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Siria a través de Agatha Christie – Por Cristina Morató

Agatha Christie
Agatha Christie

La escritora Agatha Christie descubrió Siria de la mano de su esposo, el arqueólogo Max Mallowan. Este país mágico, que sentía como su verdadero hogar, inspiró algunas de sus más famosas novelas ambientadas en Oriente.

En medio del desierto sirio, junto a un oasis indescriptible, las ruinas de la ciudad de Palmira semi-enterradas bajo la arena cautivaron a la gran novelista inglesa Agatha Christie.

Agatha Christie llegó por primera vez a Siria en 1928 dispuesta a olvidar el divorcio de su primer marido, el coronel Archibald Christie, la muerte repentina de su madre y tomarse unas merecidas vacaciones. La famosa escritora tenía cuarenta años y pronto descubriría en este país, cuna de grandes civilizaciones, su pasión por la arqueología y unos escenarios donde viviría «los años más felices e intensos de mi existencia». Animada por unos amigos, el primer destino elegido fue Bagdad y las excavaciones arqueológicas que se llevaban a cabo en Ur, la antigua ciudad sumeria de Irak. Entusiasmada ante la idea de este viaje…

… en solitario, se subió con sus baúles al legendario Simplon-Orient Express rumbo a Damasco, donde un autobús la llevaría a través del desierto hasta Bagdad. Nunca imaginó la famosa autora de novelas policíacas que aquel primer viaje turístico a Siria e Irak que le organizó la agencia Thomas Cook, cambiaría para siempre su vida.

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Simplon-Orient Express

Eran otros tiempos y el viaje a Oriente estaba cargado de misterio y aventura. Agatha inició su travesía en la estación Victoria de Londres; tenía por delante un recorrido de 3.342 kilómetros en el Simplon-Orient Express, propiedad de la compañía Wagons-Lits que tardaba tres días en llegar a Estambul. En esta ciudad a orillas del Bósforo, la escritora continuó su viaje en el Taurus Express rumbo a Alepo. Aunque Agatha confesaba que lo peor del viaje era la «incomestible y grasienta comida del Taurus», pronto caería rendida ante la rica y variada gastronomía siria. Glotona por naturaleza, la novelista pronto se aficionó a los tradicionales humus (purés de garbanzos), las empanadillas rellenas de carne o espinacas y las brochetas de cordero.

Desde el primer instante que pisó los elegantes vagones del Orient Express, Agatha Christie se sintió fascinada por el glamour, el romance y la aventura que destilaba este legendario ferrocarril. Le pareció el escenario perfecto para las intrigas y los crímenes más pasionales. Unos años más tarde, cuando regresaba a Inglaterra tras una larga estancia en Siria, el ferrocarril quedó detenido en las vías a causa de una gran nevada. Aquella noche de 1931, en medio de una terrible tormenta y un frío que le impedía conciliar el sueño, la autora inglesa más leída de la historia ideó la trama de su novela Asesinato en el Orient Express. Con el tiempo, este tren se convertiría en un «viejo amigo de la familia» y siempre que partía de Londres a Damasco, se emocionaba como una niña al subir en él.

MINARETES Y PALACIOS. La escritora llegó a la estación de Alepo sin contratiempos y de allí el Taurus Express puso rumbo a Damasco, una ciudad que desde el primer momento cautivó a la dama del crimen. En aquel año de 1928, Agatha se alojó en el Hotel Orient Palace, diseñado por un arquitecto libanés y considerado el establecimiento más lujoso y confortable durante el mandato francés. El hotel —que mantiene sus puertas abiertas aunque ha perdido todo el encanto y glamour— estaba a un paso de la estación de ferrocarril de Hiyaz, con su magnífico vestíbulo ricamente decorado, que hoy en día se encuentra en plena restauración. Antes de proseguir su viaje a Bagdad, la novelista quiso conocer todos los rincones de la vieja Damasco levantada sobre un oasis.

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Hotel Orient Palace

En compañía de un guía de la agencia Cook, la escritora inglesa realizó el mismo itinerario que los turistas que hoy llegan en avión (apenas cuatro horas de viaje desde Madrid) a esta ciudad considerada una de las más antiguas del mundo y de la que ya se habla en el Génesis. Con sus minaretes blancos, las cúpulas henchidas tapizadas de ricos mosaicos y los palacios dorados rodeados de exuberantes jardines, Damasco había sido el centro del mundo en tiempos de los omeyas, que gobernaron entre los años 661 y 750. De todos sus monumentos, la escritora recordaba su primera visión de la imponente Mezquita de los Omeyas, mandada construir por el califa Abd al-Malik en el siglo VIII, con sus lujosos mármoles y mosaicos de motivos florales que aluden al paraíso islámico. También visitó el bello palacio al-Azzem, levantado en 1749 como residencia para el gobernador de la ciudad. El edificio (hoy el Museo Nacional de Artes y Tradiciones Populares de Siria) se conserva intacto y asombra por la magnífica decoración de sus salas interiores. La paz que se respira en sus patios revestidos de mármol, el rumor de sus estanques y el aroma de los jazmines trasladan a los relatos de Las mil y una noches. Antes de abandonar Damasco —que en la actualidad supera los seis millones de habitantes—, Agatha Christie pasó muchas horas regateando con los vendedores en el zoco al-Hamidiyé, el más célebre de la ciudad y su preferido por la calidad de sus textiles.

Amante de las antigüedades, los tapices y las buenas alfombras, la escritora recordaba en sus memorias que en aquel primer viaje compró un buen número de artesanías de cobre, kilims antiguos y una enorme cómoda de madera decorada con incrustaciones de nácar y plata. No es de extrañar que ante tantas tentaciones, la creadora de Hércules Poirot retrasara su viaje a Bagdad, donde la esperaba ansioso el arqueólogo Leonard Woolley y su esposa Katharine. Agatha viajó de Damasco a Bagdad en un desvencijado autobús de la línea Nair que cruzó el extenso desierto de piedras y maleza. Para la novelista iba a ser su primer encuentro con la desolada llanura mesopotámica y aunque se mareó un poco con el traqueteo del vehículo, el desierto la fascinó. Tras 48 horas llegó exhausta y cubierta de polvo a Bagdad, donde se alojó en el Tigris Palace. Al día siguiente alcanzó las ruinas de Ur, al sur de Irak, donde los Woolley la recibieron con todos los honores. Agatha era por entonces una profana en el mundo de la arqueología, pero la visita a la antigua ciudad sumeria de Ur cambiaría el destino de su vida. Recorriendo los vestigios de sus palacios y templos sintió que el encanto del pasado se apoderaba de ella: «…era romántico ver cómo aparecía, lentamente entre la arena, un puñal con reflejos dorados. El cuidado con que levantaban del suelo las vasijas y demás objetos me incitaba a ser arqueólogo. Qué pena que mi vida haya sido hasta ahora tan frívola, pensé entonces». En marzo de 1930 la autora regresaría de nuevo a Ur y en esta ocasión conocería al arqueólogo Max Mallowan. Seis meses después, Agatha Christie anunciaba que se casaba con Max, catorce años más joven que ella.

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