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El gesto de la muerte – Primera Parte

el gesto de la muerte
Duerme con el pensamiento de la muerte y levántate con el pensamiento de que la vida es corta

 

Aproximación a un famoso apólogo

Las versiones más antiguas del viejo y célebre apólogo “El gesto de la muerte” se remontan a la literatura judeo-talmúdica del siglo VI y a la tradición musulmana sufí de los siglos IX al XIII.

A partir de un texto muy resumido, inserto en una novela (1923) del escritor francés Jean Cocteau, alcanzó una gran difusión pues fue recogido en poemas y obras dramáticas y narrativas.

La vieja historia de la Muerte, tan sorprendente y efectiva en su brevedad, también sirvió de germen de múltiples recreaciones literarias que conforman otras historias diferentes con distintos finales.

El apólogo es una narración breve en verso o en prosa, de carácter didáctico y/o fin moralizante, en la que con frecuencia se personifican seres abstractos.

Hay que señalar, además dos notas características: el diálogo como su principal constituyente formal y sus antiguos orígenes, las culturas orientales hindú y persa, y las semíticas, arábiga y hebraica.

Con un mínimo de narración, se presenta una anécdota de la que se excluyen las descripciones a favor del diálogo, buscando siempre la lección moral, sintetizada frecuentemente en una enseñanza final o moraleja; aunque, en muchos casos, no es necesaria hacerla explícita porque se evidencia en la propia historia.

“El gesto de la Muerte” es un apólogo que, en su brevedad, pasa por ser uno de los relatos más perfectos de la literatura universal debido a la singular sutileza, expresividad y concisión para exponer el drama eterno de la lucha entre la vida y la muerte y la victoria final incontestable de la Muerte innombrable, convertida paradójicamente en la única compañera fiel del hombre, la que nunca faltará a la cita definitiva en el lugar predeterminado.

Así pues, el tema de la inexorabilidad de la muerte fue el eje sobre el que pivota una historia de feliz fortuna pues se difundió desde muy pronto, bajo la forma de innumerables versiones y variantes, en los libros de la cultura judía talmúdica, la musulmana sufí y, posteriormente, en colecciones de apólogos y cuentos, novelas, obras de teatro, ensayos y poemas en todas las lenguas y culturas.

Correspondiendo a esa diversidad de versiones, también el título varía: aparte de “El gesto de la Muerte, que, tal vez, sea hoy la denominación más difundida, “Cita en Luz”, “Cuando la muerte vino a Bagdad”, “Salomón y Azrael”, “El árabe y la muerte”,El jardinero y la Muerte”, “El criado del rico mercader”, “Cita en Samarra”, etc.

Y, de igual manera, el topónimo del lugar del fatídico encuentro recibe diversas denominaciones reales o inventadas: Luz, Bagdad, Samarcanda, India, Ispahán, Samarra…

Azrael ángel de la muerte

 

Cuatro textos canónicos y una precisión

En la literatura judeo-talmúdica aparecen con mucha frecuencia pequeños cuentos didáctico-moralizantes, o sea, apólogos, que servían como elemento ilustrativo a las intenciones exegéticas de los rabinos judíos.

Los temas, motivos y estructuras de estos pequeños relatos son muy variados y se puede afirmar que gran parte de la tradición popular judía se ha conservado en su folklore gracias a la inserción de estos cuentos en los textos talmúdicos.

Jordan Howard Sobel, profesor de Filosofía de la Universidad de Toronto, sostiene que uno de estos relatos, que se encuentra en el Tratado Sukka 53ª del Talmud de Babilonia (de comienzos del siglo VI de nuestra era), es la versión original o, al menos, la más antigua conocida de este apólogo de la Muerte al que nos referimos, y para el que el estudioso Herbert A. Friedman propone el título de “Cita en Luz”.

Ofrecemos a continuación una traducción libre de este texto hebreo, la primera versión conocida de “El gesto de la Muerte”:


CITA EN LUZ

El Rey Salomón tenía dos escribas kusitas: Elicoreph y Achiyah, hijos de Shisha. Un día Salomón observó que el Ángel de la Muerte estaba triste.

Salomón le preguntó: “¿Por qué estás triste?” Y él le respondió: “Porque se me ha pedido que tome a los dos kusitas que te sirven”.

Salomón ordenó a los demonios que condujesen a los dos escribas sobre los campos a la legendaria ciudad de Luz donde nadie perece, pero murieron antes de llegar a las puertas de la ciudad.

Al día siguiente Salomón observó que el Ángel de la Muerte estaba alegre, y le preguntó: “¿Por qué estás alegre?” Y él respondió: “Porque has enviado a tus dos escribas al lugar exacto donde debía tomarlos.

El segundo texto, en orden cronológico, parece ser una versión muy arraigada en la tradición sufí de Oriente Medio, recogida por el gran sufi Fudail ibn Ayad -muerto a principios del s. IX- en una obra titulada Hikayat-I-Naqshia (“Cuentos formados según una intención”):

la muerte llegó a Bagdad

 

CUANDO LA MUERTE LLEGÓ A BAGDAD

El discípulo de un Sufí de Bagdad estaba un día sentado en un rincón de una posada, cuando oyó hablar a dos personajes.

Por lo que decían, se dio cuenta de que uno de ellos era el Ángel de la Muerte.

“Tengo varias visitas que hacer en esta ciudad durante las próximas tres semanas”, le decía el Ángel a su compañero.

Aterrorizado, el discípulo se escondió hasta que ambos hubieron partido.

Entonces, usando su inteligencia para resolver el problema de cómo frustrar una posible visita de la Muerte, decidió que si se mantenía alejado de Bagdad, no sería alcanzado.

Sólo hubo un corto paso entre este razonamiento y alquilar el caballo más veloz disponible y espolearlo día y noche en dirección a la lejana ciudad de Samarcanda.

Mientras tanto La Muerte se encontró con el maestro Sufí y hablaron sobre diversas personas.

“¿Y dónde está tu discípulo tal y tal?” preguntó La Muerte.

“Debe de estar en algún lugar de esta ciudad, empleando su tiempo en contemplación, quizá en una posada”, dijo el maestro.

“¡Qué extraño!, dijo el Ángel“,pues se halla en mi lista.

Sí, aquí está: Tengo que recogerlo dentro de cuatro semanas, nada menos que en Samarcanda. [1]

En el s. XIII, el poeta persa, filósofo y místico sufí, Yalal Al-Din Rumi († 1273) también conocido como Mevlana Celaleddin-i Rumi, fundador de la orden de los derviches mawlawíes, es autor de uno de los textos musulmanes más importantes, Masnavi-I Ma’navi (“Al-Matnawi”), vasto poema -24.000 dísticos- en persa considerado un comentario de El Corán, aunque realmente es un complejo tratado sobre el sufismo, en el que conviven efusiones líricas, preceptos y reglas de vida espiritual, interpretaciones místicas de versículos coránicos, relatos, apólogos y parábolas, etc.

Uno de estos apólogos es la tercera versión conocida de “El gesto de la Muerte”:


SALOMÓN Y AZRAEL

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

Azrael, el Ángel de la Muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro.

Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije:

¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India? [2])

 También del XIII es otra versión -que podemos considerar la cuarta- atribuida a Abdallah ibn Omar Beidhavi, sunita persa y célebre exegeta del Corán, muerto en 1289 ó 1293.

Edmundo Valadés la recogió en El Libro de la imaginación [3]:

Azrael ángel de la muerte

 

LA SORPRESA

Una vez Azrael, el ángel de la muerte, entró en casa de Salomón y fijó su mirada en uno de los amigos de éste.

El amigo preguntó:

—¿Quién es?

—El Ángel de la Muerte -respondió Salomón.

—Parece que ha fijado sus ojos en mí -continuó el amigo-. Ordena entonces al viento que me lleve consigo y me pose en la India.

Salomón así lo hizo. Entonces habló el Ángel:

—Si lo miré tanto tiempo fue porque me sorprendió verlo aquí, puesto que he recibido orden de ir a buscar su alma a la India, y, sin embargo, estaba en tu casa, en Canaán.

A menudo se ha afirmado que la vieja historia sobre la imposibilidad de escapar al destino también está recogida en Las mil y una noches y se aportan varias versiones con diferentes títulos, como la de “El árabe y la Muerte” que proponemos a continuación.

Sin embargo, en ninguna de las ediciones conocidas de la célebre colección de cuentos, aparece dicha historia.


EL ÁRABE Y LA MUERTE

Había una vez un rico califa en Bagdad que era muy famoso por su sabiduría y su bondad.

Un día, el califa envió a su sirviente Abdul al mercado a comprar comida.

Mientras Abdul estaba mirando por los puestos del mercado, de repente sintió un escalofrío. Notó que alguien estaba detrás de él.

Se volvió y vio un hombre alto vestido de negro. No pudo ver la cara de aquel hombre porque la tenía cubierta por una tela, pero sí sus fríos ojos.

El hombre le estaba mirando fijamente y Abdul comenzó a temblar.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó Abdul.

El hombre de negro no respondió.

—¿Cómo te llamas? -le interrogó nerviosamente, de nuevo, Abdul.

—Yo soy… la Muerte -le respondió el extraño secamente, y se fue.

Abdul dejó caer la cesta de la compra, se dirigió corriendo al palacio y entró deprisa y corriendo en la habitación del califa.

—Lo siento, señor. Tengo que dejar Bagdad inmediatamente -dijo Abdul.

—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? -preguntó el califa.

—Acabo de encontrarme con la Muerte en el mercado -replicó Abdul.

—¿Estás seguro? -le interpeló el califa.

— Sí, completamente seguro. Estaba vestido de negro y me miró fijamente. Voy a ir a la casa de mi padre en Samarra.

Si voy ahora mismo, estaré allí antes de la puesta del sol – dijo Abdul.

El califa notó que Abdul estaba aterrorizado y le dio permiso para ir a Samarra.

El califa estaba perplejo y no entendía nada de aquel asunto, pero, como tenía mucho cariño a Abdul, se enfureció mucho porque su criado había sido atemorizado por el extraño del mercado.

Entonces decidió ir allí a investigar aquel oscuro asunto.

Después de un rato, el califa encontró al hombre de negro y le increpó:

—¿Por qué atemorizaste a mi sirviente?

—¿Quién es vuestro sirviente? -le respondió el extraño.

—Su nombre es Abdul -contestó el califa.

—Yo no quería atemorizarle. Estaba sorprendido de verle en Bagdad – replicó la Muerte.

—¿Por qué estabas sorprendido? -preguntó el califa.

—Estaba sorprendido porque esta noche tengo una cita con él en Samarra.

Lo que sí es verdad es que en Las mil y una noches pueden leerse diversos apólogos muy parecidos en la intención, el tono y la expresión a “El gesto de la Muerte”, y en los que también intervienen con frecuencia el rey Salomón y el Ángel de la Muerte, como en el siguiente, perteneciente a la Noche 463:

malaikat al maut

 

EL ÁNGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL

Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano.

Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la pinta de un pordiosero y un semblante aterrador.

Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el rey se puso en pie de un salto y preguntó:

—¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?

—Me lo ha mandado el Dueño de la casa.

A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados.

Yo soy aquel que no respeta a los tiranos.

Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.

Cuando oyó estas palabras, el rey cayó al suelo, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y quedó sin sentido.

Al volver en sí, dijo:

—¡Tú eres el Ángel de la Muerte!

—Sí.

—¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!

—¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo.

¿Cómo te he de conceder un día si los de tu vida están contados, si tus respiros están inventariados, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?

—¡Concédeme una hora!

—La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta.

Han terminado ya tus respiros: sólo te queda uno.

—¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?

—Únicamente tus obras.

—¡No tengo buenas obras!

—Pues, entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.

A continuación le arrebató el alma y el rey cayó del trono al suelo.

Se oyeron los clamores de sus súbditos; se elevaron voces, gritos y llantos; pero si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.

Continúa …

Notas

[1] Idris Shah (Tales of Dervishes, 1967), Cuentos de los derviches, trad. A.H.D. Halka, Barcelona, Paidós Ibérica, 1981, pág. 203.

[2] Yalal Al-Din-Rumi, (Le Mesnevi: 150 contes soufis, 1989) 150 cuentos sufíes, extraídos de Al-Matnawi y seleccionados por Ahmed Kudsi Erguner y Pierre Maniez, Barcelona, Paidós Ibérica, 1994, págs. 32-33.

[3] El Libro de la imaginación (1970), México, FCE, 1976, pág. 216.

Por Miguel Díez R.

Profesor de Lengua y Literatura Españolas. Además de manuales de Literatura Española y de Comentarios de Textos Literarios, ha publicado la edición de Jardín umbrío de Ramón del Valle-Inclán (Madrid, Espasa-Calpe, 1993), Antología del cuento literario (1985; Madrid, Alhambra-Longman, 2005) y Antología de cuentos e historias mínimas (2002; Madrid, Espasa-Calpe, 2008).

En colaboración con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado Antología de la poesía española del siglo XX (1991; Madrid, Istmo, 2005), La memoria de los cuentos (Madrid, Espasa-Calpe, 1998, reeditado recientemente en la misma editorial y colección con el título de Relatos populares del mundo) y Antología comentada de la poesía lírica española (2005; Madrid, Cátedra, 2006).

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