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La higuera

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Hay árboles únicos y raros como el drago (Islas Canarias), la secoya (California), el baobab (África tropical) y el ombú (Argentina). Otros, en cambio, se han expandido por todo el planeta, desde la India, Irán, Irak, Siria, Palestina, Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos, Grecia, Italia, España,  Centroamérica y la selva amazónica, en Sudamérica.

Es el caso de la higuera, en sus especies más variadas. Este árbol aparece en El Corán (Sura 95), en la Biblia (Génesis 3:7), en la biografía de Buda, en la tradición romana y en Las Mil y Una Noches.

Se cuenta que Gautama Buda, al cumplir treinta y cinco años, encontró la sabiduría al pie de una higuera. Impasible y sereno venció al Maligno en singular combate, entre aguaceros, vendavales y cenizas que caían del cielo y se esparcían a sus pies, convirtiéndose en flores e incienso. Al cesar la tormenta y al volver la luz, la higuera dejó caer una lluvia de flores rojas como el coral.

Hay voces que derivan de la higuera. Por ejemplo, sicología o sea la ciencia que estudia los higos. Otra, sicofante o sicofanta que quiere decir: impostor, calumniador, difamador. Proviene del griego sykós, higo; y phantes-, denunciador, o sea, “el que denuncia al contrabandista de higos”.

Otras expresiones – “me importa un higo” / “estar en la higuera”/ “está hecho un higo”- proceden también de este árbol prodigioso. Hay especies como la Higuera del Diablo, de amargo recuerdo para los niños de antes. De ella se extrae el aceite de ricino, ¡puáh!, que nuestras madres nos hacían ingerir para purificarnos las tripas.

Se conocen más de setecientas cincuenta especies de higueras. Desde la higuera frutal (Ficus carica), el sicómoro o higuera loca (Ficus sycomorus), el amate negro (Ficus teculotensis), el amate blanco (Ficus bonplandiana), el amate amarillo (Ficus petiolaris), el baniano (Ficus indica) que abunda en la India y que, en Bolivia, se llama bibosi, etcétera.



La higuera forma parte de la historia de Roma. La Higuera ruminal crecía en medio del Foro romano porque existía la creencia de que al pie de aquel árbol habían sido amamantados los fundadores de Roma, Rómulo y Remo, por una loba. Según las malas lenguas, no se trataba de una bestia, sino de una mujer llamada La Loba por algunos atributos que a continuación describimos. Casada con un pastor algo distraído, La Loba era una fiera en los combates del amor. Los jóvenes de la comarca se la llevaban al río, creyendo que era mozuela pero tenía marido. La higuera de Roma fue sustituida varias veces. Sus frutos envenenados sirvieron para despachar al otro mundo a algunos cesares, según cuentan Suetonio y Robert Graves. Los supersticiosos romanos se inquietaban cuando la veían marchitarse porque, según ellos, era un aviso premonitorio de desgracias y calamidades.

Esta planta universal y mágica remonta el mito y gana las alturas del misterio. En la Biblia se lee que, después de comer el fruto prohibido del Paraíso (que no era una manzana), a nuestros padres Adán y Eva «se les abrieron a entrambos los ojos; y como echasen de ver que estaban desnudos, cosieron o acomodáronse unas hojas de higuera…». Ahí nacieron los moralistas y los censores. Conste que se habla de hojas de higuera y no de hojas de parra como el vulgo cree.

Más adelante, en el Nuevo Testamento, tres periodistas de la época (los célebres Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas), escribieron la crónica de un hecho insólito: la maldición de la higuera por un Jesús inclemente.

Plinio y Teofrasto coinciden al mencionar una especie de higuera frondosa, pero estéril. Quizás fue esta especie la que sacó de sus casillas a Jesús.

Mateo y Marcos coinciden en la versión de la higuera maldita. Lucas, en cambio, da una versión menos mágica y más realista de aquel hecho.

Por P. Shimose

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