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Las benéficas cualidades del vino

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En el año 1991 participó el doctor Serge Renaud (Director de Investigación del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia —INSERM, por sus siglas en francés—) en el programa de televisión 60 Minutos, de la cadena estadounidense CBS, y en su intervención comentó que la incidencia de las enfermedades cardiovasculares en Francia era menor que en Estados Unidos de América, a pesar de que la dieta de los franceses en más abundante en grasas saturadas. Explicó que ello era debido a las propiedades salutíferas del vino tinto, consumido ampliamente en ese país. Este hecho fue denominado la “Paradoja francesa”, y fue el detonante para que el consumo de ese tipo de vino se incrementara notoriamente en Estados Unidos.

Casi dos siglos antes de Serge Renaud haya publicado, en la prestigiada revista médica británica The Lancet, el resultado de sus investigaciones, y participara en el mencionado programa televisivo, Samuel Blake, irlandés, escribió en 1819 un reporte en el que asentó lo siguiente: “Los franceses comen una gran cantidad de grasas –quesos, otros derivados de la leche completa y foie gras—, y en general tienen menos ataques al corazón que los ingleses y otros europeos”. Al final del artículo Blake dejo entrever que el consumo de vino tinto podía tener alguna participación en el asunto.



De un artículo periodístico escrito por mí hace poco más de una década (publicado en la edición del bimestre septiembre/octubre de 1999, de la revista “Vinus”, de México), referente a los provechosos efectos que entraña el consumo moderado del vino, transcribo los siguientes párrafos: “En agosto de 1991 un estudio llevado a cabo en la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, puso de manifiesto que era el resveratrol, una sustancia química presente en el vino, la que le confería a esta bebida sus cualidades preventivas. En dicha investigación científica quedó asentado que la tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares era de doscientos por cada cien mil personas en los Estados Unidos de América, mientras que en Francia era, únicamente, de setenta y cinco por cada cien mil habitantes. Estos resultados, al ser conocidos en la Unión Americana ocasionaron que en 1992 las ventas de vino tinto se incrementaran notablemente en el vecino país del norte”.

Considero igualmente pertinente que ahora transcriba otro párrafo del mencionado artículo. En él consigno que “El vino no posee únicamente comprobados efectos sobre el aparato cardiovascular. Favorece, asimismo, la digestión, al propiciar la acción eupéptica de los jugos digestivos. Igualmente tiene propiedades bactericidas, debido a sus diversos componentes químicos. Y a más de las cualidades antes señaladas es prudente no olvidar su efecto antitóxico y suavemente euforizante. A este respecto quiero recordar la opinión de Gerard Debenigne, quien dijo: “El vino vierte en los corazones el optimismo, la alegría de vivir y nos produce, además, una mejoría psíquica en nuestro estado de ansiedad”.

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El tema de los saludables efectos del consumo moderado y frecuente de vino, especialmente tinto, ha dejado de ser motivo de reportes médicos para trascender a la prensa cotidiana. En la revista América Economía (que circula en diecinueve países de América) , en su edición del 21 de marzo de 2002, apareció un interesante artículo de Hugo Sabogal, de donde trascribo un párrafo: “Desde hace más de treinta años se han venido realizando cientos de estudios, en Estados Unidos, Australia, Asia, Europa y Chile, sobre la estrecha relación entre vino y salud. Estas investigaciones, en las que han participado más de un millón de personas, confirman la tesis de que los bebedores moderados de vino tinto están menos expuestos a ciertas enfermedades riesgosas, en comparación con los no bebedores”.

En el Internet, preciado instrumento de información, leí en fecha reciente diversas noticias publicadas en la prensa de todo el mundo, respecto a las propiedades benéficas que acarrea para el organismo de los seres humanos el hecho de degustar diariamente dos o tres copas de vino, especialmente si se trata de vino tinto, ya que los compuestos fenólicos presentes en el vino han probado, en forma indudable, sus efectos antioxidantes, y también porque reducen los niveles del colesterol denominado “malo” (LDL), inhiben la agregación plaquetaria e incrementan las tasas del colesterol llamado “bueno” (HDL).Los compuestos químicos presentes en el vino tinto que han sido identificados plenamente por sus cualidades antioxidantes específicas son los siguientes: resveratrol, quercetina, procianidina, catequina, epicatequina y miriquetina.



En un informe del organismo estadounidense cuya razón social es Wine Institute, cuya sede está en la californiana ciudad de San Francisco, leo que numerosos grupos de investigadores clínicos, de Estados Unidos de América, Canadá, Gran Bretaña y España, han venido publicando los resultados de sus investigaciones, que ponen de manifiesto, sin lugar a dudas, que la ingesta, moderada, de vino de mesa, sobre todo el tinto, trae como resultado favorables efectos para el organismo de los seres humanos, lo mismo mejorando la función cardiovascular, inhibiendo el desarrollo de células neoplásicas y favoreciendo múltiples funciones corporales, como las digestivas y mentales.

En otra parte de este informe científico figura una veintena de reportes científicos recientes, alusivos a los salutíferos efectos del moderado consumo cotidiano de vino tinto. En esa sección están enlistados los artículos médicos referentes a investigaciones específicas, como aquella publicada en la Revue Neurologique (Revista Neurológica), número 153, de 1997, en la cual los doctores Letenneur y Orgogozo hacen saber que el consumo regular de vino durante los años de la tercera edad (el estudio fue realizado con tres mil setecientas personas, hombres y mujeres, cuya edad era de sesenta y cinco años o más) disminuye notoriamente los riesgos de padecer la temible enfermedad de Alzheimer, y también la posibilidad de sufrir demencia senil.

En otro reporte clínico leo que cada copa de vino contiene aproximadamente doscientos compuestos fenólicos diferentes, de los cuales un crecido número se han hecho notorios porque se ha comprobado que disminuyen ostensiblemente los potenciales daños del proceso de oxidación celular a la que están expuestos los seres humanos. De acuerdo a la opinión del doctor Andrew Waterhouse, investigador de la Universidad Davis de California, “el vino es una de las mejores fuentes de aprovisionamiento de compuestos fenólicos antioxidantes con que cuentan los estadounidenses”.

En el libro Boir du vin pour rester en bonne santé (“Beber vino para tener buena salud”, Editions Flammarion, 1997), su autor, Michel Montignac , menciona las diversas propiedades salutíferas del vino (consumido, claro está, con moderación), entre las que enlista las siguientes: acción bactericida, antiviral, antialérgica, antioxidante y antiinflamatoria. De la misma manera, en este excelente libro de doscientas sesenta páginas, su autor analiza los múltiples mecanismos fisiológicos que intervienen en diversas funciones orgánicas, las cuales están favorecidas por las ochocientas substancias diferentes contenidas en el vino, de las cuales, asevera, sólo una pequeña minoría han sido objeto de estudios precisos.

La Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (sus siglas son FIVIN) es una agrupación internacional de científicos, principalmente médicos y químicos, cuya sede se halla en la catalana ciudad de Vilafranca del Penedés. Su principal actividad gira en torno a los estudios e investigaciones referentes al potencialmente favorable efecto del vino sobre el organismo humano, así como dar a conocer, mediante congresos de carácter multinacional, las cualidades terapéuticas del vino, cuando este néctar etílico es consumido de tres a cuatro copas por día, junto con los alimentos. En el boletín de FIVIN número 13, correspondiente al mes de octubre de 1999, se asienta lo siguiente: “Los Estados Unidos de América se han adelantado a los países de gran tradición vitivinícola, anunciando que a partir de ahora las botellas de vino elaborado en el país americano llevarán una leyenda destacando los efectos saludables del vino. Esta decisión se convierte en histórica, ya que por primera vez, y desde el propio producto, se informa al ciudadano de los efectos beneficiosos del vino. FIVIN está llevando a cabo una serie de acciones en este sentido, para que en España pueda producirse este hecho”.



Tengo a la vista un reporte publicado, el día 25 de diciembre de 2001, por la agencia Reuters, en el cual queda asentado que “”un equipo de investigadores británicos ha identificado los componentes del vino tinto que combaten una proteína asociada a las enfermedades del corazón. Los investigadores han descubierto que los polifenoles, que se encuentran en la piel de las uvas y en el vino tinto, reducen la producción de una proteína que estrecha los vasos sanguíneos y reduce el flujo de oxígeno al corazón. Se cree que dicha proteína, la endotelina-1, desempeña un importante papel en el desarrollo de las enfermedades coronarias, según explican el doctor Roger Corden y sus colaboradores de la Universidad Queen Mary de Londres. Sus descubrimientos apoyan los resultados de otros estudios anteriores, que demostraban que un consumo moderado de vino tinto puede reducir el riesgo de padecer una enfermedad del corazón”.

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