno de tus libros es ‘Confesiones de una mujer árabe enojada’ pero sucede que las mujeres enojadas alzan la voz y pasan por histéricas…

No solo en el ambiente social, también en el ambiente de trabajo. Si una mujer jefe habla en voz alta cuando hay un problema siempre se dice “oh es agresiva” o “es histérica”. Mientras que cuando un jefe hombre habla con voz alta se dice que tiene poder, que es fuerte, tiene carácter. Y la cosa de levantar la voz no solo es literal, es metafórica también porque alzar la voz también quiere decir escribir, expresarse y eso no siempre está aceptado en el mundo árabe.  Mira que digo “en el mundo árabe” pero he notado desde que publiqué el libro que tampoco en otros países están mucho mejor. Esa actitud patriarcal y esa discriminación siguen existiendo en otras partes del mundo. Me escriben mujeres de Francia, de España, de Italia o de América Latina para decirme que también tienen esos problemas en su vida cotidiana. Las leyes han mejorado, pero al nivel de las relaciones de cada día puede sentir hasta ahora esa discriminación.

– Queda claro que alzas la voz en público, pero en el ámbito doméstico, con tus hijos varones ¿levantas la voz?

Pocas veces he sentido la necesidad de alzar la voz literalmente con ellos. Si tú educas a tus hijos desde pequeños a respetar a las mujeres, a respetar tu papel, a respetar tu importancia, no necesitas hablar en voz alta para existir. Las mujeres alzamos la voz cuando sentimos un desafío o una amenaza. Es una reacción defensiva. Con mis hijos no tuve ese problema, porque han sido criados en un ambiente donde hay armonía entre mi manera de ver el mundo y su educación. Pero claro que muchas veces en mi vida cotidiana, (no doméstica) por la calle, o cuando estoy conduciendo o esperando en la cola para comprar y un hombre intenta meterse en la cola, alzo la voz. No soporto esas cosas y digo “Tú no puedes hacer esto y debes ir atrás”. También cuando conduzco, muchos no respetan a una mujer en un coche y no lo soporto. Quizá debo relajarme, pero tomo siempre las cosas a un nivel muy personal… es algo negativo pero quiere decir que tengo mucha pasión y convicción de mis ideas y de mis derechos, así que debo soportar el lado negativo a cambio de tener el lado positivo.

– Escribiste “Yo maté a Sherezade” para derribar los estereotipos sobre las mujeres árabes. Seis años después, ¿crees que hay avances?

Si escribiera el libro hoy, creo que estaría más enojada aún. Porque los estereotipos y las ideas preconcebidas sobre nosotras y las nuestras sobre Occidente se han vuelto más frecuentes y la razón es obvia: es esta situación con el Estado Islámico y las horribles noticias que el mundo recibe sobre esos bárbaros que decapitan. Y aunque entiendo que desafortunadamente así es la naturaleza humana,  muy pocas personas tienen la curiosidad y la decencia de mirar más allá de las etiquetas y darse cuenta de que estos bárbaros no representan a todos los árabes en el mundo árabe o fuera de él. Mi hijo mayor vive en Londres y me ha dicho que ya no habla con su novia en árabe en la calle, porque siente que la gente lo mirará de manera rara. Y yo entiendo su miedo, porque es horrible lo que sucede. Pero al mismo tiempo es desafortunado, porque hay muchos árabes decentes, nobles, trabajadores que merecen una oportunidad. Es difícil no estar más enojados hoy que hace seis años.

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– Dices que es imposible ser una mujer árabe y no estar furiosa. Pero estos días es políticamente incorrecto enojarse por unas cosas y no por otras.

Quiero reformular esa oración. Sí: es imposible ser una mujer hoy en el mundo árabe (o incluso en el mundo) y no estar furiosa. Pero diría que es imposible ser un ser humano en el mundo de hoy y no sentirse furioso. Porque si eres humano y vives en este mundo, donde las personas decentes mueren todos los días, donde hay tanta injusticia que a veces no se puede creer que estamos en el 2015, donde a las mujeres se las toma como esclavas sexuales, donde los niños mueren de hambre y de frío, ¡no puedes ser humano -hombre, mujer u otro sexo- y no sentirse furioso e indignado! Y sobre lo políticamente correcto, nunca me ha importado un carajo. Y no creo que jamás me importe. Es más importante defender mi derecho a decir lo que pienso y siento sobre las maldades que atestiguo cada día y estar del lado de esos que son maltratados o violentados… y si por ello ofendo a alguien aquí o allá no me importa.

– Con ese afán de provocar, en “Supermán es árabe”, dices que en tu primer matrimonio fuiste adúltera. Insistes en la palabra por la carga que tiene en la sociedad libanesa, tan conservadora que podría ser la peruana, donde se perdona el pecado mas no el escándalo.

No es mi intención provocar. Ese es el daño colateral de mi manera de ser, de quién soy, de mi manera de hablar, de las cosas que escribo. Pero no es mi objetivo y nunca lo ha sido. Es algo que va contigo cuando decides romper las barreras de lo políticamente correcto y expresarte con libertad. Así que por supuesto que soy una provocateur y creo en el poder de la provocación pues a veces necesitas un sismo, alguien que te sacuda porque estás dormida o anestesiada o indiferente y lo necesitas, aunque te asuste o no te guste. Es un enfoque necesario pero no un fin para mí. Sobre la sociedad aquí, es una decisión que he tenido que tomar. ¡Hay tantas personas que conozco en Líbano y en otros países que lo quieren todo! Quererlo todo significa que quieren su libertad y al mismo tiempo no desean que los demás descubran su libertad y los juzguen, así que practican a escondidas esa dizque libertad. Para mí eso es una actuación. Estás mintiendo, lo que significa que no eres libre. Cuando publiqué mi revista, pensé: la libertad empieza con esta decisión. Debo dejar de preocuparme por cómo la gente me mira, me juzga, habla a mis espaldas o frente a mí. Debo dejar de preocuparme por lo que dicen los vecinos, los colegas, los amigos, incluso mis padres y mis hijos si quiero ser libre. Siempre habrá alguien que no esté contento con lo que hiciste o dijiste, así que al menos vivo con mis convicciones. Parece egoísta pero no lo es, es un acto de fe en mis derechos y en el derecho de cualquier ser humano de ser como es. Mi tercer libro “El tercer sexo” cierra la trilogía y este debate. Es para jóvenes sobre todo, y comparto mis experiencias y las batallas que luché y los precios que pagué y que sigo pagando felizmente.

– Ofreces alternativas para un mundo sin hombres machistas y una de ellas es la independencia financiera. ¿Cómo la consigue una poeta árabe?

Definitivamente no lo consigues escribiendo poesía. ¡Desearía que ese mundo existiera! Enseño en la universidad, soy periodista, trabajo en un periódico hace 20 años, escribo artículos para revistas extranjeras y así te ganas la vida. Desafortunadamente no se puede vivir de la poesía ni de la literatura […] Me encantaría algún día solo dedicarme a tres cosas: escribir, viajar y amar. No lo he logrado aún. Pero lo lograré.

– En tu segundo matrimonio decidiste vivir en casas separadas.

Fue una experiencia muy interesante. Ahora se acabó, porque ya no estoy casada, pero puedo decir que fue muy exitoso [durante siete años]. Aprendí que no hay fórmulas. No puedes decirle a nadie haz esto y esto y esto y te daré un matrimonio exitoso. Es imposible: tú cambias mucho durante tu vida, tus necesidades cambian, la persona que amas también reflexiona sobre el modo en que vives la relación y la dinámica misma de la relación se impone. Si tuviera que poner solo una “condición” para una relación exitosa, sería estar locamente enamorados. Y te lo dice una mujer de 45 años que siempre creyó que una relación debería ser más una combinación o armonía intelectual. Pero lo más importante es el amor. Y es importante que seas independiente en lo económico, sobre todo para las mujeres, porque el dinero puede ser una herramienta de chantaje. Da igual si vives en dos casas distintas o en países distintos o en el mismo cuarto.

– Dices que la fidelidad no debería ser una ética sino un impulso. ¿Cuál es la diferencia?

Si yo siento el deseo de estar con alguien más y no lo hago, estoy forzándome. Significa que estoy actuando por deber y no por mis sentimientos reales. Así que sí hay una diferencia fácilmente detectable. Por supuesto, se espera que la otra persona te trate igual. Como digo en el libro, prefiero que la persona que desea a otra mujer me deje y que no elija a la fuerza ser leal solo por mí. Sé que es una condición muy exigente,… pero para mí el quiebre sucede, algo ya se ha perdido en el instante que él se sintió atraído por otra. Así que soy una extremista en el amor.

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– ¿Le das consejos de amor a tus hijos?

Mi hijo mayor está en una relación seria y son una pareja adorable y ¡amo tanto a esa chica! y no creo que él necesite de mi consejo. Creo que sabe que puede preguntarme lo que sea porque así lo he criado. Hablamos de todo. No hay límites… no quiero parecer demasiado segura de mí misma, pero de verdad me siento muy segura del modo en que los he educado. Ambos son hombres muy decentes y puedo ver que lo están haciendo bien, pues veo lo feliz que hacen a sus novias.

¿Has pensado qué tipo de suegra serás?

Definitivamente una suegra loca. Y seguro que nunca interferiría en sus vidas. No solo porque creo que estaría mal, sino porque tampoco me interesa. Creo que una vez que toman sus decisiones de vida deben hacerse cargo de ellas; saben que pueden volver en cualquier momento si necesitan apoyo, pero nunca les diría qué hacer… Algo que me hace mucha ilusión es ser abuela. Creo que me divertiré mucho con mis nietos. Pero ya le he advertido a mi hijo que no seré el tipo de abuela que se sienta junto a la chimenea a tejer zapatitos….lo saben. Y me ilusiona.

– Has dicho que piensas dejarte las canas. Y tienes el cabello enrulado. En algunos países parece una obligación laciarse todo el tiempo.

Lo hacía antes de convertirme en la mujer que soy ahora. Lo hice hasta los 27 o 28 años. No porque odiara los rulos sino porque creía que lucía muy especial con el pelo liso pero luego empecé a enamorarme de mi cabello rizado y pensé que me representa mejor,  porque es alocado, caótico, libre y nunca volvería a laciarlo. Creo que no lo he hecho por 18 o 17 años.

– En tus dos primeros libros hablas sobre tu padre, pero poco sobre tu madre…

Sí, lo pensé y en mi último libro está ahí. No es una relación fácil: ella es una mujer dura y por carácter chocamos mucho, pero ella es la que me ha impulsado a seguir mis ambiciones y soñar en grande y le debo mucho. También le debo mucho como madre porque me ayudó a criar a mis dos hijos, mientras yo trabajaba y eso ha sido un gran apoyo.

– En la vida de toda mujer llega el momento en que adviertes cuánto te pareces a tu madre…

Soy una mezcla. Hay mucho en mí que va contra lo que ella es. Por ejemplo mi forma de educar a mis hijos es muy relajada, muy cool, ella no es así, ella es muy militar en su forma de educación y creo que es una cosa más de su generación que de su carácter. Creo que nos parecemos mucho en el carácter y esto me hace enojar, jajaja.

– ¿Te enfada sonar como tu madre?

Sí, no me gusta. Siempre le digo tienes que ser más positiva. Ella siempre espera lo peor y yo sé que lo hace porque tiene miedo de decepcionarse, porque ha tenido una vida muy dura y yo soy muy nerviosa como ella, y no me gusta

– ¿Crees que al envejecer nos volvemos más preocuponas?

Bueno sí, pero estoy luchando contra ello y deberíamos luchar más. Si es natural que seamos más guerreros cuando somos jóvenes, deberíamos esforzarnos en seguir siendo así cuando somos mayores. No quiero decir ser indiferentes, o estúpidos, quiero decir vivir el momento sin preocuparse mucho del futuro, y esperar buenas cosas. Y si pasa algo malo, lo manejas cuando suceda y si no sucede, tanto mejor. Trato de enseñarme a mí misma a ser menos estresada y más relajada.  Soy relajada con mis hijos, pero no conmigo. Tengo que aprender. Es difícil. Algunas personas son así de manera innata, los envidio.

– ¿Pero no crees que eso también te quitaría algunas de tus mayores virtudes?

¡Sí! Es justo lo que quiero decir. Perdería mi rugido.


Con información de El Comercio

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