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Beatles + Drogas + Propaganda = Guerra – (Una de las armas mas poderosas del imperio)


Entra EMI

EMI, dirigida por el aristócrata sir Joseph Lockwood, son las siglas de Electrical Music Industries. Lo que la mayoría ignora es que esa empresa es una de las «principales productoras británicas de componentes electrónicos militares y miembro clave de la Inteligencia militar británica» , pues es una importante contratista de la Oficina de Guerra Británica. Más aún, el socio secreto de EMI era otra gran discográfica, RCA, también activa en el campo de la electrónica espacial y militar de las comunicaciones por satélite. Era un ejemplo clásico de lo que el presidente americano Dwight Eisenhower denominó el «complejo industrial militar», es decir, el Gobierno Mundial concentrando todo el poder cada vez en menos manos. A mediados de la década de 1960, la división de música de la EMI había crecido hasta tener más de setenta mil empleados y unas ventas que superaban los tres mil millones de dólares .

Fue EMI la que creó el mito de la gran popularidad de los Beatles. Bajo la dirección de George Martin (director de grabaciones de Parlophone, una filial de EMI, y él mismo un músico con talento) y Brian Epstein, los Beatles fueron «lavados y limpiados y se les peinó al estilo de los Beatles. » Martin creó en su estudio de grabación a los Beatles y al entorno de celebridades que les seguía, y Theodor Adorno les escribió sus melodías y letras. Esta información, huelga decirlo, fue siempre ocultada al público.


Entorno de celebridades

Uno de los elementos clave del lavado de cerebro en masa aplicado a la opinión pública fue el papel que la publicidad, y por extensión el «culto a la fama», jugó en diseminar lo que los controladores del Bilderberg en el Tavistock querían que la gente creyera.

En la década de 1920, en tiempos de paz, Edward Bernays tomó la propaganda y la rebautizó como «relaciones públicas», creando con ello la sociedad de consumo (de la que se decía que era la guinda del pastel que se suponía era el capitalismo de libre mercado) con la ayuda de los primeros avales de famosos y “product placements”, considerando las teorías de la psicología de masas y los esquemas de persuasión política y empresarial sobre las creencias del ciudadano medio, apelando «por encima de la mente» a las emociones y al instinto.

Su fama, a su vez, se vería «aumentada por los medios utilizando estrellas de cine», es decir, celebridades «que se puedan convertir en líderes de opinión», con tanto poder para inclinar la opinión pública en uno u otro sentido como los políticos; con la llegada de los Beatles, el mismo principio se aplicó también a ellos y, por extensión, al rock and roll.

Así se creó el concepto de «celebridad» y, desde entonces, la televisión lo ha fomentado como algo que pocas personas alcanzan. ¿Y qué es una celebridad sino el pseudo- acontecimiento definitivo, fabricado con el propósito de satisfacer nuestras expectativas de grandeza humana? Es la historia de éxito definitiva del siglo XX en su persecución de una ilusión. Se ha creado un nuevo molde, de modo que humanos comercializables, héroes modernos, puedan ser producidos en masa para satisfacer al mercado sin el menor inconveniente. Las cualidades que hoy convierten a un hombre o a una mujer en una marca «anunciada a nivel nacional» son, de hecho, una nueva categoría del vacío humano.

«Y en este agujero negro, caracterizado por la explotación que realiza la publicidad de tantas imágenes idealizadas (por ejemplo, los Beatles y su imagen adolescente, fomentada con el objetivo de que fueran “descubiertos” por los propios adolescentes), se interpone cualquier religión que prometa acabar con el ciclo de idolatría y ponernos en contacto con el gran ideal que trasciende todos los demás: Dios, la inmortalidad, la conciencia cósmica, la iluminación, el mundo espiritual, el yo profundo o cualquier nombre que se le dé. » Utilizando técnicas que son básicamente religiosas, el Tavistock, sin darse cuenta, publicita la religión, pues anima a la gente a creer que los ideales más importantes y atractivos de nuestra cultura pueden conseguirse con facilidad, «sólo con encontrar el producto adecuado o, por extensión, al salvador, filosofía, iglesia, gurú o culto adecuado ». Es una cultura que ha preferido la ilusión a la realidad.


Los Beatles salen a escena

En agosto de 1963, durante la primera gran aparición televisada del grupo en el Palladium de Londres, resultó obvio lo que los medios habían preparado para el consumo de las masas. Según la prensa londinense, «miles de seguidores de los Beatles generaron disturbios». Al día siguiente, en la portada de los grandes periódicos de Gran Bretaña apareció la noticia de que «la policía trató de contener a miles de adolescentes histéricos». «La noticia era un fraude», escribe Philip Norman en Shout! The in Their Generation. Según Elizabeth Jane Horbay, una actriz canadiense que estudiaba en Londres en aquellos momentos y que estuvo presente durante el supuesto caos desatado por los Beatles, «no hubo disturbios. Yo estuve allí. Sólo vi unas cuantas chicas gritando todo lo que podían».

Seis meses después, en febrero de 1964, la gira de los Beatles llegó a Estados Unidos, «y con ellos llegaron los disturbios amañados en el aeropuerto Kennedy, donde supuestamente fueron acosados por miles de adolescentes histéricas» . La prensa estadounidense anunció inmediatamente que la «beatlemanía» había llegado a Estados Unidos . Pero sin lugar a dudas se sabe que las chicas «histéricas» eran, en realidad, estudiantes de una escuela pública del Bronx que habían sido llevadas al aeropuerto para que «actuaran» ante el público norteamericano y fueran grabadas por las cadenas de televisión a cambio de veinte dólares como parte de un plan ideado por el Tavistock para hacer que aquella banda limpia de rock pareciera popular.

Sin embargo, para terminar de convencer a los fans de que los Beatles eran populares fue necesario crear el mismo tipo de circo mediático que hoy estamos acostumbrados a esperar de la industria del espectáculo. Para lanzar la primera gira de los Beatles, los medios crearon una de las mayores audiencias de la historia. «Durante dos domingos seguidos, algo sin precedentes, en el programa de Ed Sullivan –nos cuenta Donald Phau en The Satanic Roots of Rock-, más de setenta y cinco millones de norteamericanos vieron cómo los Beatles agitaban la cabeza y movían el esqueleto en un ritual que pronto iba a ser copiado por cientos de futuros grupos de rock.»

El hombre encargado de que a los estadounidenses les «gustaran» los Beatles fue el mismo Walter Lippmann. Los Beatles, el grupo más parodiado y versionado de la historia de la música, fueron puestos ante el público norteamericano para que fueran descubiertos. Los adolescentes, que ignoraban lo que en realidad estaba pasando, fueron sometidos a un aluvión incesante de propaganda de la «música de los Beatles», hasta que acabaron convencidos de que les gustaba cómo sonaba y la adoptaron como propia junto con todo lo que la acompañaba . Al crear la ilusión de numerosas y «verificables» fuentes de información, los profesionales del lavado de cerebro engañan a la gente para que crea que lo que está contemplando es información objetiva y equilibrada, previniendo, así, que se genere la sensación de que no hay ningún control externo. Teniendo en cuenta que el Bilderberg controla prácticamente todos los medios de comunicación importantes del mundo, les resulta relativamente fácil conseguirlo.

«El grupo de Liverpool cumplió con las expectativas y «con un poco de ayuda de sus amigos», es decir, de las sustancias ilegales que llamamos drogas, crearon toda una nueva clase de jóvenes norteamericanos moldeados precisamente según la voluntad del Instituto Tavistock», afirma Coleman. Lyndon LaRouche, que escribe para la importante revista de investigación EIR, está de acuerdo con esta afirmación: «Los Beatles y los Animals, los Rolling Stones y los maníacos homicidas del punk-rock que les siguieron fueron, por supuesto, un producto espontáneo de la juventud alienada como lo fue la cultura del ácido que les acompañaba.»

Como el propio John Lennon ha dicho, un día estaban tocando versiones de canciones de otros grupos en bares mugrientos, en garitos de striptease y en clubes del Reino Unido y Europa, y al siguiente les presentaban a la reina de Inglaterra y a los jefes de gobierno de todos los países a los que iban. Pero la cosa fue todavía mucho más allá conforme su importancia. Y su efecto en la «cultura de los jóvenes» se convirtió en una cuestión política. Los jefes de Estado tomaron nota de lo mucho que les gustaba aquel grupo a sus ciudadanos y el Instituto Tavistok para la Conducta Humana se encontró, de repente, con una vía de entrada a todas las salas de estar de América.


El hombre responsable del éxito sin precedentes de los Beatles fue Theodor Adorno. Su arma secreta era un sistema de música atonal con una escala de doce tonos que parecía despertar sensaciones en el cerebro comunes a muchos humanos y que funcionaba especialmente en determinados grupos de edad. La escala de doce tonos o música atonal es un método de composición musical creado a finales de la década de 1910 por el compositor austriaco y agente secreto de la Inteligencia británica Arnold Schönberg. Describe a la música que no se adapta al sistema de jerarquías tonales, característico de la música europea de los siglos XVII y XIX, que trataba algunas notas como más importantes que otras en lugar de tratar cada uno de los doce semitonos de la escala cromática por igual. Al desarrollar esa idea musical, la idea de Schönberg era que actuara como alternativa a la armonía tonal como fuerza motora básica de la música.

«Esta nueva forma de música contribuiría a infligir en la psique y en el subconsciente de los norteamericanos una ruptura subliminal mucho más radical y al mismo tiempo totalmente graduada en los vínculos culturales familiares y religiosos de Estados Unidos», escribe Richard Warren Lipack en Epoch Moments and Secrets: John Lennon and the Betales as the mirror of man’s destinity. «Esto ocurrió de forma natural gracias al cada vez mayor tono desinhibido al que se sometía el cuerpo, el cerebro y el espíritu humano que la rápida progresión de la escala atonal aportaba fácilmente», concluye el mismo autor.

La escala atonal de doce semitonos consistía en sonidos graves y repetitivos que Theodor Adorno tomó de la música del culto a Dionisio y a los que aportó un sabor «moderno».


Dionisio, el dios de la fertilidad, el vino, el crecimiento y la predominancia extática encarnaba el extremo absoluto en el sentido en que trataba de inflamar las pasiones prohibidas del deseo humano, que es la liberación a través del éxtasis contra la cultura racional en la que la responsabilidad y el control consciente se convierten en algo secundario con respecto a los placeres sensoriales básicos. El aulos, un instrumento de dos juncos con un sonido similar al de un gran oboe, se asocia tradicionalmente al culto de Dionisio. El sonido de este instrumento imitaba intencionalmente los gemidos humanos. Los tambores también eran una parte importante de la música de Dionisio.

Si se la compara con Egipto, donde las celebraciones en honor a Osiris eran mucho más polirrítmicas, en Grecia no había mucha cultura sobre la percusión. Pero el tímpano, que generaba un sonido grave y vibrante a partir de la piel de animal, siempre se sacaba para Dionisio, al igual que las castañuelas gigantes conocidas como krotala. Mucha de esta música, además de conmovedora, era muy excitante y enérgica. De hecho, a veces se lausaba para acompañar orgías salvajes y alcoholizadas. «Lo más importante para los seguidores de Dionisio –escribe el economista y ex candidato a la presidencia de Estados Unidos Lyndon LaRouche en IER, una de las principales revistas semanales de investigación– es dejarse ir hacia las profundidades de expresar impulsos que combinan deseos sexuales e ira como una unidad, y expresar esta forma de “placer” en forma de un acto que viola un importante precepto de la propia conciencia.»


Así pues, debería resultar obvio para cualquier persona que reflexione sobre ello que la «cultura popular», y por extensión el rock and roll, no es un acontecimiento espontáneo o accidental, sino algo creado y controlado corporativamente. «Es producto de los estudios clásicos sobre el antiguo culto terrorista frigio de Satán-Dionisio, modelo de los cultos báquicos romanos de características similares», escribe LaRouche en el mismo artículo. «Básicamente la manifestación de este nuevo tipo de música fue, en realidad, un arma […] sacada a colación por unos “medios de comunicación” controlados.»


36- Donald Phau, The Satanic Roots of Rock.

37- Ibíd.

38- Ibíd.

39- Gerald Grow, Don’t Hate Me Because I’m Beautiful: A Commercial In Context, Association for Education in Jornalism and Mass Communication, Portland, 1988.

40- Ibíd.

41- Pero las imágenes idealizadas sólo elevan nuestro espíritu cuando existe alguna forma de moverte desde donde estás en la dirección de los valores implícitos en la imagen. Si no hay nada que nos conecte con la imagen, el ideal nos parece inalcanzable y nos sentimos ajenos a él, produciéndose así no una unión del público, sino una separación. Así pues, de una forma extraordinariamente hábil, la publicidad promociona la desesperación rodeándonos primero con imágenes de inalcanzable perfección. En segundo lugar, la publicidad promociona la desesperación al mostrar que el producto nos dará el ideal que buscamos cuando nunca puede hacerlo. La tristeza traiciona el idilio de anunciar ese mundo más que perfecto.

42- Donald Phau, The Satanic Roots of Rock.

43- «Tres mil seguidores reciben a los británicos Beatles», «Cuatro miembros de un grupo de rock and roll aclamados por adolescentes». «Tres mil adolescentes histéricas reciben a los Beatles», Paul Gardner, The New York Times, 8 de febrero de 1964, pp. 25-26.

44- Debido a su ámbito de influencia, «los medios de comunicación de masas son capaces de llegar a un enorme número de personas con mensajes programados o controlados, lo que es capital para la creación de “ambientes controlados”, necesarios pare el lavado de cerebro. Como las investigaciones del Tavistock demostraron, era importante que las víctimas del lavado de cerebro en masa no fueran conscientes de que su entorno estaba siendo controlado», L. Wolfe, «Brainwashing: How the British Use the Media for Mass Psychological Warfare», en American Almanac, 5 de mayo de 1997.

45- Richard Warren Lipack, Epoch Moments and Secrets: John Lennon and The Beatles at the Mirror of Man’s Destinity, Barrister Publishers, 1996

Referencia: Los secretos del club Bilderberg – Daniel Estulin

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