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Origen de los marranos

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Ya don Francisco de Quevedo decía de los judíos “que son ateos en esencia, o a lo más, idólatras del oro. No esperan en realidad al Mesías, sino lo que pretenden es conservarse como judíos y ver la destrucción de los pueblos no judíos, envueltos en herejías y rivalidades. El medro temporal es el fin supremo, la disimulación su medio… Se juntan como pedernal y eslabón, a combatirse y aporrearse y hacerse pedazos hasta echar chispas contra el mundo, para fundar la secta del dinerismo, mudando el nombre de ateísta a dinerista”.

“Marrano”, en Italia, en el siglo XVI, tenía la acepción de “judío que después de haber sido bautizado por grado o por fuerza volvía al judaísmo”. Los italianos afirmaban que la palabra había llegado de España con los judíos escapados y expulsados. En España y Portugal el vocablo es usado desde hace varios siglos. Caro Baroja se refiere a un entroncamiento con “marah”, de rebelarse, y con “maranatha”, anatema. Pero Cecil Roth afirma que el término vendría del hebreo Marat Áyin, que significa “apariencia al ojo, a la vista”; es decir, cristianos solamente por fuera. O bien, del árabe, mura in, hipócrita. El vocablo “marrano” se refiere al cerdo y es del comienzo de la Edad Media en España. En el siglo XVI se lo aplica a los judíos expresando el enorme odio del pueblo español por los conversos, en los que veían a gente insincera. Puede también referirse a la prohibición del judío a comer la carne del cerdo, de lo que eran dispensados aún los conversos, en el día sábado.



Hasta la invasión mora, en el 711 d.C. (favorecida por los judíos), el gran problema visigodo fue el fracaso de la conversión de los judíos. Según una teoría, existía una ceremonia especial de anulación del voto cristiano en vísperas del Día del Perdón. El servicio de Kol Nidre habría sido instituido en beneficio de los criptojudíos españoles para absorverlos de todo compromiso a observar el cristianismo. La congregación judía se cubre la cabeza con el tallit, suerte de estola, para que los criptojudíos de entre ellos no puedan ser reconocidos. La referencia inicial a los Abaryanim (transgresores) se toma como una alusión secreta a los iberos.

Cuando la invasión mora, los judíos y marranos se ponen de inmediato de su lado y traicionan, según su costumbre, a los visigodos que les habían acogido al comienzo de buena fe. Se dice que su traición fue decisiva en la derrota. Los moros les reciben a su vez. Luego, especialmente con la llegada de los puritanos musulmanes Almorávides, que fueran llamados a tratar de contener el avance del norte visigodo, en el 1148, termina la edad de oro para los judíos del Califato de Córdoba. Así, los conversos forzados al Islam son los “donmeh”, de este modo conocidos en Salónica y Turquía, donde emigran. Son ellos los que, pasando los siglos, impulsan el movimiento de “Los Jóvenes Turcos”, que destruye las tradiciones de ese país, “modernizándolo”, en 1913. El judío Djavid Bey fue uno de sus dirigentes. Al igual que en España, hacia el exterior aparecen como musulmanes cumplidos y ortodoxos, mientras en sus hogares siguen practicando el judaísmo mesiánico.

A continuación copiamos del libro de Roth, un judío panegirista del “marranismo”:

“¿Qué puedo decir de España y Portugal, donde casi todos los príncipes, la nobleza y los condes descienden de judíos apóstatas? Los monasterios y conventos están llenos de judíos; muchos de los canónigos, inquisidores y obispos descienden también de judíos. Gran número de ellos son, en lo hondo del corazón, judíos convencidos, aunque para no renunciar a los bienes de este mundo pretenden creer en el cristianismo. Hay quienes sufren de remordimientos de conciencia y si encuentran la oportunidad huyen. En Amsterdam y en otras partes encuéntranse agustinos, franciscanos, jesuítas y dominícos que son judíos. En España, por otra parte, hay obispos y frailes, cuyos padres y parientes viven aquí y en otras ciudades, para poder practicar la religión judía”.

Roth está citando de “Arnica Collatio”, de Limborch.

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En 1560 el Cardenal Mendoza y Bobadilla escribe, para hacer entrega al rey Felipe II, el libro “El Tizón de la Nobleza de España”, donde se mostraba que casi toda la nobleza de Aragón y Castilla tenía sangre judía en sus venas.

A los judíos conversos también los llamaban en España “Cristianos Nuevos”, además de “alboraycos”, de al-Burak, la fantástica cabalgadura de Muhammad (BPD), que no fue caballo ni mulo, ni macho ni hembra. Ni judíos ni cristianos puros. Pero se equivocaban, pues ellos seguían siendo sólo judíos, casi siempre. Se publicó un libro llamado “Libro de Alborayque”, en el siglo XV, en que se los atacaba.



El apellido Franco es de origen judío-portugués y se refiere a “calles de judíos”, (“franquería y rúa nova”) calles “francas”, donde podían habitar, ajenos al resto de la comunidad. De aquí viene el apellido Franco, dado “a sujetos que gozaban de franquicia”. Aunque se diga que la familia del gobernante español procedía de Galicia, su origen es marrano.

Casi todos los dirigentes políticos de la República española eran judíos o descendientes de tales. Lo eran Juan Negrín, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Niceto Alcalá Zamora. Luego, André Marty, el “Carnicero de Albacete”; Federico Montseny, dirigente anarquista, y Enrique Mugica Herzog, cerebro gris del marxismo. Y lo es el nacionalista Blas Pinar. La primera cosa que hizo el rey Borbón, al asumir el trono, además de traicionar a Franco, fue visitar la Sinagoga y al Gran Rabino. Su padre es masón y seguramente tendrá también vínculos sanguíneos, o de otra especie, bastante estrechos con el judaísmo internacional.

Aún durante los romanos, los judíos en Iberia eran importantes. Pretendían descender de una aristocracia de Jerusalén. Seguramente pertenecían a las tribus de David y Judá. Una vez que los visigodos arríanos se convierten al cristianismo de Roma, hacen presión sobre las comunidades judías, y, entre el 612 y el 620, durante el reinado de los sucesores de Recaredo, noventa mil judíos se convierten al cristianismo. Hasta el último Rey visigodo, Rodrigo, las disposiciones son severas. Ya hemos visto que los moros encuentran muchos judíos conversos y no conversos en España. A partir de la legislación de Alfonso el Sabio —1252 – 1282— las cosas se ponen aún más difíciles para ellos. A fines del siglo XIV y comienzos del XV había cerca de once mil conversos en los reinos de Castilla y Aragón. En 1411, en un solo día, se hacen 4.000 conversiones. Se dice que las hizo fray Vicente Ferrer. En Toledo, en Zaragoza, en Calatayud, en Fraga, en pocos años se convierten 35.000 judíos. Seguían practicando en secreto sus leyes y volvían abiertamente a ellas cuando la presión disminuía. A partir del siglo XIV, hay centenas de miles de marranos en las Españas. Sólo en Galicia y Asturias casi no los hay; aun es tierra de visigodos, tierra del Cid.

Mas, ya los marranos han iniciado la penetración y el ascenso a las más altas cumbres, valiéndose de las finanzas. Son los recaudadores de las gabelas. En 1480, la Suprema Corte de Justicia es presidida por un marrano y las Cortes mismas estaban bajo su control. La familia Santángel adquiere gran preeminencia. La familia catalana De la Caballería, ni siquiera necesita cambiarse el nombre judío. El hijo de Alfonso de la Caballería se casó con la nieta del Rey Fernando de Aragón. La noble familia Henríquez, a la que pertenecía la madre del Rey Fernando el Católico, contrajo alianza con una familia marrana y también lo hicieron los Luna, Mendoza, Villahermosa y otros más. Don Juan Pacheco, Marqués de Villena, Gran Maestre de la Orden de Santiago, virtualmente soberano de Castilla durante el reinado de Enrique el Impotente y aspirante a la mano de Isabel, descendía por ambos lados del judío Capón. Su hermano, Pedro Girón, fue Gran Maestre de la Orden de Calatrava. Como puede verse, se han burlado aún aquí las estrictas reglas que, a ser veraz, se impusieron más tarde con toda fuerza en esas Ordenes. En nuestros tiempos hemos tenido también un ministro Girón, de Franco, conspicuo miembro de esa dudosa organización del Opus Dei y con todas las características de exageración filomísticas de los conversos, mezclada con negocios y especulaciones políticas y financieras, típicas de esta sociedad marrana, o de marranos.

Siete grandes prelados, por lo menos, tenían sangre judía. Pablo de Santa María, Obispo de Burgos, era Salomón Levi; su hijo ocupó luego el mismo cargo y fue uno de los delegados españoles al Concilio de Basilea, cuya política antijudía inspiró. Su hermano Gonzalo fue Obispo de Sigüenza. También Pedro De la Caballería, mestre racional en la Corte de Aragón, ganó el favor de la Reina María y asistió como comisionado suyo a las Cortes reunidas en Monzón y Alcañiz, en 1436-1437. Por catorce años trabajó en escribir una obra ferozmente antijudía: “Zeluz Christi contra Judeos et Sarracenos”. Todos sus hijos ocuparon altos cargos. Luis fue consejero del Rey Juan, Jaime fue amigo de confianza de Fernando el Católico. Samuel, que tomó el nombre de Pedro, llegó a una distinguida posición en la Iglesia. Isaac, que tomó el nombre de Fernando, fue Viceprincipal de la Universidad de Zaragoza. Ahab, que tomó el nombre de Felipe, fue uno de los Grandes de la Corte. Pedro De la Caballería participó en las “negociaciones” del matrimonio de Isabel la Católica con Fernando de Aragón. En el libro de Pedro se revelan los crímenes rituales judíos.

Los conversos y prelados marranos son los más fanáticos católicos y dan al cristianismo español esas características que le valieran, hasta hoy, el apodo de Institución Negra. No en vano el primer Gran Inquisidor fue el judío marrano Tomás de Torquemada, Cardenal de San Sixto. También lo eran el piadoso Hernando de Talavera, Arzobispo de Granada y Alonso de Oropesa, General de la Orden de los Gerónimos. La Orden de los Jesuitas, posee todas las características principales de la idiosincrasia judía. Racionalismo y simulación, crueldad e hipocresía. Hoy es promarxista, por excelencia. La ambivalencia marrana queda de manifiesto en la Inquisición, donde practicaba el principio táctico del antisemitismo, hábilmente dosificado para lograr la cohesión y mejor propagación del mesianismo sionista. Allí donde el antisemitismo no existe en la forma deseada, los judíos mismos lo inventan, creando su leyenda más oscura, como en el caso de la IIGM. Sin embargo, la Inquisición, en sus tiempos más serenos y sabios, logra legislar “científicamente” en lo que a las leyes de la etnología se refiere.

Los Cristianos Nuevos, aún después de media docena de generaciones, seguían siendo “nuevos”, pues se casaban entre ellos, casi siempre. Primos con primas y hasta tíos con sobrinas. Los Cristianos Viejos forzaban esta solución por temor a mezclarse con ellos. Los descendientes de matrimonios mixtos eran considerados por los Tribunales del Santo Oficio como “Medio Cristiano Nuevo”. Si sólo tenía lejanos antecesores, era “parte Cristiano Nuevo”. Si tenía más de medio antecesor judío, era “Más de Medio Cristiano Nuevo”.

La Inquisición expedía certificados de “Limpieza de Sangre”. Unicamente poseyéndolos se podría participar en el ejército, en las Ordenes de Caballería, en el Santo Oficio, o entrar a las Universidades y a las Corporaciones de Estudiantes. Ésto aconteció ya en tiempos más avanzados de los Tribunales y cuando la Inquisición se “limpió” internamente. Para viajar al Nuevo Mundo se necesitaba también de estos certificados, disposición que a menudo se evadiera, como lo veremos. Sin embargo, la Inquisición, con todas sus ambigüedades, cumplió su cometido y logró, al final, extirpar la duplicidad del marranismo, sin muy altos costos, pues es exageración judía afirmar sus grandes crímenes y ejecuciones. En total, en muchos siglos y en ambos mundos, en el Viejo y el Nuevo, los “autos” fueron increíblemente pocos.

Jamás el judío perdonará a la Inquisición el haber tenido un éxito siquiera parcial. Y hoy trata de “desfacer lo que fiziere”, reincorporando oficialmente a los marranos al judaísmo, en el Viejo Mundo (léase “España democrática y borbónica”) y en el Nuevo Mundo.



Jerome Munzer, un viajero alemán que visitó España entre 1492- 1495, cuenta que hasta pocos años antes existía en Valencia, en el sitio ocupado luego por el Convento de Santa Catalina de Siena, una iglesia dedicada a San Cristóbal donde los marranos tenían sus sepulturas. Fingían conformarse a los ritos de la religión cristiana, pero en secreto realizaban los del judaísmo. El mismo caso se cumplía en Barcelona, donde si un judío decía: “Vamos a la Iglesia de la Santa Cruz”, referíase a la Sinagoga secreta, a la que llamaban de ese modo. Y en Toledo, donde también existe una iglesia del mismo nombre. El relato más fidedigno de todos los subterfugios de que los marranos se valían puede leerse en la “Historia de los Reyes Católicos”, de Bernáldez.

Un caso típico de la psicología judía se registra en las peripecias de un monje marrano, que pasó a una ciudad de Berbería, en Africa, donde vendió todas sus indulgencias a unos viajeros provenientes de “Angleterre” y fue luego acusado de fraude por éstos al descubrir que era un judío. El “monje” se defendió diciendo que él “no había cometido falta alguna, respetando las leyes del puerto franco, al vender una mercadería declarada y solicitando las mismas facilidades que para todos los otros traficantes de ese puerto”.

Por MS

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