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“Lo obsceno no está en la danza, sino en la cabeza del que mira”

Un paseo al ritmo de las danzas orientales, con la bailarina que hace más de tres lustros impulsa esa cultura en Catamarca.

Es una pionera de la cultura oriental local, y en 1996 creó la primera escuela de danzas árabes en la provincia. Susana Alejandra Bulacio, Sualy, es catamarqueña, pero su pasión por Medio Oriente la llevó a convertirse en una referente de esa cultura en la región. Tiene una prestigiosa trayectoria como bailarina y coreógrafa, que incluye dos premios de la Confederación Interamericana de la Danza y la UNESCO, y otros notables reconocimientos. Muy activa, participa en múltiples eventos y hace unos años impulsa el Oriental Fest, la mayor fiesta de la danza árabe en el NOA. Generosa, comparte su experiencia con las alumnas que diariamente asisten a su escuela, en Mota Botello 330, en busca de una formación de primer nivel.

-¿Cómo nace tu interés por las danzas árabes?

-Surge cuando tenía 13 años. Mis padres eran separados y mi papá se había puesto de novio con una descendiente directa de sirios. Yo era adolescente, y me llamó la atención cómo era esa cultura, y así empecé a ver. Después viví en Córdoba mucho tiempo, y ahí aprendí. Me enseñó una señora árabe, una mujer común y corriente que bailaba como se baila en las casas allá, porque es una danza que se bailó siempre en los hogares, lo aprendían las niñas viéndolo, no como profesión para la vida pública. Si bien respetan mucho, no está tan bien visto como oficio.

-En tu caso ¿pensabas en ser una bailarina profesional?

-No empecé viéndolo como algo para dedicarme toda la vida. Empecé porque me gustaba y porque me atraía como cultura. Primero tomé clases así, muy de familia, lo más tradicional. Y después ya empecé a tomar cursos, a especializarme. Me pasó que a medida que fui mejorando, fui sintiendo la necesidad de aprender más. Cuanto más se conoce de la cultura oriental, más uno siente que ignora. Entonces me daba cuenta de que tenía que dar más.

-Y te perfeccionaste con renombrados de las danzas orientales del mundo, incluyendo maestros de Turquía, India, Egipto, Canadá…

-Sí, pero no es que yo haya viajado a todos esos lugares. Sí fui al extranjero, a México, a Perú, a Brasil, lugares donde estuve trabajando, pero nunca pude ir a Oriente. Sin embargo, tuve la suerte de poder tomar clases con muchos de ellos cuando venían a Buenos Aires, más que nada. Mi referente es Amir Thaleb, el creador de las escuelas en Argentina. Ojalá algún día pueda ir a Oriente, porque creo que una experiencia así cambia completamente la visión de las cosas, pero mientras, trato de hablar con gente de allá, porque eso te transmite mucho de su cultura. Muchos ven a esta danza como algo místico, de la seducción y demás, pero tiene todo un origen cultural que hay que asimilar para expresar. Hay chicas por ejemplo que vienen a mi escuela un tiempo y lo único que quieren es bailar, y no es así. Es como si un japonés quisiera bailar tango sin saber de dónde es, su historia, cómo vivía la gente de ese momento, el por qué del tango. Muchos vienen a la Argentina y al experimentar estar en La Boca, les cambia la sensación, y las sensaciones son las que se transmiten a través del baile.

-¿De qué modo todo ese aprendizaje tuyo se vuelca en tu escuela?

-Primero que nada hago hincapié en eso, en la cultura. Trabajo con todas las áreas, y para eso tuve que ir preparándome en todo. Acá verás libros de psicología, motricidad, historia, geografía, de todo. Y trato de inculcar eso para que vean de dónde viene eso que están representando. Cuesta, porque a veces a las chicas no les gusta estudiar la teoría, les cuesta la disciplina; siempre quieren bailar y sobresalir en escena. Hay cierto “divismo” en Argentina, en general. La bailarina argentina es reconocida en todo el mundo por su excelente técnica, pero le falta expresión. Yo siempre apunto a eso. Hoy en día se hacen muchas fusiones y todas quieren hacer doscientos mil giros, pero en el escenario uno lo que quiere ver es a alguien que transmita algo.

-En los últimos años se vio una “moda árabe” en la TV y con celebridades como Shakira. ¿Eso es beneficioso o banaliza el espíritu de la danza?

–Creo que el resurgimiento de esta danza fue en parte gracias a eso, a Shakira, a la novela “El Clon”, etc. Pero también hay muchas cosas que no son como se vieron. Ayudó a que la gente lo busque. Pero aquí todavía falta que se entienda que no es una danza provocativa, sino que intenta transmitir otras cosas, y que lo sensual, o sexual o lo obsceno no está en la danza, sino en la cabeza del que mira. Aún hay personas que piensan que si una niña va a aprender danzas árabes se va a aprender cosas que no corresponden. Hay padres que piensan que si muestran el vientre para bailar danzas árabes es muy erotizante, y sin embargo los chicos bailan “reggaeton” y hacen movimientos que están fuera del alcance de la comprensión de un niño, porque toca sensibilidades en áreas que por ahí los chicos no están preparados para sentirlas.

-¿Qué significado evoca la “danza del vientre”?

-En realidad no se llama “danza del vientre”, sino que ese es el nombre que le pusieron los europeos que en sus viajes lo vieron. Después eso se trasladó a Estados Unidos, y desde allí se transformó la danza, surgió el traje de dos piezas, y lo llevaron así a Hollywood. Así se difundió en el mundo como “danza del vientre” y asociado a la figura de la odalisca, con connotaciones sensuales. Pero en sus orígenes tuvo otro significado. Se remonta a los rituales en los que se rendía honor a la fecundidad de la tierra. Eran ceremonias que las mujeres ofrecían a las deidades para favorecer la fertilidad de la tierra.

-¿Cómo se construyó la imagen de la “odalisca” en la sapiencia popular?

-Lamentablemente en el traspaso de culturas se empezó a difundir que la odalisca servía para cumplir los placeres sexuales de los hombres. En realidad, “odalisca” significa esclava. Era una esclava que integraba el haren en el palacio del sultán. Eran esclavas muy refinadas, a las que se les enseñaba poesía, arte, música, danzas, y servían en el haren. Algunas de ellas, si tenían un talento especial, podían llegar a ser concubinas o esposas del sultán, pero eran básicamente esclavas. Hay muchos prejuicios, sobre todo porque no se conoce. Hoy ya no hay lugar para eso, ha cambiado mucho el rol de la mujer y la vista del hombre hacia la mujer, y no tiene que haber esa discriminación. Incluso allá tal vez haya reglas que no comprendemos desde nuestra visión, pero es otra cultura, y hay que respetar.

-¿Te tocó sufrir esos prejuicios en carne propia?

-Fue muy duro en el comienzo de la carrera. Me molestaba mucho la concepción que había en ese momento de que la odalisca era una mujer fácil de la noche, que estaba disponible para todo. Con las primeras chicas con las que salí a bailar, de las cuales algunas son de las más conocidas ahora, siempre hacía que adonde íbamos nos paguen un dinero fijo, para no tener que estar esperando que nos pongan algo en la mesa. Si bien la cultura es así, que te ponen el dinero en la ropa, me sentía un poco incómoda porque del otro lado la mentalidad de esa cultura no se entendía.

-¿Qué otros cambios viste desde tus inicios hasta hoy?

-Bueno, cuando empecé a enseñar y empecé a hacer shows, era la única, no había más. No tenía aquí dónde recurrir para aprender más cosas, ni siquiera había música. Me acuerdo que había un lugar, del “Richmond” más abajo, “Cuore” se llamaba, y ahí compré un casete de un grupo que se llamaba “El Sheik”. Con eso pude trabajar, y pasaron muchos años antes de que consiguiera videos. Eran tiempos en que hacerse un traje era casi imposible, porque acá no existían las moneditas, las perlitas, todo eso costaba una fortuna, entonces tenías que rebuscártela. Pero cada vez me gustaba más, e iba aspirando a más. Había empezado en un club, y ya quería estar en el teatro. Estuve en el teatro, y quise tener mi salón, y así fui haciéndome. Y sigo.

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Fuente: El Esquiú

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