Jesús, el hijo del hombre 5

Claudio,centurión romano

 

claudio_centurion

 

 

Jesús era un gran jefe

 

Después de arrestarlo me lo entregaron. Poncio Pilatos me ordenó que lo incomunicara hasta el día siguiente. Se dejó prender tranquilamente. Yo tenía por costumbre hacer inspecciones nocturnas en la tropa a mi cargo, pero esa noche me dirigí a la sala de armas porque allí estaba el preso. Encontré a mis soldados y a unos jóvenes judíos distrayendo su aburrimiento y burlándose de él. Le habían quitado su ropa y colocado en su cabeza una corona hecha con ramas espinosas. Lo habían sentado al pie de una columna, con una caña en sus manos, y bailoteaban y gritaban alrededor de él. Al verme, uno de ellos exclamó:

-¡Mira, centurión, al rey de los judíos!

Me detuve frente a él y lo contemplé. Súbitamente me sentí avergonzado, sin explicarme por qué. En las Galias y España libré muchas batallas, hallándome frente a la muerte muchas veces; jamás tuve miedo y nunca fui cobarde, pero frente a aquel hombre perdí toda mi valentía cuando me miró, y tuve miedo; sentí que mis labios se habían sellado y no pude pronunciar una sola palabra. En el acto abandoné la sala.

Sucedió esto hace treinta años. En ese entonces mis hijos eran pequeños; hoy son hombres que sirven al César y a Roma; cada vez que los reúno para darles mis órdenes y consejos, les hablo de aquel hombre que mientras moría pedía a su padre perdón para sus verdugos.

Yo soy anciano, he vivido sin privarme de nada y creo que ni Pompeyo ni César tenían el don de mando de aquel galileo, porque desde su muerte, que se ejecutó sin resistencia, se formó un ejército enorme en la tierra, para defender su nombre y combatir por él.

Y a pesar de haber muerto se le sirve y venera, lo que Pompeyo ni César jamás obtuvieron de sus soldados y partidarios.

 

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