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Mestizajes de Granada,”La princesa andaluza”

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La Alhambra. Arte árabe, filigranas y piletas de misteriosa armonía, el sello de Granada.

Granada, testigo y protagonista de los acontecimientos que fraguaron la historia moderna europea le suma a su linaje de siglos una intensa combinación de cultura árabe, cristianismo y arte flamenco. Vivaz, intensa y luminosa como todo el sur de España, hoy atrae por el arte y el estilo de vida marcadamente andaluz.

Cuenta la leyenda que durante los años de la prolongada presencia árabe en España, una de las hijas del sultán que por entonces dominaba la región se enamoró perdidamente de un artista que vivía en el barrio del Albaicín granadino. Era un amor tan desmedido como idílico, lo suficientemente arrebatador como para que la princesa dejara a un lado todas sus comodidades, abandonara al rey y atravesara las gruesas murallas de la Alhambra en busca de su sueño.




Pero no era el amor un argumento suficiente como para convencer al monarca: al conocer la deshonra, su majestad envió matar sin piedad a la princesa y a su amante. Decidido a escapar a su destino, al conocer la decisión, el artista abandonó raudamente la ciudad, con rumbo desconocido, mientras la joven se escondió entre las callejuelas del antiguo barrio.

La búsqueda de los enamorados resultó infructuosa, de modo que luego de unos días los soldados volvieron al palacio con las manos vacías. La princesa comenzó entonces a salir en busca de su amante pero, ante la ausencia de respuestas de su utópico amor, decidió quitarse la vida.

Hoy, dicen por aquí, la doncella continúa deambulando por las calles del Albaicín con la esperanza de encontrar finalmente a su príncipe. Esto explica por qué muchos de quienes caminan por el barrio agachan la cabeza al encontrarse con una bella mujer de rasgos árabes, pues creen que al contemplar sus profundos ojos el hombre entra en un estado de enamoramiento absoluto. Esté donde esté, nunca podrá olvidarla y jamás dejará de sentir su penetrante mirada.

La leyenda tiene romance y tragedia, pero es poco comentada entre los 240 mil granadinos y andaluces que pueblan la ciudad, y menos aún entre los cientos de miles de turistas que durante todo el año se pasean por Granada sin miedo a historias de princesas y sultanes vengativos, pues el único encantamiento que los hechiza es el fuerte magnetismo que irradia la ciudad. Una ciudad clave en la historia de España y testigo preferencial de aquellos sucesos que dieron vida a una nueva etapa de la Humanidad, esa que comenzó a escribirse tras el fin del imperio moro que dominó la Península Ibérica durante 800 años. Una influencia que no deja de sentirse hoy en sus ancestrales barrios y en una apasionada sociedad multirracial, ideal para disfrutarla tanto dentro de los museos como en los bares, que abundan y aprovechan la proverbial vida nocturna española.

Al pie de los palacios árabes se extiende Granada, con su deslumbrante blanco andaluz.
Al pie de los palacios árabes se extiende Granada, con su deslumbrante blanco andaluz.


MOROS Y CRISTIANOS

Antes que comience a caer el primer rocío del día, los turistas ya están esperando que se abran las boleterías de la Alhambra. La explicación es una sola: el fabuloso palacio tiene un límite de entradas para visitarlo por la mañana, otras por la tarde y algunas más por la noche. Entradas que durante el verano europeo se evaporan rápidamente, por la alta demanda de visitantes que esperan largas horas por su pasaje a la tierra mítica de los sultanes y princesas del pasado.

Fundada por los íberos durante el siglo VIII antes de Cristo, sometida por los romanos en los albores de la edad cristiana y dominada posteriormente por los visigodos, Granada y el sur de España en general fueron muy codiciados por reinos del Magreb desde la Edad Media, debido a su ubicación estratégica y al clima mediterráneo, muy similar al de sus tierras ancestrales.

Fue así que, a principios del siglo VIII de nuestra era, las dinastías árabes se impusieron en Andalucía. La última fue la de los nazaríes, la que le dio el mayor impulso a Granada a partir de 1238, refundándola y edificando el Palacio de la Alhambra, nombre que según una de las tantas teorías proviene de quien mandó construirla, el sultán Al Ahmar.




Diseñada como un palacio-fortaleza arriba del cerro de La Sabika, la Alhambra fue la residencia del rey nazarí de turno y su Corte, quienes contaban con todas las comodidades necesarias para hacerla totalmente autónoma del resto de la ciudad.

Tras ocho siglos de dominio moro y diez años de batallas contra el sultán Boabdil, último monarca del reino de Granada, los reyes católicos conquistaron la ciudad. Deshonrado, el monarca moro tuvo que entregar las llaves de la ciudad a principios del año clave de 1492, el mismo del descubrimiento de América y la primera Gramática de Antonio de Nebrija.

Ese año fue también el que marcó la expulsión definitiva de los árabes de la Península Ibérica y el comienzo del imperio español, decidido a expandirse en sus nuevas tierras en nombre del cristianismo y la evangelización. Una historia que comenzó apenas Isabel la Católica firmó en la Vega de Granada, a pocos metros de la Alhambra, las Capitulaciones de Santa Fe, documento que le daba a Colón plenas facultades en su afán por descubrir una nueva ruta hacia las Indias.

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