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El talismán de Napoleón

Napoleón
Napoleón I Bonaparte (Ajaccio, 15 de agosto de 1769 – Santa Elena, 5 de mayo de 1821)

La palabra talismán parece derivar de las expresiones árabes tilasm y tillasm que se traduce como imagen mágica, a los que se atribuyen virtudes portentosas, aunque otras versiones etimológicas la hacen derivar del griego telesma que significa objeto consagrado … (ver Amuletos y Talismanes)

En 1798 Napoleón Bonaparte partió hacia el norte de África con el objetivo de conquistar Egipto e interceptar las líneas comerciales británicas.

Estando en Alejandría y, sin saber el futuro que lo uniría a esa piedra, adquirió un ejemplar de cornalina que exhibía una inscripción en árabe.

El color de la gema y su rara leyenda le habían llamado la atención.

Cuando consultó con los sabios del lugar sobre el significado del talismán, entendió que tenía en su poder una piedra que le brindaba protección, salud y prosperidad.

Sin dudarlo, Napoleón ordenó que la gema fuera adjuntada a la cadena de su reloj de bolsillo y jamás se desprendió de ella.

El conjuro había sido realizado y la unión de Napoleón con la cornalina iba a durar toda la vida.

La cornalina es un mineral de sílice procedente de las ágatas.

Se la encuentra como una gema translúcida de color anaranjado o rojo, -el color rojizo se lo otorga la presencia de óxido de hierro- y se dice que la mejor de todas es la translúcida.

También es conocida como piedra de Sadoine o de la Meca y su nombre deriva de carnis, que en latín también significaba carne, por el color rojo que puede llegar a tener.

Es una piedra relativamente común que adquiere un gran valor, en parte, por su calidad y por la delicadeza y la autoría del grabado que se le realice y, en gran medida, por las propiedades que ostenta.

Muy común es su uso en forma de perlas, camafeos y grabados.

Es una gema que tiene presencia en casi todas las civilizaciones importantes del mundo.

Desde la realeza de Ur — en la Mesopotamia de tiempos pre bíblicos— hasta Napoleón o los budistas tibetanos, la veneraron por sus cualidades curativas, espirituales y creativas.

La cornalina se recomienda para tratar la mala memoria, el bloqueo creativo, las confusiones mentales, la voz débil y la falta de valentía.

Se dice que es benéfica en el tratamiento de la infertilidad, el insomnio, los calambres, la neuralgia, el reuma, el asma, los problemas digestivos y las afecciones de la piel como acné y psoriasis, tanto en seres humanos como en animales.

Esta gema también ayuda a la gente impetuosa a superar la cólera –Napoleón estallaba en cólera muchas veces– y retomar el control de sí mismo e, incluso, protege al que la lleva contra la envidia.

Se dice que favorece la apertura de dos chakras (el coronario y el de la base).

Su influencia se concentra en los nativos de Leo y Aries y en las personalidades de cualquier signo que se manifiesten temidas o melancólicas.

Obra sobre las heridas, cicatrizándolas, aún las del corazón.

Con ella se preparaba en la antigüedad el famoso polvo de la simpatía.

Actualmente se le sigue atribuyendo el poder de crear afecto.

La popularidad de esta piedra trasciende a Napoleón, ya que fue usada desde Egipto hasta la actualidad en cuentas mágicas y amuletos.

Tal es así que los primeros judíos solían atribuirle propiedades preventivas contra la peste y los venenos.

Es considerada una de las gemas bíblicas y fue  llevada entre los antiguos cristianos para reconocerse entre ellos.

Los primitivos cristianos, no se atrevían a manifestarse por miedo a la persecución.

Sin embargo, idearon ciertos signos para identificarse entre ellos.

Con este fin eligieron las gemas de cornalina, en las que grabaron alguno de los primeros símbolos de la nueva religión: barcas, peces, palmas o la cruz.

Esta práctica se prolongó siglos después de que los cristianos disfrutasen de libertad de culto.

La razón de la elección de la cornalina fue debida a que, dada su coloración intensamente roja, creían que sus gemas eran sangre petrificada de los mártires.

Precisamente recibieron el nombre de “piedras de Santiago” por suponer que algunas procedían del martirio del apóstol.

La cornalina es la piedra que usaba la diosa egipcia Isis para proteger a los muertos en su viaje después de la muerte, es el símbolo del apóstol Felipe; era una de las piedras del peto del juicio de Aaron (Éxodo: xxviii, 15-30); se dice que el sello del Profeta Muhammad (BPD) era una cornalina grabada, engarzada en un anillo de plata y que portaba en el dedo meñique de la mano derecha.

Algunos autores árabes señalan que el color de esta gema es expresión de las fuerzas interiores del alma y de la humana inclinación hacia lo sobrenatural.

Incluso en la actualidad, los budistas de China, India y Tíbet creen en los poderes protectores de la piedra y suelen retomar la práctica egipcia de engastarla junto con la turquesa y el lapislázuli, para intensificar su poder.

Tanto Napoleón como Napoleón III, llevaban un sello de cornalina inscrito con caracteres árabes como amuleto.

Se sabe que, en la preparación de cada campaña, Napoleón le pedía un consejo a su vidente personal, Madame Normand.

Una leyenda cuenta que antes de la batalla de Waterloo le confesó a uno de sus comandantes que estaba convencido de que iba a perder la batalla porque la noche anterior había soñado con un gato negro.

Se dice que hasta su muerte, el 5 de mayo de 1821, Napoleón conservó la cornalina que compró en Alejandría comprobando el enorme afecto que el hombre desarrolla por sus objetos preciosos.

Referencias:
Vich, Sergi. “Amuletos en la antigüedad. Protección contra espíritus, encantamientos y hechicerías”. Revista de Arqueología Nº 111. Zugarto Ediciones S. A. Madrid. 1990.
Revista Vinicius Argentina
Ana María Vázquez, Amuletos.

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