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La pesadilla del narcotráfico llega al mundo musulmán

La pesadilla del narcotráfico llega al mundo musulmán: el número de drogadictos aumenta sin parar en los países de mayoría islámica ante un escaso control estatal.

Sueños de opio. Agricultores afganos trabajan en un campo de amapola ubicado cerca de Jalalabad. Este cultivo ilegal ha sustentado durante décadas a los talibanes y señores de la guerra. (Reuters)
Sueños de opio. Agricultores afganos trabajan en un campo de amapola ubicado cerca de Jalalabad. Este cultivo ilegal ha sustentado durante décadas a los talibanes y señores de la guerra. ©Reuters

El 17 de junio, el peruano Roger Juan Tolentino Vera debía tomar un vuelo en el aeropuerto internacional Silvio Pettirossi, de Paraguay. Unos agentes antidrogas le dieron el alto y hallaron en su equipaje de cabina 1,87 kilos de cocaína. El destino frustrado de su mercancía era El Cairo.

Es un tema del que no se habla mucho, pero Egipto, el país más poblado del mundo árabe, se ha convertido en un floreciente mercado para el narcotráfico. “Desde la revolución no hay control policial y el país es un lugar idóneo para el tráfico de droga”, explica a El Comercio Amr Osman, director del Fondo Nacional para el Control de las Drogas y el Tratamiento de la Adicción.

Las cifras sustentan lo que dice: “En el 2011, unas 12.000 personas fueron atendidas en nuestros centros de rehabilitación. El año pasado aumentaron hasta las 40.000”, asegura Osman.

“Lo verdaderamente alarmante es que la edad de inicio en el consumo de drogas ha bajado hasta los 11 años”, agrega el máximo responsable estatal de la lucha contra el narcotráfico.

Las revueltas que han sacudido la región han vuelto porosas las fronteras y las mafias se han frotado la manos. “La mayoría de las sustancias llegan de Libia”, reconoce Osman. Y el resto, como el bango (un tipo de marihuana local), procede de la difícil y escarpada orografía de la península del Sinaí.

“Es un gran problema social”, señala la doctora Leila Abdelgamed, que gestiona la línea telefónica gratuita establecida por el Gobierno Egipcio para aconsejar y facilitar el proceso de desintoxicación. “Funciona durante las 24 horas. No paramos de recibir llamadas de madres consultando los efectos de las drogas”, añade.

El fenómeno no es exclusivo de Egipto. En la vecina Libia, la situación es aún más dramática porque ni siquiera existe una agencia estatal y solo hay un centro especializado en todo el país, con sede en la oriental Bengazi.

“Durante la era de Muamar Gadafi se sabía poco de los peligros de las drogas y la educación no ha mejorado desde entonces”, dice Abdalá Fanir, director adjunto del hospital psiquiátrico de Trípoli.

Según el teniente general de la policía emiratí Dahi Jalfan Tamim, las drogas son un asunto complejo en el mundo árabe. “Los grupos criminales aprovechan nuestra ubicación estratégica para el contrabando de sustancias hacia el resto del mundo”, arguye.

Hace poco Irán, en una mediática ceremonia pública, prendió fuego a 100 toneladas de droga incautadas por sus fuerzas del orden.

Parte de la mercancía, sin embargo, se queda en los países árabes. Por las calles libias, egipcias e incluso en la franja de Gaza, los jóvenes recurren a las drogas a modo de evasión: el desempleo y una infancia de desigualdad y miseria han arruinado cualquier expectativa de porvenir.

“Es muy fácil comprar droga. Las calles están llenas y hay sustancias muy baratas”, cuenta a este Diario Alí Salem, un cairota de 26 años que se estrenó en el consumo hace más de una década.

Junto al hachís y la heroína, la estrella de los drogadictos árabes es el tramadol, un fármaco usado para aliviar la enfermedad al facilitar la inhibición del sistema nervioso. Se emplea como paliativo para dolores agudos o crónicos pero en las calles de Medio Oriente triunfa como un eficaz estupefaciente.

“Recuerdo que la primera vez me regalaron una pastilla de tramadol y poco después me enganché”, relata el veinteañero Hisham Mohamed.

“Hemos incautado cientos de miles de pastillas de tramadol. Es una sustancia muy adictiva que puede inducir incluso al suicidio”, apunta el director de la agencia antidrogas egipcia. Sus efectos secundarios son extensos: vértigo, dolores de cabeza, erupción cutánea, pérdida de apetito o esquizofrenia.

La medicina, llegada del mercado asiático, se ha convertido en el enemigo público de las autoridades árabes. En Egipto, un ambicioso plan estatal recién lanzado -que involucra a una decena de ministerios- ha comenzado a repartir cajetillas del fármaco que, en lugar de pastillas, contiene hojas con advertencias sobre el consumo de tramadol.

Las píldoras han conquistado Gaza a través de los túneles subterráneos que sortean el bloqueo comercial impuesto por Israel.

El movimiento islamista Hamas, que gobierna la franja, ha extremado la vigilancia y ha prohibido la venta del medicamento en farmacias sin receta médica. Pero aun así, el tramadol resulta un frenesí imparable: en la última operación, a principios de mayo, la policía se hizo con 290.000 pastillas.

Para Hisham, un egipcio de 28 años que descendió al infierno de las drogas durante su etapa escolar, el drama que sepulta a millones de árabes solo tiene una vía de solución: “Nuestras sociedades tienen que hablar en voz alta del tema. Solo así podremos enfrentarnos con él”.

Al drogadicto hay que curarlo y al traficante castigarlo sin contemplaciones. “Hay que conseguir que sean penas máximas”, esboza Amr Osman.

En muchos países de la región, el delito se castiga con condena a muerte. A principios de junio un tribunal egipcio confirmó la pena capital para tres extranjeros, entre ellos un británico de 74 años, por tratar de introducir en Egipto tres toneladas de cannabis desde Pakistán.

Por Francisco Carrión
Con información de El Comercio

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