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La Magia de Essaouria – Por Alberto Ruy Sánchez –

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La belleza de la ciudad de Essaouira en Marruecos (antes llamada Mogador, y a partir de la cual construí la Mogador de mis novelas), tiene un poder especial sobre mí por una extraña combinación de elementos aparentemente opuestos.

Sus murallas envuelven un misterio, como si en su centenaria memoria de piedra, más duradera que los hombres, guardaran algo que sólo ellas recuerdan. Pero lo hacen sin esconder nada, como si formaran parte más bien de una dramaturgia, de una representación pausada del asombro.

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La función protectora de esos muros ha desaparecido con los siglos, quedan entonces ante nuestros ojos como una enorme afirmación estética que poco a poco nos revela su belleza hacia el mar y desde el mar también. Además, a diferencia de otras ciudades amuralladas en el mundo, estas paredes tan antiguas aquí no tienen carácter de museo, están vivas, integradas a la dinámica de la ciudad que nos les da la espalda. Es, curiosamente, un lugar donde la dimensión estética de la vida no fue desvalorizada en nombre de la modernidad del siglo XX, como sucedió en casi todo el mundo. En este nuevo siglo esa dimensión estética con fuerte carácter local es cada vez más apreciada, por lo que Essaouira será tal vez, más moderna por ser no antigua sino respetuosa de su longeva tradición estética al grado de mantenerla viva, de reinventarla a diario artesanalmente.

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Por azar y por algunas voluntades, Essaouira ha conservado un carácter urbano que podríamos llamar artesanal. Está presente en las calles, en los talleres de artesanos y artistas por supuesto, en la vitalidad del puerto, sus flotas pesqueras y sus aserraderos (que son otros talleres de artesanos admirables), en sus magnéticos rituales musicales, cada vez más apreciados mundialmente, en los pequeños hoteles y restaurantes y en los comercios diversos.

Una belleza entre natural y buscada lo impregna todo. Por eso Essaouira puede entrar a la nueva modernidad del siglo XXI con un patrimonio estético vivo que otros lugares lamentarán no tener. Por otra parte, es notable en Essaouira la confluencia de vertientes culturales muy diversas: rituales y vida cotidiana del mundo islámico, del mundo judío y del de Africa negra se han fundido en los ecos de la antigua Mogador hasta con el paso lejano de cristianos por sus murallas y calles para confluir en la ciudad misteriosa que conocemos. Essaouira es sinónimo de una larga tradición de tolerancia, de mezclas y mestizajes, hasta el extremo de tolerar con hospitalaria alegría que muchos artistas del mundo cada día pongamos en ella caprichosamente nuestros sueños.

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Essaouira tiene otro carácter paradójico que podríamos llamar una belleza fuerte pero depurada, casi austera, llena de atractivos pero desprovista de conclusiones, blanca como los haïks de las mujeres. Es decir una belleza que es como un espacio en blanco para que uno escriba, como el interior de una caja bellísima de madera de Thuya donde podremos guardar lo que queramos. Ese carácter de paradójico e ilusorio vacío, es lo que nos permite a las personas más distintas depositar en Essaouira una parte de nuestros deseos, llenar con ellos esa página blanca de papel único, invisible y vivo. Por eso tal vez Essaouira es para mí la ciudad del deseo y la materia sobre la cual he construido a lo largo de muchos años otra ciudad, imaginaria y erótica, donde suceden mis novelas: Mogador.

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