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La inmigración árabe en Chile – Por María Olga Samamé B.

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Durante el siglo XIX y comienzos de XX se gestaron grandes movimientos migratorios causados por varios factores, entre los cuales se puede mencionar la aceleración demográfica, el empobrecimiento de las tierras agrícolas, el florecimiento no equitativo de la economía, el crecimiento del comercio intercontinental. En esta perspectiva, el continente americano se convirtió en un territorio que ofrecía mejores condiciones para los emigrantes procedentes de Europa y Asia. Así, impulsados por una concepción utópica del Nuevo Mundo, se orientaron hacia él con el firme propósito de prosperar y contribuir al progreso y consolidación de los países receptores.

La emigración árabe a Chile se inserta en este contexto y se inicia en la segunda mitad del siglo XIX. Los inmigrantes provenían mayormente de Palestina, Siria y Líbano, territorios a la sazón bajo la dominación del imperio turco otomano y, luego, por el sistema colonialista europeo. En este escenario imperaban heterogéneas nacionalidades, creencias, lenguas, hábitos y costumbres. Los árabes -de milenaria cultura y ahora subyugados- sobrevivían insertos en un sistema económico empobrecido, debido, entre otras causas, a la imposición de productos manufacturados europeos, en detrimento de la escasa industria local; a la merma en el desarrollo de las técnicas agrícolas y a un sistema de aparcería; a la permanente demanda de empleo; a la constante represión política y los frecuentes enfrentamientos religiosos. A pesar de esta inestable atmósfera, artesanos en perla o nácar, comerciantes en tejidos, pequeños agricultores y ganaderos, ejercían sus oficios y técnicas aprendidas en un nivel educacional no extendido, pues dependía, ya sea de una minoría religiosa cristiana occidental u oriental, ya sea de los ulemas musulmanes; y todo esto bajo la supervisión turco otomana, ejercida a través de los millet  respectivos.



A Chile llegaron palestinos procedentes de Belén, Betyala, Bet Sahur, entre otras ciudades. Ejercían el trabajo independiente, como, por ejemplo, tallado en nácar y concha de perla, la pequeña ganadería y la agricultura. Los sirios, por su parte, provenían principalmente de Homs y Alepo. La familia se dedicaba a labores en los rudimentarios telares y, en menor escala, a la ganadería y a la agricultura. Los libaneses, en menor número, procedían de diversas aldeas y ciudades y practicaban especialmente la agricultura. Cabe señalar, además, que la mayoría de los emigrantes árabes levantinos en Chile eran cristianos de rito ortodoxo y su organización social predominante residía en la estructura familiar, núcleo de preservación de costumbres y tradiciones ancestrales y base de la enseñanza doméstica, ética y moral. Dirigía esta organización la figura patriarcal, la cual permitió el fortalecimiento del sentimiento de pertenencia y solidaridad de sus miembros. Precisamente, el núcleo familiar con estos rasgos definitorios fue, de alguna manera, trasplantado por los inmigrantes árabes al espacio chileno para, así, recrear una atmósfera receptora que permitiría cobijar a las siguientes oleadas de árabes, que decidieron incorporarse a esta nueva realidad.

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Durante el siglo XIX -y a propósito de la migración mundial- Chile también favoreció la entrada de extranjeros, situación que influyó en la conformación social del país. Cabe destacar que el Estado actuó selectivamente al preferir a inmigrantes europeos, porque esperaba que su contribución influyera en la colonización y, por ende, en “mejorar la raza”; en el desarrollo económico y en el progreso intelectual y espiritual del país. En efecto, la presencia europea y asiática pronto se destacó por su espíritu emprendedor y laborioso en las diferentes actividades mercantiles e industriales del país, situación que despertó la animosidad del chileno, quien se vio desplazado cuando observó que las numerosas transacciones comerciales estaban depositadas en manos foráneas. El sentimiento de rechazo comenzó a manifestarse hacia fines del siglo XIX, y las autoridades gubernamentales respondieron a esta inquietud con una disminución de la emigración, favoreciendo, en su lugar, otra de carácter selectivo. Es en este contexto cuando se produce la llegada sostenida de árabes levantinos, quienes, globalmente, no respondían a la imagen estereotipada del europeo.

Por el contrario, diferían por su lengua, de sonidos inarmónicos; por su aspecto físico, extraño y alejado del ideal europeo; por su vestimenta, burda y desaliñada en relación con la del europeo. Sobre estos inmigrantes árabes en particular, una parte de la población chilena dirigirá un sentimiento xenofóbico soterrado que lentamente se aminorará cuando ese “turco” logre integrarse en esta sociedad.

El proceso de inserción de los árabes fue lento debido, en términos generales, a la desconfianza, el abuso y la discriminación de que fueron objeto. No se les concedió tierras ni lugares específicos para residir, aunque -eso sí- es preciso reconocer que hubo una política de puertas abiertas. Dado que el carácter de esta emigración fue dirigido o libre, los árabes optaron por el asentamiento disperso a lo largo del territorio nacional y desarrollando un oficio que interfiriera lo menos posible con el de los chilenos o extranjeros. De esta manera surgió la compra y venta ambulante del “falte” o buhonero, ese personaje premunido de un canasto lleno de mercadería diversas (pinches, peinetas, hilos, agujas, géneros, etc.), que voceaba sus productos en las ciudades, en los barrios, en los pueblos del país. Cuando reunió una cantidad suficiente, el “falte” se instaló con un pequeño comercio establecido: el baratillo, que le sirvió de negocio y habitación a la vez.

En las ciudades y pueblos del país nacieron los barrios comerciales que concentraron a las familias árabes levantinas, conformadas en virtud de una inmigración en “cadena de llamadas”, dirigidas a parientes de la misma etnia y credo religioso. De esta manera, la familia árabe se reconstituyó e inició un proceso de adaptación. El espíritu clánico fue un factor determinante que definió el carácter del árabe inmigrante, pues le permitió arriesgarse en diversas empresas económicas, a partir del anhelo de superación y del esfuerzo permanente de sus miembros. El núcleo familiar ha sido fundamental para la cohesión y el sentido de pertenencia de los inmigrantes árabes, durante su primera etapa de inserción. Sin embargo, la adaptación y la integración al país de acogida tuvo un costo que se manifestó en la pérdida de parte de la identidad cultural, a saber: desuso del idioma árabe en los descendientes, matrimonios exogámicos, preferencia por el credo católico, decrecimiento de agrupaciones culturales y sociales árabes, entre otros.

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La escritura de la inmigración árabe en Chile

Desarraigo, añoranza, marginación, adaptación, inserción e integración, construyen, en su conjunto, los cimientos de la inmigración árabe en Chile, y han motivado a escritores chilenos de origen árabe, o sus descendientes, a recrearlos en su novelística. Desde sus particulares perspectivas, la inmigración implicó una ruptura en la continuidad y preservación de las raíces identitarias milenarias árabes. Desde otra dimensión, la temática de esta novelística se puede asumir como una contribución a la reconstrucción del canon literario nacional, particularmente referido al problema de identidad en la literatura chilena. Asimismo, se puede postular que las novelas de emigración árabe constituyen un depósito de memoria estética, en el desarrollo de una modalidad de transculturación, y representan el resultado del permanente contacto entre individuos de culturas diferentes. Igualmente, este proceso implica permanencia, pérdida o desarraigo de la cultura precedente, es decir, la árabe, y vinculación a la cultura receptora, la chilena.



Las novelas que consideraremos para observar estas características son las siguientes: Memorias de un emigrante (1942), de Benedicto Chuaqui; Los turcos (1961), de Roberto Sarah; El viajero de la alfombra mágica (1991), de Walter Garib; Peregrino de los ojos brillantes (1995), de Jaime Hales9 y Nahima (2001), de Edith Chahín.

En todas estas novelas se puede advertir que los inmigrantes llegados a Chile poseían una identidad cultural definida, a saber: eran árabes de Palestina, Siria y El Líbano, en su mayoría cristianos de rito ortodoxo y de tradiciones y costumbres ancestrales. Precisamente, estos rasgos identitarios fueron determinantes para que el otro grupo -los chilenos- les negaran el valor humano, se los marginara e, incluso, se los persiguiera. La identidad para todo grupo humano que se inserte en otra realidad se ve amenazada en sus rasgos acendrados en el pasado.

Estos escritores visualizaron en sus novelas que los inmigrantes árabes se incorporaron a una sociedad chilena que tenía una identidad que estaba en un movimiento permanente de construcción y reconstrucción, situación que la convirtió en una comunidad a veces receptora, otras veces intolerante, hacia esta particular minoría árabe. En este sentido, la novelística de la inmigración pone en evidencia los modo de vida de este ‘otro’, el árabe, sus valores, sus sentimientos, sus emociones, en fin, sus características propias, las cuales, en su conjunto, son opuestas, o no se reconocen, o están fuera de la sociedad de acogida, es decir, de ese ‘nosotros’, los chilenos. También las novelas destacan a que ese ‘otro’, árabe, se lo define desde una dimensión étnica, cuando se lo considera primitivo, bárbaro, incivilizado, porque viene de afuera y pertenece, por lo tanto, a otra realidad. De algún modo los escritores han planteado este aspecto social de la identidad, cuando recrean la situación de los árabes a los ojos de la comunidad chilena y cómo lograron superar, en virtud de la transculturación, el problema de identidad y alteridad.

Los rasgos identitarios de esta narrativa están presentes desde dos perspectivas: una relacionada con el esencialismo, es decir, como “…un conjunto ya establecido de experiencias comunes y de valores fundamentales compartidos, que se constituyó en el pasado …”, y que los árabes, una vez instalados en el país, preservaron en gran parte; otra vinculada a un proceso histórico, cultural de permanente construcción y reconstrucción que definía a la sociedad chilena y al cual los árabes, transidos de impronta milenaria, se incorporaron durante sus diversas etapas de integración.

Estas dos perspectivas de identidad que subyacen en la novelística se derivan fundamentalmente de la dinámica histórica que regía el modus vivendi de los levantinos, previo a su desplazamiento al Nuevo Mundo. Se trata de su estado de doble servidumbre: primero, de los turcos otomanos; luego, del colonialismo occidental. Ser súbditos del imperio les resultaba insostenible y anacrónico y, al mismo tiempo, convivir bajo el sistema occidental significaba estar bajo una profunda presión difícil de superar. La emigración obedeció a un propósito decidido de liberarse de esta situación. En Chile creyeron encontrar un nuevo y renovado espacio para reactualizar su identidad y su patrimonio cultural y civilizador; por este motivo, las novelas despliegan una identidad necesariamente básica, porque se trata de los árabes; una identidad esencialmente afectiva, porque tenían el sentimiento de ser árabes; una identidad inevitablemente cognitiva, porque los árabes tenían conciencia de ser ellos mismos y de los otros ­primero de los turcos, que los subyugaban; luego de los chilenos, la sociedad receptora­ y, finalmente, una identidad forzosamente activa, en la medida en que, ya instalados en el país, tomaron la decisión de hacer uso de su libertad, esfuerzo y perseverancia, y demostrar que conformaban una identidad de la diferencia.

La identidad es un proceso social de construcción, donde los individuos se identifican según ciertas categorías culturalmente determinadas. Los árabes las poseían en términos de etnia, lengua, religión, modo de vida, tradición y costumbres. Sin embargo, las novelas ponen de relevancia una lenta y sostenida pérdida de esta identidad. El espacio chileno se presentó unas veces hostil, otras veces receptor. Para acceder a él, los árabes debían ceder una parte de esta identidad que los convocaba, y lo hicieron con el desuso de su lengua árabe, una de las más representativas señas de identidad de estos inmigrantes. Su adaptación y comunicación exigía el aprendizaje del español, para su actividad comercial y la interrelación social. Más aún, en los descendientes se fomentaba su abandono para una integración más expedita. Su identidad también se vio afectada cuando comienzan a producir y adquirir cosas materiales, relacionadas con el consumo inmediato y con el profundo anhelo de llegar a pertenecer a la comunidad de acogida. Asimismo, las novelas revelan cómo se abandona a veces las lealtades grupales tradicionales, por ejemplo a través de la apertura a los matrimonio exogámicos, el deseo de acceder a la aristocracia chilena, el abandono y el repudio de los oficios y actividades iniciados por los pioneros inmigrantes, la opción por el credo católico, etc. En esta dimensión, las novelas manifiestan que la identidad de los árabes también experimenta, en forma permanente, la construcción y reconstrucción derivada de nuevos contextos y situaciones histórico sociales. Algunos árabes, ante la presión de los ‘otros’, los chilenos, se vieron en la necesidad de construirse una autoimagen que respondiera a la percepción que de ellos se tenían; mientras que otros árabes, defensores de su cultura, desearon ser reconocidos como una identidad de la diferencia y, por extensión, distinta y específica.

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De igual modo, subyace en esta novelística un proceso intersubjetivo de reconocimiento de esta etnia árabe que reclama ser estimada como individuos, respetados en sus derechos y valorados por su contribución a la sociedad chilena. Estas aspiraciones impugnaban el rechazo, la exclusión y la desvalorización cultural de que habían sido objeto durante el proceso de integración.

La escritura de la inmigración levantina exterioriza también dos escenarios de identidad, emanados de los vínculos sociales y económicos que se establecieron entre los árabes desplazados y los chilenos: el primero se relaciona con una identidad culturalmente definida y arraigada en la sociedad chilena, donde los individuos, en un contexto histórico en movimiento, comparten un conjunto de cualidades, modos de ser, peculiaridades idiomáticas, tradiciones, ritos, costumbres, memoria acendrada, con los cuales se ha construido una comunidad imaginada, es decir, la nación; el segundo atañe a los propios árabes que traían su propia identidad cultural, heredada del pasado, para insertarla en el espacio chileno como proyecto a futuro. Esta última no pudo competir con la anterior. Precisamente esta escritura ha recreado esta suerte de oposición de identidades cuando exhibe la exclusión de los inmigrantes, en sus diversos grados; por ejemplo, despliega la desconfianza que despertó el árabe durante su inserción; denota la hostilidad y la agresión que recibió el levantino en este proceso de asimilación y aceptación en la sociedad de acogida; describe diversas formas de intolerancia denominada turcofobia; particulariza algunos estereotipos construidos para calificar a ciertos árabes de usureros, ambiciosos, arribistas. Cabe consignar, además, que esta situación de marginalidad y de abandono paulatino de la identidad cultural árabe fue también consecuencia de un mundo globalizado.

En la escritura de la emigración árabe opera una híbrida matriz identitaria en la cual converge, por un lado, una concepción esencialista de carácter atenuado, es decir, las generaciones descendientes preservan una parte de los componentes heredados de la identidad cultural árabe y, por otro, una concepción histórico cultural presente en la sociedad chilena en el proceso de reconstitución de su identidad, a la cual los inmigrantes y su descendencia se incorporan, pero, al mismo tiempo, excluyen una parte de sus rasgos identitarios que los definen.



Transculturación, identidad y alteridad de las novelas de la inmigración árabe hacia Chile. María Olga Samamé B. Centro de Estudios Árabes, Departamento de Estudios Culturales Regionales , Facultad de Filosofía y Humanidades , Universidad de Chile, Chile. Revista Signos , 2003.

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