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¿Llegó el "momento Bengasi" a Siria?


El presidente Bashar Assad no va a irse. Todavía no. Tal vez no por un buen rato. Los periódicos de Medio Oriente están llenos de artículos que especulan si ha llegado el “momento Bengasi” de Assad –casi todos estos textos son escritos desde Washington, Londres o París–, pero pocos en la región entienden cuán errados llegamos a estar los occidentales. La vieja advertencia tiene que repetirse una y otra vez: Egipto no era Túnez, Bahrein no era Egipto, Yemen no era Bahrein, Libia no es Yemen. Y Siria, en definitiva, no es Libia.

No es difícil ver por qué en Occidente piensan lo contrario. La barricada de horripilantes imágenes de Homs en Facebook, las declaraciones del “Ejército Sirio Libre”, los resoplidos de la Clinton y el asombro de que Rusia sea tan ciega al sufrimiento de los sirios –como si Estados Unidos no hubiera sido ciego al sufrimiento de los palestinos cuando, digamos, más de mil 300 de ellos cayeron en el ataque israelí a Gaza– no compaginan con la realidad en el terreno. ¿Qué les importa Homs a los rusos? ¿Acaso les importaron los muertos en Chechenia?

Miremos las cosas desde el punto de vista opuesto. Sí, todos sabemos que el servicio de inteligencia sirio ha cometido abusos contra los derechos humanos. Eso hizo en Líbano. Sí, todos sabemos que en Damasco hay una dictadura, no un gobierno electo. Sí, todos sabemos de la corrupción. Sí, todos observamos la humillación de la ONU el fin de semana, aunque sigue siendo un misterio por qué la Clinton esperaba que los rusos chocaran los talones luego que la “zona de exclusión aérea” de Libia se convirtió en un “cambio de régimen”.

La destrucción del gobierno encabezado por los alawitas en Siria –que significa en los hechos un régimen chiíta– sería una espada en el alma del Irán chiíta. Observemos Medio Oriente desde las ventanas del enorme palacio presidencial que domina la vieja ciudad de Damasco. Cierto, el Golfo se ha vuelto contra Siria, al igual que Turquía (aunque tiene la generosidad de ofrecer a Bashar el exilio en el viejo imperio otomano).

Pero miremos hacia el oriente, y ¿qué ve Bashar? El leal Irán está de su lado. El fiel Irak –el nuevo mejor amigo de Irán en el mundo árabe– se niega a imponer sanciones. Y hacia el oeste, el pequeño y leal Líbano también rehúsa imponerlas. Así pues, de la frontera de Afganistán hasta el Mediterráneo, Assad tiene una línea fuerte de alianzas que debe evitar, por lo menos, su colapso económico.

El problema es que Occidente ha estado tan embelesado con relatos, conferencias y tonterías de analistas acerca del espantoso Irán, el infiel Irak, la perversa Siria y el aterrorizado Líbano, que es casi imposible hacer a un lado esas imágenes engañosas y darse cuenta de que Assad no está solo. No se trata de elogiar a Assad ni de apoyar su permanencia en el cargo. Pero es real.

Los turcos, después de mucho farfullar al estilo Clinton, no mantuvieron su “cordón sanitario” en el norte de Siria. Tampoco el rey Abdalá II de Jordania hizo eco al llamado de la oposición siria a tender un cerco similar en el sur. Curiosamente, y lo repito, sólo Israel ha guardado silencio.

Mientras Siria pueda comerciar con Irak, podrá hacerlo con Irán y, desde luego, con Líbano. Los chiítas de Irán y la mayoría chiíta en Irak, al igual que el liderazgo (aunque no mayoría) chiíta en Siria y los chiítas de Líbano (la comunidad más grande, aunque no mayoritaria) estarán del lado de Assad, aunque sea con renuencia. Me temo que así son las cosas. El orate de Kadafi tenía enemigos reales, con poder de fuego y con la OTAN. Los enemigos de Assad tienen rifles Kalashnikov y nada de OTAN.

Assad tiene a Damasco y Alepo, y esas ciudades cuentan. Sus principales unidades militares no se han pasado a la oposición.

Los “chicos buenos” también tienen “chicos malos”, hecho que pasamos por alto en Libia, cuando los “chicos buenos” asesinaron a su comandante del ejército y torturaron a sus prisioneros hasta matarlos. Ah, sí, y la Real Armada logró entrar en Bengasi. No pudo entrar en Tartus porque la armada rusa todavía está allí.

Por  Robert Fisk

Fuente : La Jornada (México)

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