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El cocido de mi tierra – (Puchero canario)

Puchero canario
Puchero canario

EL COCIDO DE MI TIERRA

 

I

 

“La receta del puchero”
nos pide Don Ángel Muro;
¡Vaya un tema! De seguro
que va ha hacerse cocinero.
Lo quiere en buen castellano
y en prosa, según parece,
¿es que en verso desmerece
siendo el verso liso y llano?
Yo me permito creer,
a fuer de rancio poeta,
que le hago la receta
más clara que puede haber.
Y no lo lleve a usté a broma:
resulta menos prolija,
porque el verso limpia y fija
y da esplendor al idioma.
La palabra nacional
para los dos se ha formado:
¿hay para el verso creado
algún lenguaje oficial?

II

Como es el plato aludido
popular, don Ángel, creo
que debe ser la receta
hecha en el metro del pueblo.
¿Lo aprueba usted? Sin ambages
que me responda le ruego…
-Conforme: – ¿estamos conformes?
Don Ángel, ¡cuánto me alegro!
Oiga cómo se adereza
-en Canarias un puchero
para cuatro o seis personas
de algún arraigo y empleo.
-Después que haya recorrido
un espacio corto Febo,
se prende la negra hornilla
con carbones de haya o brezo.
Se echan seis litros de agua
en el pucheral caldero
de la vecina tinaja
con los menesteres éstos:
primero, carne de vaca,
dos kilos, de pierna o pecho;
un argollón de morcilla,
tres chorizos, y de puerco
cinco onzas; de garbanzos
de Castilla, o conejeros
igual suma; y una dosis
de tres de sal (del impuesto).
Y cocidas que hayan sido
las partes de lo que expreso,
se apartan (así se dice
en el canario archipiélago).
Y por la candente boca
del atezado caldero
que fervoroso espumaje
airado despide a intervalos,
impulsando su cubierta
el vapor que bulle adentro
cual si Luzbel estuviese
metido en aquel infierno,
échase la calabaza
(sobre un kilo, más o menos),
chayote, col, habichuelas,
panocha, bubangos tiernos,
ñames y peras; y cuando
-haya sazonado el fuego
tanto totum revolutum
como lo que dicho llevo,
apártense las verduras
para reemplazarles luego
las papas y las batatas,
cuya cantidad o peso
generalmente consiste
según informes muy ciertos,
de aquellas en cinco libras,
las batatas en dos menos.
Témplase entonces. -¿Y cómo?.
Es sencillísimo hacerlo:
azafrán, ajos y clavos,
en el almirez casero
se trituran, se machacan
con la manilla de fierro;
y semejante a una esquila
que repica algún chicuelo
en son de chanza, produce
el propio repiqueteo.
Del caldo, una cucharada
se vierte en él, diluyendo
las especias, que se arrojan
Incontinenti al caldero.
Y allá cuando el sol declina
y a alumbrar va a otro hemisferio,
las carnes y las verduras
tornan otra vez al fuego.
Unidos los componentes
todos por escaso tiempo,
en el caldero hacinados
reciben calor de lleno
Y es de verle tan orondo,
pletórico hasta el exceso,
oloroso y humeante,
como diciendo: ¡Está hecho!
-De seguida se coloca
al manjar populachero
en anchurosa bandeja,
blanca como flor de almendro.
Lo demás huelga decirlo:
¡se hizo para comerlo!
y se come… ¡Ya se sabe!
con la boca y los cubiertos.
Con el suculento tumbo
que resulta del puchero,
se agasajan los criados
en derredor del barreño
a la hora de la queda
en que tocan a silencio
y sus ojas parpadean
al influjo de Morfeo.
¿Quiere usted saber el coste
a que asciende este puchero?
De catorce a quince reales.
ahí…, rozándole al peso.
Se me antoja que es bien clara
esta receta que he hecho;
y si dudas alimenta
de que no es el fácil verso
medio de expresión más breve
que la prosa, yo le reto
a que me cite, entre tantas
memorias como al efecto
recibirá, una que diga
lo que he dicho en frases menos.
¿Lo acepta usted? La respuesta
aguardo por el correo,
y mientras, beso su mano
y a sus órdenes me ofrezco.

 

DOMINGO ENRIQUE, poeta canario, a instancias de D. Ángel Muro. Reproducido por éste en su Diccionario General de Cocina, (Madrid, 1892).

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