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El gusto de todo es mortífero …

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El gusto de todo es mortífero …

Escucho la campanada de un reloj y me parece que ya no tiene una cierta calidad de sonido, un timbre en particular ha desaparecido …

¿Qué pasa con el mundo que me parece tan chato, mustio, desgastado? Y entonces me acuerdo.

Esta es una de las cosas que temo. Naturalmente, con el tiempo las agonías, las locuras en medio de la noche se irán desvaneciendo. ¿Pero qué seguirá luego? ¿Sólo esta apatía, esta llanura vacía? ¿Y no llegará el día en que ya no me preguntaré por qué el mundo parece una sórdida calle, habiéndome acostumbrado ya a su escuálida apariencia? ¿Será que la pesadumbre finalmente afloja para dar lugar al tedio levemente teñido de náusea?

Sentimientos, sentimientos, sentimientos. Mejor, pensar un poco. Desde un punto de vista racional, con la muerte de H. ¿qué nuevo factor se ha introducido en la cuestión del universo? ¿En qué me basaría para dudar de todo lo que siempre creí? Sabía perfectamente que estas cosas y cosas peores ocurren diariamente. Juraría que siempre fui perfectamente consciente de ellas. Se me había advertido, yo mismo me lo había dicho, que no debía contar con la felicidad terrenal. Al contrario, se nos había prometido sufrimientos. Que eran parte del programa. Incluso que son “bienaventurados los que sufren” y yo lo había aceptado. No he recibido nada que no fuera parte del trato. Claro que es distinto cuando le toca en suerte a uno, no a los demás; y en serio, realmente, no en la imaginación. De acuerdo; más esta diferencia entre lo real y lo que uno imagina ¿debiese resultar tan notable en un hombre cuerdo? No. Y no sería tan distinto para quien contase con una fe verdadera y una real solicitud por con los que sufren. El caso está claro por demás. Si mi castillo se ha derrumbado de un solo golpe es porque era un castillo de naipes. La fe con que tomaba en cuenta estas cuestiones no era fe, sino imaginación. Y el tenerlas en cuenta no era simpatía real. Si las tribulaciones del mundo me hubiesen importado tanto como yo creía que me importaban, no habría quedado tan desbordado cuando me llegara el turno a mí. Ha sido una fe imaginaria una fe que hacía malabares, que jugaba con inocuas etiquetas como “Enfermedad”, “Dolor”, “Muerte” y “Soledad”. Creía que confiaba en la soga hasta que quedé colgado de ella y se puso en juego la cuestión de si soportaría mi peso. Y ahora que sí importa, encuentro que no, que no confiaba en ella tanto como creía.

 C.S.L

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